Se dio a conocer en las últimas horas un indicador que debería llenar de vergüenza a las autoridades nacionales y en especial al propio presidente Alberto Fernández y a su vicepresidente Cristina Kirchner, quien emulando al Néstor Kirchner de 2006, tomaron impulsivamente en mayo de 2021 una decisión desaconsejada por los técnicos y perjudicial para el conjunto de un sector productivo de fuste: el cierre parcial de las exportaciones de carne vacuna.
El indicador que las autoridades no quieren mostrar demasiado es el que mide el consumo promedio de carne vacuna de los argentinos: anualizado al cabo de diciembre se ubicó en 47,56 kilos por habitante y por año para 2021, el nivel más bajo de la historia.
Estos 47,54 kilos per cápita implican nada menos que una caída del 5,43% en la cantidad de carne consumida por los argentinos el año pasado. Es decir, cada uno de nosotros tuvo que prescindir de otros 2,7 kilos de carne por la combinación de los altos precios con los bajos salarios.
El gobierno de Fernández/Kirchner asumió en diciembre de 2019. Meses antes, en su campaña electoral, estos políticos habían prometido que harían todo lo que fuera necesario para que los argentinos volvieran a disfrutar de los tradicionales asados de los domingos, ya que el consumo de carne venía cayendo fuerte también durante la gestión de Mauricio Macri. Pero este proceso, lejos de revertirse, se profundizó. En 2019 el consumo promedio estaba en 51,10 kilos anuales, al año siguiente cerró en 50,29 kilos y ahora cayó más estrepitosamente a 47,54 kilos.
Es la primera vez en la historia de la Argentina, al menos desde que estas cosas se miden, que el consumo de carne vacuna cae por debajo de los 50 kilos por habitante y por año.
A Alberto y a Cristina, por cierto, les debería dar mucha vergüenza este indicador, que está directamente relacionado con la caída de la capacidad de compra de los salarios en Argentina más que a ningún otro factor. Los 47,54 kilos anuales, además, son un promedio, que engloba tanto a los que siguen comiendo 100 kilos anuales de carne como a los que apenas pueden incorporarla a su dieta cotidiana.
Debería darles vergüenza porque la situación impacta mucho más en los sectores de ingresos más bajos. Y ya se convierte casi en un tema de salud pública. Hace unas semanas en Bichos de Campo comparamos el valor de un kilo de asado con el monto del salario Mínimo Vital y Móvil. Resultó ser que quien lo cobra pudo comprar solo 38 kilos de asado con su ingreso de diciembre, es decir 14 kilos menos de los que podía adquirir en diciembre del año pasado año pasado. Para los más pobres, la plata le rendía 27% menos.
Por más que el ministro Julián Domínguez se esfuerce ahora en buscar indicadores positivos (como el aumento del peso de faena), es oprobioso el escenario de cierre de 2021 en materia de política de carne vacuna, un alimento casi sagrado (por suerte cada vez menos) para los argentinos. Si uno ve la planilla resumen con todos los indicadores que acaba de publicar el Ministerio de Agricultura, notará que todos las variaciones están impresas en color rojo, reflejando un comportamiento negativo respecto de 2020.
000007- Tablero de indicadores sectoriales
Esto habla peor todavía de la gestión de Alberto y Cristina, que no tiene ningún número favorable para mostrar. El Presidente, al repetir la drástica decisión que tomó Néstor en marzo de 2006 de cerrar violentamente (casi de un día para el otro) las exportaciones de carne vacuna, lo hizo prometiendo que el comercio regulado de ese alimento iba a permitir reducir los precios para la población y recuperar los niveles de consumo. Nada de eso paso. O mejor dicho, duró muy poco.
La intervención oficial arrancó en mayo de 2021 y como se nota en el desagregado mensual del consumo, la receta solo sirvió para los dos o tres primeros meses. En junio, julio y agosto hubo una sobreoferta de carne en el mercado local que llevó el consumo per cápita por arriba de los 50 kilos anuales. Pero el espejismo de que el cierre de las exportaciones reduciría los precios y alentaría el consumo no duró mucho más que eso.
Por el contrario, las señales negativas de la intervención oficial en el negocio ganadero (que además fue mala, porque se cambiaron las reglas y se fueron emparchando los cepos incontables veces), implicó un retroceso de otras variables que harán mucho más difícil y cuesta arriba el camino para recuperar niveles de consumo interno por arriba de los 50 kilos anuales por habitante. La principal de esas variables es la oferta de carne: Agricultura confirmó que la faena de bovinos se redujo a 12.966.551 animales en 2021, un 7,5%. Y entonces la producción de carne total se contrajo otro tanto para ubicarse por primera vez en muchos años por debajo de las 3 millones de toneladas.
Según esta contabilidad oficial, la Argentina produjo el año pasado 2.977.301 toneladas de uno de sus productos más apreciados. Son 194.147 toneladas menos que el año anterior. Y eso es más o menos lo mismo que la carne necesaria para atender un mes entero de consumo interno.
Alberto (y Cristina, que siempre conserva la última palabra en este tipo de decisiones) creyeron que reduciendo de mal modo las exportaciones de carne (que en 2020 representaban 28% de esa producción total y en 2021 retrocedieron al 25%, pero de una torta más chica), iba a haber carne suficiente como para volcar al mercado local y reducir así los precios. Los embarques, año terminado, se ubicaron en 803 mil toneladas y ajustaron un 11% respecto del año anterior.
Pero ya está claro a esta altura de la historia que no solo la oferta disponible es la única variable que juega, sobre todo en esta Argentina donde la inflación anual llega al 50% y muchos otros costos entran a danzar en la definición del precio de un producto. La carne en el mostrador subió 10 puntos adicionales, cerca del 60%, resultando así cada vez más inalcanzable para buena parte de los argentinos cuyos ingresos aumentaron el año pasado bastante menos que eso.