El Estado Nacional es casi un completo ausente en la tarea de reconstrucción de la lechería luego de las feroces inundaciones y otras contigencias climáticas que vivió la mayor cuenca productiva de América Latina. Es lo que denuncian los productores y también la principal conclusión de una recorrida de Bichos de Campo a Rafaela, en el centro de Santa Fe.
A modo de cronología rápida, la mitad de los 450 tambos que cerraron en 2016 eran santafesinos. A la falta de rentabilidad que vivió el sector primario a partir de julio de 2015, reconocida incluso por las gestiones de Cristina Kirchner y de Mauricio Macri, se sumó en abril de 2016 una de las peores inundaciones de la historia. En noviembre de 2016 muchos establecimientos soportaron una granizada infernal. Y como si eso fuera poco, en enero de 2017 se volvió a inundar toda la zona.
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En el establecimiento de Fernando Córdoba, presidente de la Mesa de Productores de Leche de Santa Fe (MeProLSaFe), ubicado en Estación Clucellas, a unos 30 kilómetros de Rafaela, se estaba inseminando vacas para intentar recuperar una pequeña parte de las 110 vaquillonas que hubo que malvender en medio de la crisis, porque no se podía alimentarlas. La postal indica que los tambos no quieren desaparecer, pese al escaso apoyo oficial.
“Sentimos que el Estado ayudó poco y nada. Se necesitan tasas baratas y plazos con años de gracia para recomponer el capital productivo. Desde febrero de 2017, el ministro de Agroindustria se comprometió a mandar 250 millones de pesos y todavía no vimos un solo peso. Y más allá de que hubo una recomposición de más del 30% precios con respecto a 2016, eso se ve opacado por las inundaciones”, explica Córdoba.
Diego Panza, médico veterinario de esa colonia, comentó que Estación Clucellas “solía haber 50 tambos registrados. Hoy quedan 12 en pie en la zona. El que más cerró fue el establecimiento chico, que fue absorbido por los grandes”.
Carlos Torres es el tambero en “Rincón de la Legua”, aunque está pronto a jubilarse luego de dedicarse durante 40 años a la actividad. “Cuando cierra un tambo se pierde la esperanza de seguir viviendo para el tambero, porque el 90% de los que vivimos en el campo no tenemos una vivienda propia”, relata.
Marcelo Aimaro, otro productor de leche del centro de Santa Fe, dice que la suba de los precios al productor, de un 34% en relación a julio de 2016, no ha sido la solución para la actividad. “La leche cuesta más dinero, pero el tambero produce menos, por ende, gana lo mismo o menos que antes. Y observamos que el precio de la góndola está tirando un precio mayor que podría llegar al productor”, afirma. Aimaro es lapidario: “La llegada del macrismo no cambió nada en la actividad lechera”.
Alcides y Mariano Zurvera, padre e hijo tamberos, poseen un establecimiento bien armado en plena cuenca lechera santafesina, que cuenta con más de 80 años de vida. A veces chocan las visiones de ambos sobre el negocio tambero. Mariano dice que hay que analizar la rentabilidad, pero Alcides se mueve desde lo vocacional. “Hay que adaptarse a nuevos modelos productivos ante el cambio climático, y mirar con números la actividad, porque no deja de ser un negocio a fin de cuentas”, dijo Mariano. Alcides no niega que haya que adaptarse, pero se niega a cerrar. “Llevar la lechería en tu ADN es una pasión que pocos entienden. Muchas familias viven de esto y es lo único que tienen. Somos parte de la geografía”, dice.
Elida Thiery, periodista especialista en lechería, confirmó que “muchos tambos cerraron y hay más concentración”. Luego de advertir que “este éxodo no se mide en cifras”, lamentó que “Macri no tomó ninguna decisión hacia la lechería. Cuando asumió, pensé que me dedicaría a escribir sobre aspectos más técnicos que políticos. Pero me equivoqué”.
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