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Jorge Ramayon: “Los desastres del campo”

Bichos de campo por Bichos de campo
17 enero, 2019

Nota de opinión de Jorge Ramayon, ingeniero agrónomo y socio fundador de Belaustegui y Ramayon. Enero 2019

Quien tenga la intención de leer estas reflexiones debería saber que quién las escribe cree firmemente en la teoría de los costos marginales, piensa en precios constantes tanto en dólares como en pesos (es decir ajustados por sus inflaciones), y asume que hay que asignar los escasos recursos disponibles de la mejor manera para lograr los fines propuestos dentro de riesgos aceptables, que las actividades del sector deben ser ambientalmente sustentables y que los rumiantes son un aparato biológico que alimentándose con porquerías produce proteínas de alto valor.

En caso de no comulgar con estos preceptos, es aceptable que abandone la lectura ahora. Si sigue, verá que vamos a ir identificando algunos de los principales desastres, o sea “cosas de calidad, resultado, organización, aspecto u otras características muy malos” (según la RAE) que nos afligen.

El primero, por lo generalizado y económicamente fatal es el Desastre del Productivismo. Se alimenta del afán productivista que enorgullece a quién lo practica, y que se ve corrientemente en todas las actividades, principalmente granos. Pero tomaré el tambo como emblemático. “Tuve 30 litros por vaca en ordeñe de promedio en el año”, dice contento el entrevistado y cuando preguntan cuánto ganó, dice “ah no, perdimos 1 peso por litro”, cambiando a cara triste.

El nivel óptimo económico de unidades a producir está en función del costo marginal y del precio del producto. Como regla general cuando el precio baja hay que bajar la intensidad (cantidad de capital y trabajo aplicados para la producción de una unidad de algo), reduciendo el esfuerzo productivo. Y revertirlo cuando el precio sube.

En los últimos años hemos pasado momentos en la lechería con precios ruinosos, en los que había que bajar la intensidad y aplicar el famoso dicho “de lo barato poco y de lo caro nada”, tratando de usar lo mejor que se pueda el forraje de praderas y verdeos, con valores de milésimas de dólar por kilo de materia seca, y guardando para cuando suba el precio de la leche los forrajes de mayor valor, como un silo de maíz.

Sigue el Desastre de la Irrelevancia Política. La población rural decrece año a año con la migración de la gente desde el campo a centros urbanos, en donde, si bien siguen vinculados a estas actividades, tienden a adherir al discurso populista de la clase política, un fenómeno al cual hay que agregar la extraña forma en que se eligen nuestros diputados.

En ese contexto, la falta de votos que defienda los intereses económicos del sector permite que la montaña de divisas que ingresamos con nuestro afán productivista sea considerada “cosa de nadie” y materia prima para repartir a su gusto por parte de los distintos gobernantes. O sea, proveemos la sangre que alimenta el tumor.

El tercero es el Desastre de las Rotaciones. Nuestras actividades dependen directamente de los suelos. A estos, lo mejor que les podría suceder sería que nosotros no les pasemos ni cerca, pero como no podemos hacer de ellos un parque nacional, tenemos que usarlos y en lo posible bien.

Por sus características, las distintas actividades inducen, algunas, procesos de degradación y otras, de recuperación, por lo que un uso sustentable debería incluir balanceadamente distintas proporciones de cada tipo para mantener, o si es el caso, mejorar el estado de esos suelos.

Como en realidad en los últimos veinte años ha predominado el “todo soja”, en algunos casos con siembra directa pero mayoritariamente sembrando directamente, el resultado actual es que han predominado las degradaciones, con compactaciones sub-superficiales, erosiones y modificaciones en el contenido de nutrientes, acompañadas por la proliferación de malezas tolerantes o resistentes a herbicidas.

Si continuamos con esta tendencia, no hace falta título de profeta para predecir que las grandes complicaciones tenderán a aumentar hacia el futuro.

A continuación viene el Desastre de las Calidades. Este es sobrino del primer desastre, el productivismo, porque consiste en elegir para tratar de producir mucho algo muy rendidor, aunque su precio y calidad nos desplacen a mercados de bajos precios.

Esto se aprecia en el maíz, en donde duros colorados perdió frente a amarillos dentados. Trigos duros contra forrajeros, soja con contenidos de proteínas cada vez menores, no genéticamente modificados frente a GM.

Como tenemos logística muy cara, y en dólares constantes los granos tienen una tendencia descendente mientras que la de los costos es ascendente (en especial los fletes, principal erogación de una hectárea cosechada), los resultados hacen que los rendimientos de indiferencia sean mayores a los rindes medios, indicando que el conjunto opera a pérdida.

Parece poco indicado tratar de ganar plata de esta manera. En el caso de la carne vacuna, en el pasado reciente pasamos de ser los productores de rumiantes a pasto de la mejor carne del mundo a mayormente productores de carne feedloteros, alimentando los animales con granos y harinas, degradándolos a mono-gástricos a fuerza de antibióticos, esto a favor de restricciones a la exportación de granos que deprimieron su precio.

Los resultados negativos sobre la calidad están a la vista, mientras crecemos como exportadores de cortes de bajo valor.

Por fin, el quinto y último en este comentario, no en la realidad del campo, es el Desastre del Comercio de Granos. Estos tienen una característica muy particular que es la tipificación. Un maíz, o el grano tipificado que usted quiera, grado 2, es perfectamente reemplazable a cualquier efecto por la misma cantidad de maíz de otra procedencia del mismo grado. Esto hace que se pueda independizar los aspectos físicos de los comerciales y financieros. Entregándolos en algún lugar de recepción y almacenaje, podrían convertirse en un papel negociable, warrant, certificado de depósito o similar, que aceptado por las instalaciones terminales pueda ser guardado, vendido o usado en garantía, permitiendo optimizar la logística física y su uso en los otros aspectos como moneda.

Estas posibilidades, que existieron en épocas pasadas, han sido marginadas por las terminales por propia conveniencia y por la AFIP con el CTG como herramienta antievasión, logrando entre ambos que este comercio se haya hecho más primitivo y las complicaciones y costos logísticos superen las dimensiones razonables. Si necesito plata no tengo otro remedio que fletar y entregar una cantidad proporcionada de granos en el momento que sea, haya o no camiones, cupos, lluvias y o cualquier otro condicionante.

En conclusión, pienso que estos y otros desastres no incluidos deben y pueden irse corrigiendo de alguna manera. Pero como su semilla está dentro del sector, habría que empezar por contratar un par de filósofos que estudien, piensen y propongan a nuestros actores cómo vivir la vida rural del mejor modo posible, pensando qué, cuánto y cómo deberíamos producir para convertirnos en una comunidad económicamente prospera y con una lista de desastres en franca disminución.

Etiquetas: cambio climaticoCompetitividadjorge ramayonopinión
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Comentarios 1

  1. Mario Muñiz says:
    6 años hace

    Excelente articulo,cortito y al pie.Felicitaciones Jorge!!!

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