Edda Mansilla y su marido Raúl Resconi se llevaron la peor noticia de sus vidas hace una semana, el miércoles 17. Un fuego voraz destruyó en pocas horas su producción de maíz en Santiago del Estero, cuando el cultivo estaba a punto de ser cosechado. Pero además el incendio arrasó con silobolsas de soja, con sus cortinas forestales o ‘rompevientos’, una sucesión de árboles que se plantan en los bordes de lotes y que sirven para prevenir la erosión del viento y evitar la evapotranspiración.
Esta familia se quedó, literal, sin protección alguna. Se les quemaron 1.350 hectáreas de las 2.900 que alquilaban en la zona de Roversi, Santiago del Estero. “Nuestras pérdidas ascienden los 900 mil dólares y no tenemos seguro contra incendio”, se lamentó Mansilla en diálogo con Bichos de Campo.
A pesar de que el matrimonio no tiene aún la certeza, cree que el incendio fue intencional.
“Estamos haciendo las constataciones con escribanos e ingenieros, y reuniendo todas las pruebas para llevar a la Justicia, pero creemos que fue intencional porque en donde nació el fuego, según nos comentan, no había nadie trabajando, no se estaba haciendo ninguna tarea. El fuego se inició en la punta de una cortina forestal de la estancia vecina, con lo cual era fácil esconderse”, manifestó la productora.
Dueños de la firma RCM S.A., una empresa agropecuaria con servicios de transporte y logística, Mansilla y Resconi relataron la sucesión de los hechos, al tiempo que filmaron y fotografiaron la escena que, a los ojos de cualquiera, se ve apocalíptica por donde se la mire. No es para menos: todo un año de trabajo intenso tirado a la basura.
Según el relato de Mansilla, el fuego se inició el 17 de junio a las 11:30 de la mañana en la estancia San Isidro, ubicada unos 20 kilómetros al norte del campo que alquilaba junto a su marido en Roversi, dentro del departamento Moreno de Santiago del Estero. “El fuego recorrió 26 kilómetros quemando a su paso unas 4.500 hectáreas en total. De las pérdidas, que involucran a 7 productores, nosotros nos llevamos la peor”.
El fuego pasó rápidamente al campo de Edda y Raúl. En cuestión de horas les quemó las 900 hectáreas de maíz que estaban listas para ser cosechadas, más otras 480 hectáreas de rastrojo de soja y las cortinas forestales. Además destruyó unas 300 toneladas de soja que estaban en silobolsas. “Fue un daño tremendo, a lo que encima sumamos 10 kilómetros dañados de alambrados”, continuó Mansilla con pesar.
“Los demás productores perdieron el rastrojo, y solo uno perdió 200 hectáreas de maíz, pero nosotros perdimos 900. ¿Alcanzan a dimensionarlo?”, remarcó Mansilla.
La siembra que hacía este matrimonio era en directa. “Cuando un campo se quema, tenes que volverlo a trabajar, o sea ararlo y disquearlo para poder iniciar nuevamente el proceso de la siembra directa, lo que implica un costo elevadísimo”, explicó Mansilla.
No es sólo el costo que deben volver a afrontar, sino que además lleva su tiempo reanudar esa tierra quemada y volverla productiva. “Depende de las herramientas que se tengan; nosotros disponemos de maquinaria grande, con lo cual, en 15 días podríamos reactivarlas. Pero el costo de hacerlo es muy alto”.
Es así! Muy grave en un día de viento Norte y altas temperaturas. Imparable. En la imagen se nota el foco de inicio. pic.twitter.com/L0N2PUTJF3
— Grupo Charata (@MjChaco) June 22, 2020
“A todo esto, el dueño del campo, a quien ya le habíamos pagado el alquiler, nos pide que le reconstruyamos los 10 kilómetros de alambrado dañado”, describió Edda. Combustible, mano de obra, herramientas, cubiertas y repuestos hacen una cuenta super abultada que convierte en riesgosa la odisea de levantar esas miles de hectáreas quemadas.
-¿Qué esperan hacia adelante luego de lo que les sucedió?
-No tenemos esperanzas de nada. Haremos todo lo que corresponda, aunque no creemos que podamos recuperar algo. Quizás nos sirva por Afip, pero la realidad es que es demasiado sacrificada la vida del productor. Luchamos contra el clima, contra las retenciones, los precios, y ahora contra los vándalos- respondió la productora.
Edda pasó de la desesperación al desencanto: no espera nada más. Lo que perdió, lo perdió, y a eso no se lo devuelve nadie.