Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba) analizó el vínculo entre el cultivo del trigo y la disponibilidad de agua en las áreas que ocupa, y encontró dos zonas contrastantes. Una, en el este y el suroeste, y la otra, en el centro y norte del país.
Contó el medio de divulgación Sobre la Tierra que la primera de las zonas presentó, en promedio, mayor sincronía entre la lluvia y las necesidades hídricas del cultivo, fertilización y rindes elevados. La segunda mostró, en promedio, ambientes con más restricciones, menos uso de insumos y rindes más bajos.
La investigación abre puertas para ajustar manejos y hasta mejorar la genética del cultivo.
“En la Argentina, el trigo es clave para la industria alimentaria, para las exportaciones y para la estabilidad de los sistemas productivos, ya que provee cobertura vegetal y genera materia orgánica. La superficie sembrada con el cereal varía entre 3 y 7 millones de hectáreas según el contexto, y se reparte en diferentes zonas del país. En el sur de Buenos Aires se produce casi la mitad del trigo nacional. El resto se divide entre el sur de Santa Fe, de Córdoba y de Entre Ríos y el norte de Buenos Aires, y hay una pequeña producción en el norte del país”, comentó Pedro Pellegrini, docente de Métodos Cuantitativos y Sistemas de la Información de la Fauba.
El trigo se siembra en una gran diversidad de climas y suelos que ofrecen distintos volúmenes de agua, recurso fundamental para el desarrollo del cultivo. “La escasez de agua estresa al cultivo e impacta en su rendimiento. Las consecuencias dependen de cuán grave es la falta de agua y del momento en que ocurre, ya que es más sensible en ciertas fases de su desarrollo. Por eso quisimos analizar su relación con el agua disponible en los ambientes donde se lo siembra”, explicó Pellegrini en base a un estudio publicado en la revista científica Field Crops Research.
En este sentido, destacó: “A partir de información meteorológica de tres décadas y un modelo de simulación, caracterizamos y agrupamos regiones con patrones similares de falta de agua, y encontramos dos zonas. Por un lado, está la región este y suroeste del país, donde los estreses son poco frecuentes y los rindes, más altos. En general, se podría decir que en estos lugares llueve cuando el cultivo lo necesita. Por otro lado, está la región centro y norte del país, donde los estreses se dan en etapas más tempranas del cultivo, y como llueve poco, se desencadenan otros patrones de estreses a lo largo de su desarrollo”.
Pellegrini señaló que entre las dos zonas es diferente el efecto que tiene el agua del suelo al momento de la siembra. “En el norte del país, si el trigo parte de suelos con poca reserva de agua, tiene altísimas chances de experimentar estreses severos y duraderos a lo largo del cultivo. En cambio, si parte de un suelo con buenas reservas, puede ‘pilotear’ mejor la falta de lluvias. La reserva de agua es clave en la zona norte. En el sur no tanto, ya que es más frecuente que las lluvias acompañen”.
“Algunos suelos del sur de la provincia de Buenos Aires tienen tosca cerca de la superficie. Es una capa muy dura que las raíces de los cultivos no pueden atravesar, y por eso retienen menos agua”, sostuvo el docente, y agregó: “Observamos que en esos suelos, el agua disponible cuando se siembra el trigo tiene mucho menos efecto que en la zona norte. Como tienen poca capacidad de almacenar agua, el rinde del cultivo depende fuertemente de las lluvias durante la temporada”.
Pellegrini también resaltó que encontraron una relación entre los patrones de estrés y la frecuencia y el uso de insumos por parte de los productores. “En regiones donde los estreses son más frecuentes y más extremos, la fertilización fue más baja. Los productores tomaron menos riesgo porque están expuestos a climas más hostiles y es mayor la posibilidad de que el cultivo falle”.
El estudioso contó que usaron modelos de simulación, herramientas que describen el comportamiento del cultivo a través de ecuaciones. “Simulamos cultivos de trigo en todo el país y en diferentes situaciones ambientales durante los últimos 30 años. Fue un estudio muy ambicioso que abarcó un espacio muy grande y un largo intervalo de tiempo. Equivaldría a haber hecho experimentos durante todos esos años y haberlos monitoreado a diario”.
El estudio de Pedro dispara nuevas hipótesis. “Quizás podemos trabajar a campo, evaluar los patrones que encontramos y probar diferentes manejos. Por ejemplo, acumular agua durante el barbecho para ver cuánto efecto tiene en el desempeño del cultivo. También podemos pensar en mejorar la genética del cereal teniendo en cuenta las características de cada zona. Para el norte, trigos que toleren los estreses largos y tempranos en el ciclo del trigo. Lo lindo de investigar es que el final de un estudio es el punto de partida de otro”.
Para finalizar, el investigador remarcó el gran potencial que tienen los modelos de simulación. “Muchas empresas los usan para tomar decisiones. Si bien cada productor conoce mejor que nadie su campo y su clima, es útil tener una herramienta que permita simular el desempeño de los cultivos en diferentes fechas de siembra, perfiles de suelo y agua de reserva. Lleva su tiempo aprender a usarlos, pero no son tan complicados”.