Hoy el gobierno, por medio de una resolución, decidió restringir la posibilidad de exportar a aquellos frigoríficos que no entreguen un determinado volumen de carne al mercado interno a precios subsidiados con recursos –vale recordar– provenientes de sus propios “bolsillos”.
En los fundamentos de la resolución que instrumenta ess medida se indica que la ganadería argentina está en crisis por el faltante de 1,50 millones de cabezas, de los cuales 950.000 son vientres.
No está del todo claro de dónde salen tales cifras. Los últimos datos oficiales indican que entre marzo de 2018 y de 2020 se perdieron más de un millón de cabezas, la mayor parte de las cuales fueron efectivamente vientres (vacas, vaquillonas y terneras).
Pronto se conocerá el dato oficial correspondiente de marzo de 2021 y seguramente la cifra del stock será menor. Y es muy probable que a la fecha, debido a las restricciones hídricas y los incendios ocurridos en diferentes zonas ganaderas, las existencias bovinas hayan seguido cayendo.
Pero esa variaciones coyunturales no explican el problema de fondo que experimenta la ganadería argentina, que atraviesa un faltante estructural de hacienda como producto de las intervenciones realizadas por el gobierno kirchnerista entre 2006 y 2015. En ese período se liquidaron más de 10 millones de cabezas bovinas, de las cuales, en el mejor momento, apenas se logró recuperar la mitad. Ese es el principal factor que explica el actual déficit de oferta de ganado presente en el mercado argentino.
En el mientras tanto, la población argentina creció de los 40 millones de personas que había en 2007 a los actuales 45 millones. Y la oferta de hacienda, y por lo tanto de carne vacuna, disminuyó, al tiempo que también –de la mano fundamentalmente de China– creció también la demanda internacional.
Ese combo da cuenta de que hay menos carne para “repartir” y que entre aquel año y el 2020 el consumo promedio por habitante y por año pasó de los 67 a los 47 kilos por habitante al año. Afortunadamente, creció el aporte de la carne aviar y porcina para cubrir esa brecha.
Además, la inflación generalizada y las distorsiones cambiarias ocasionan problemas que conspiran contra la oferta de carne, provocando bajos niveles de encierres en los feedlots, extensión de las recrías y un “estiramiento” del período de engorde al priorizar sistemas más pastoriles que no requieren un uso intensivo de capital.
Si a todo eso le sumamos una devaluación progresiva del peso, que hace que los salarios tengan un poder de compra menor semana tras semana, entonces tenemos la “receta” perfecta para dificultar el acceso a un alimento básico como la carne vacuna.