José Martín Bageneta es investigador del CEIL-CONICET y doctor en Ciencias Sociales y Humanas. Trabaja, desde la sociología organizacional, histórica y rural, sobre desarrollo regional, agronegocio y formas asociativas de los productores. Recientemente, mientras realizaba un posdoctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México, se dedicó a conocer cuáles habían sido los debates en aquel país sobre las cooperativas agrarias, entre otras formas de la economía solidaria. Aquí se descarga su libro con entrevistas a cooperativas.
“Llegué a México como parte de mis tareas como investigador del CONICET y me movía el interés de conocer qué sucedía con las organizaciones agrarias de la economía popular y así reflexionar acerca de lo que acontece aquí”, describe el especialista. “Mis estudios en Argentina me habían llevado a comprender que los modelos agrarios que se impusieron en las últimas cuatro décadas conllevaron un cúmulo de tensiones para las organizaciones cooperativas de la mano del agronegocio”.
En México José Martín se encontró con un movimiento cooperativo agrario que aún sin la presencia relativa de la importancia de Argentina cuenta con muchas experiencias, como las cooperativas cafeteras en el centro-sur, las de pesca en el norte y las hortícolas en el centro, con fuerte presencia indígena.
En esa búsqueda de experiencias mexicanas de economía popular llegó al Grupo Cooperativo Quali (que significa “bueno” en lengua náhuatl), que desde la década de 1980 está dedicado al amaranto. Tanto a su producción, como a la elaboración de productos con valor agregado y su comercialización.
El grupo está ubicado en la región Mixteca-popoloca (centro sudoeste del país) y lo integran, distribuidos en 80 cooperativas (“grupos”) de sembradores, alrededor de 1.088 campesinos indígenas. El territorio cuenta con múltiples indicadores de marginalidad históricos, como son –entre otros- sus condiciones naturales, altos grados de aridez y una constante expulsión de población originaria.
A su vez, el Grupo reúne a asociaciones de base (sembradores, agroindustria y venta) y se acopla en una estructura organizacional general con otras dos uniones, una de las cuales se dedica a obtener fondos de fundaciones internacionales, como Ford y Hilton, y organismos estatales. Si bien esos recursos se dirigen primeramente a habitantes rurales, en forma de obras hídricas, con la crisis de los donantes (desde 2008), comienzaron a ser utilizados como alicientes para los sembradores de amaranto.
“Si bien mi trabajo no se dedica a la caracterización biológica del cultivo sino al plano social y organizativo, investigué que el amaranto es originado en esas tierras, así como debemos el maíz o el tomate a esos pueblos”, explica. El investigador resalta que el amaranto “tiene grandes cualidades nutricionales por su aporte de calcio, proteínas y el ser libre de gluten. En México se lo consume como una ´leche´, barras del grano explotadas con azúcar y como harina”.
Bageneta explica que el cultivo tiene gran adaptación a zonas con bajas precipitaciones y que al ser un cultivo que parece encontrar preferencias entre quienes buscan suplementos a los cereales que conocemos con mayor masividad (como ocurre con la quinoa) son producciones con mucha proyección de desarrollo y comercialización.
“Además, el amaranto se puede producir de modo agroecológica: de hecho Quali tiene como parte de su concepción la producción con certificación de este tipo y ha logrado en las últimas décadas el reconocimiento norteamericano de su característica orgánica”, describe. “El criterio de esa certificación es central porque el precio que les pagan a los sembradores tiene diferenciales; del total de sembradores, 322 cuentan con certificación orgánica”.
En este sentido, gran parte de la tarea técnica sobre los sembradores se dedica a garantizar que no haya ninguna incursión en productos químicos dentro de sus parcelas, hecho que es corroborado por las visitas periódicas, primero de los agrónomos y luego de las certificadoras.
“Me interesa compartir que si bien el libro estudia procesos lejanos y con un cultivo muy poco conocido en nuestra tierra, comprende algunas cuestiones que lo vuelven un material de posible consulta aquí mismo”, cuenta el especialista. “En primer lugar la lejanía es real en términos de kilómetros, pero en cuanto a procesos sociales, políticos y económicos, compartimos muchas experiencias históricas. El campesinado, si bien gravita con mayor peso en México, tiene en Argentina una importante presencia”.
Otro punto, en relación a lo anterior, es que esos actores sociales campesinos y de la agricultura familiar tienen problemáticas comunes: para complementar pedidos de recursos de políticas estatales deben tener un tipo de agrupamiento formal (asociación, cooperativa, etc.) y muchas veces esos procesos son conducidos de modo tutelar por otros actores sociales, en muchos casos organizaciones de la sociedad civil.
“También existe lo que denomino la imposición de una ´tecnocracia socioambiental´, porque los técnicos son quienes deciden y esto nos invita a reflexionar acerca de qué pasa con la función del asesoramiento técnico en nuestras organizaciones cooperativas del agro”, concluye Bageneta.