No es ninguna verdad revelada el hecho de que las economías regionales son, hace décadas, uno de los sectores más relegados del agro. Volvió a quedar en evidencia días atrás, cuando la única expectativa en torno a los anuncios del presidente Milei para el campo giraba en torno a la baja impositiva para los granos y la carne, más que en medidas de fondo para todo el arco productivo.
No hay nada que reprochar respecto a la rebaja de retenciones. De hecho, las economías regionales, por iniciativa también de este gobierno ya no las tiene, aunque hay que ser honesto y decir que la mayoría de las actividades extra pampeanas dejó de tributar derechos de exportación con el gobierno anterior.
Pero es necesario recordar que hay muchos otros aspectos -entre ellos la infraestructura, los costos y la competitividad- que atañen a este sector, y que también requieren de tratamiento urgente.
La razón es bastante evidente: Las economías regionales son generadoras de un tercio de los puestos de trabajo del circuito agroindustrial y, en ese ranking, están cabeza a cabeza con el tradicional sector de los granos y oleaginosas, que generalmente se lleva toda la atención por las divisas que aporta con sus exportaciones.
De los más de 4,2 millones de puestos de trabajo que contiene la agroindustria, 31% corresponden a las cadenas de granos y forrajeras, 29,1% a las economías regionales, 23,8% al sector pecuario y 1,8% a los bienes de capital.
Así lo confirma el último informe de la Fundación FADA, que usa como base los registros del sector laboral del 2023 y asegura que el agro representa 2 de cada 10 puestos de trabajo en Argentina.
La situación no ha variado mucho respecto de un año atrás. El último informe de FADA en base a los datos de 2022 decía que las cadenas agroindustriales, generaron 4.115.861 puestos de trabajo.
Con los datos actualizados, si se desagrega por sector, la pirámide se invierte: Por debajo de la actividad bovina -responsable del 12,2% del empleo del agro- está la cadena frutihortícola, que representa el 10,9% del total de los puestos de trabajo y se impone sobre el trigo (9,9%), la soja (8,8%) y el maíz (6,5%).
Esos sectores, per sé, representan casi la mitad del empleo que generan las cadenas agroindustriales argentinas. Entre la actividad azucarera, vitivinícola, forestal y tabacalera, se concentra otro 13%.
Esto no significa que haya que desatender otras demandas sólo para concentrarse en el interior productivo. Sí pone en evidencia que, así como la rebaja tributaria -fundamental para liberar de ataduras a la producción de granos y carne e impulsar las exportaciones-, también hay que escuchar los reclamos de otros sectores que dinamizan el empleo y cuyas cadenas, en su gran mayoría, hoy están en alerta. De hecho, el semáforo de Economías Regionales que realiza habitualmente Coninagro mostraba una proliferación de rojos preocupante.
Si en la producción de frutas, verduras, hortalizas y legumbres hay más de 450.000 empleos registrados, contra los 260.000 de la soja y los 270.000 del maíz, ¿no debería preocuparnos también la crisis en este sector? ¿Qué le decimos a los más de 140.000 trabajadores del sector vitivinícola, donde se enfrentan las bodegas con los productores por los bajos precios? ¿Hay respuestas para cuidar los más de 200.000 puestos del sector yerbatero, tabacalero e industrial?
Parece que vamos en el sentido contrario: Apertura de importaciones para el sector frutícola, desregulación para los yerbateros, eliminación de organismos estratégicos -como el INV- para los vitivinícolas; y la lista puede continuar.
No es casual tampoco que la anterior enumeración haya puesto el foco, particularmente, en el sector primario. En líneas generales, es el que concentra la mayor proporción de empleo dentro de las cadenas agroindustriales, un 32,7% del total de los puestos de trabajo, indica el informe de FADA.
Eso también se expresa, aunque con sutiles diferencias, dentro de cada sector. El primer eslabón de la producción tiene mucho peso en los cultivos y servicios agrícolas, como es el caso de la soja, donde 43% del empleo generado a lo largo de la cadena pertenece a este eslabón.
En cuanto a la actividad bovina, 1 de cada 2 de sus puestos de trabajo, a lo largo y ancho del país, también son del sector primario. La misma proporción tiene la cadena frutihortícola, la vitivinícola y la tabacalera, todas ellas actividades muy intensivas en mano de obra.
Y no sólo el sector primario es el más empleador, sino generalmente el más golpeado. Porque además de la carga impositiva y los costos laborales, debe enfrentar las vicisitudes del mercado de insumos, la competencia externa -como se ve ahora en el sector frutícola- y las dificultades para fijar precio a su materia prima y vendérsela a los industriales -como sucede con los viñateros y yerbateros-.
Más arriba de la cadena, también se suman las deficiencias en la infraestructura vial, que encarece la logística, o la pérdida de competitividad. Todo eso, en su conjunto, hace que hoy muchas de las economías regionales, que son clave en la generación de puestos de trabajo, difícilmente puedan pensar en cómo sobrevivir campaña tras campaña.
En ese sentido, el propio informe de FADA, en sus consideraciones finales, señala la necesidad de “políticas públicas estables en el tiempo que generen crecimiento y desarrollo en todas las regiones de Argentina”, que dinamicen el empleo y le den estabilidad a estas cadenas agroalimentarias.