Jorgelina Montoya es ingeniera agrónoma del INTA y una de las principales especialistas en malezas del país. Desde la semana que viene, será una de las pocas profesionales mujeres que han sido invitadas a integrarse a la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, y este es un reconocimiento que no solo la honra sino que también la compromete. “La Academia reúne profesionales de temas estratégicos pero lo importante no es solo formar parte sino poder actuar dentro de la institución. Es una oportunidad para seguir pensando y construyendo en equipo”, resume.
Su incorporación se apoya en un recorrido sólido, marcado por la investigación, la curiosidad y la búsqueda constante de soluciones. “Mi trabajo se centra en el manejo de las malezas y su relación con el uso de herbicidas. No pienso solo en cómo controlarlas, sino en cómo optimizar el uso de los productos para minimizar riesgos de contaminación. Trabajo con una mirada integral, porque los fitosanitarios, aunque son necesarios, tienen sus riesgos. La clave está en usarlos de forma correcta”, dice Jorgelina, que además ha investigado los cultivos de cobertura mucho antes de que estos se pusieran de moda.
Jorgelina trabaja en el INTA, donde ingresó en 1997 como becaria. En aquel momento, el campo argentino vivía una transformación profunda: el auge de la soja transgénica y la siembra directa cambiaban la manera de producir. “Mi beca fue sobre el impacto ambiental de los agroquímicos en los sistemas de producción. Históricamente en INTA se abordó el cuidado del ambiente asociado a las tecnologías implementadas. Me formé en la transición de una agricultura convencional a otra sin labranza siempre con una mirada integral con el objetivo de hermanar la producción con el cuidado del ambiente”.
Esa mirada se volvió crucial con el paso del tiempo. La resistencia de las malezas a los herbicidas, dice Jorgelina, fue uno de los efectos colaterales del modelo. “La naturaleza es sabia y busca sobrevivir y dejar descendencia; y la resistencia ocurre cuando se usan reiteradamente los mismos herbicidas. Hoy el manejo se volvió más complejo y es indispensable incorporar tecnologías complementarias a los herbicidas”.
Entre esas tecnologías menciona a los cultivos de cobertura y el rolado mecánico, labranzas superficiales con mínima remoción del suelo y las estructuras de siembra, que implica el distanciamiento entre hileras, y la elección de variedades más competitivas, entre otras. “Las malezas forman parte de la biodiversidad de los ecosistemas y, bien entendidas, aportan al ambiente: brindan de hábitat para otros organismos, son fuente de flores para las abejas, y diversidad genética para mitigar la resistencia a herbicidas. Hay sistemas que los aprovechan como recurso forrajero”, describe.
El trabajo de Jorgelina no se basa en recetas sino en observación y conocimiento. “El manejo de malezas debe adaptarse a cada ambiente. Por ejemplo, el tipo de suelo es trascendental para definir dosis de herbicidas residuales. Otro factor importante tiene que ver si la zona es húmeda o seca. La intensificación de las rotaciones de cultivos pretende usar el suelo lo máximo posible evitando así el establecimiento de malezas. Sin embargo, la disponibilidad de agua pone un límite al grado de intensificación alcanzable”.
“Hoy cada vez se requiere más conocimiento, más seguimiento de los lotes y más información; hay tecnología disponible que permite esto y también el análisis de la información relevada. El mapeo de malezas y las tecnologías de aplicación selectiva permiten bajar muchísimo el uso de herbicidas. Por ejemplo, dependiendo del grado de infestación de malezas posiblemente se alcanza aplicar un 20 o 30 % del lote cuando de lo contrario se hacen aplicaciones de cobertura total (100%).
-Las malezas, ¿pueden ser bioindicadores de la salud del suelo?
-Sí, algunas de ellas son sensores biológicos.. Por ejemplo, la ortiga suele aparecer en suelos de buena calidad. Por otro lado, en el oeste de Buenos Aires y el este de La Pampa, el ascenso de los niveles freáticos y la salinización favorecieron a una vieja conocida: la morenita, que ya en 1946 fue declarada plaga nacional. Es sumamente competitiva, llega a medir cerca de un metro ochenta, tiene gran capacidad de generar semillas y un tallo que complica sobre todo la cosecha de girasol. Si bien en algún momento puede ser pastoreada, bajo ciertas condiciones es tóxica para el ganado vacuno. Es una especie que siempre existió en la comunidad de malezas, pero ahora encuentra condiciones ideales para aumentar su expansión y, además, con el uso reiterado de ciertos herbicidas actualmente es resistente. .
-Hay alguna maleza que predomina en los sistemas?¿Qué se hace hoy para tenerlas a raya?
-Hay algunas especies presentes en gran parte del área agrícola del país como son el yuyo colorado, la rama negra y el sorgo de Alepo que desde hace ya muchos años se han convertido en malezas problemáticas. En el último tiempo las crucíferas, raigrás y gramíneas estivales vienen ganando terreno. Otras especies pueden tener relevancia regional. El problema de la resistencia crece anualmente y si bien pueden salir nuevos herbicidas, poseen el mismo modo de acción que los preexistentes. En algunos casos, los cultivos de cobertura dieron buenos resultados, pero todo el desarrollo tecnológico debe acompañarse con capacitación desde que cultivos son mejores competidores, cuando interrumpir su ciclo hasta saber combinar productos y aplicar correctamente para evitar derivas o sobredosificaciones.
-¿Capacitación para el productor?
-Desde ya que el productor tiene que estar informado porque es quien pone el capital e incorpora la tecnología en el campo. Sin embargo, la capacitación en el manejo de los fitosanitarios en particular está direccionada a los agrónomos, que es quien tiene las incumbencias profesionales para recomendar su uso. Es clave que se mantenga actualizado. Por suerte, el sector agropecuario es muy dinámico y ávido de conocimiento: hay jornadas, charlas, reuniones técnicas de todo tipo, y la gente participa activamente.
-Siempre se habla de la distancia que hay entre campo- ciudad. ¿Usted cómo lo ve?
-Creo que parte de la comunidad urbana puede tener un enfrentamiento con el campo, pero a veces es más la prensa que adquiere esta situación que la realidad y depende en gran medida del grado de cercanía con las comunidades rurales. A menudo, ciertas miradas políticas atraviesan esa relación y cuestionan las formas de producir, muchas veces sin un conocimiento profundo del tema. Los marcos políticos y económicos definen en gran parte el rumbo de la producción pero aun así el campo argentino es dinámico, es innovador, está en constante cambio y busca la mejorar permanente. Desde INTA trabajamos para aportar soluciones tecnológicas y aportar datos e información que sirvan para la elaboración de políticas públicas, y que la toma de decisiones se base en evidencia técnica y científica, y no solo en opiniones.
-Otro gran tema es que el agro es un sector machista. ¿Cómo fue/es su experiencia?
-Cuando entré al INTA, en la estación experimental de Anguil de La Pampa éramos muy pocas mujeres pero en ningún momento sentí que por ser mujer no pudiera desarrollarme. ¡Fui muy bienvenida por todo el grupo! Un tema aparte es el hecho de ser madre profesional por lo complejo que es la búsqueda permanente del equilibrio entre el trabajo y la familia. En mi caso lo logré con el apoyo incondicional de mi marido y la invaluable niñera de mis hijos. Volviendo a mi carrera profesional, en el trabajo con los productores nunca noté que alguien no tomara en cuenta mis recomendaciones por ser mujer; la clave es trabajar con compromiso y seriedad. Somos nosotras las debemos estar convencidas de que no hay diferencias y, a partir de ahí, una misma marca el rumbo.