Después de un par de “vínculos cercanos con la muerte” (pongámoslo así), Guillermo “Willy” Ben, un médico veterinario de Bragado, Buenos Aires, decidió en 2024 cumplir el sueño de subirse a su moto -“La Riki” (que tiene por detrás una emotiva historia)- e irse hasta Alaska. Recorrió 35.000 kilómetros y pasó por 14 países en 134 días de travesía. En el capítulo 117 de El podcast de tu vida, cuenta cómo vivió esa experiencia y ofrece algunos tips para otros que quieran rodar.
Pero además, cuenta de su infancia en el campo: tres generaciones en la familia siendo mayordomos de una cabaña emblemática de Angus; una primera ida a estudiar fallida; una enseñanza de su padre y su abuelo; un accidente del que zafó de milagro y, como siempre, un pin-pong movidito con hobbies, música, viajes en el tiempo y música. Pasen y lean…
-Contame de tu familia y tu infancia. ¿De dónde venís?, ¿en qué hogar te criaste?, ¿qué hacían tus viejos, hermanos/as?
-Soy nacido en el campo, vivo en Bragado. El campo está entre 25 de Mayo y Bragado, una cabaña bastante emblemática de Angus. Nací ahí. Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre fueron los mayordomos como se decía en esa época, o encargado como se dice hoy, de ese establecimiento. Tuve una infancia muy linda, viviendo en el campo, yendo a la escuela a caballo y teniendo todo lo lindo de vivir ahí. Eso fue hasta los 10 años.
-¿Y después?
-Me vine a vivir a Bragado con mis abuelos. Y ahí empezó una segunda etapa, bastante distinta. Siempre cuento que hay momentos en la vida que uno nunca se los olvida. Tenía 10 años y llegué a Bragado, al colegio Nro. 1, de dos pisos, dos divisiones, 30 compañeros por curso, y yo venía de estar en la escuela de campo, con un solo compañero, en un solo salón, donde una maestra daba clases a cuatro grados, 4to. a 7mo. Imaginate la diferencia, el susto y apichonamiento que tenía.
-Te fuiste a vivir con tus abuelos dijiste, ¿y tus viejos quedaron en el campo?
-Sí, claro. Tenía que viajar los viernes y volver los domingos. Eso hizo que fuera distinto porque no hacía deportes, ni jugar al fútbol ni nada. Pero a cambio de eso estaba con el caballo en el campo, disfrutaba de otras cosas.
-Dijiste que hay momentos que no se olvidan, y para un niño que se cría en el campo hay olores, sabores, colores, anécdotas que le quedan grabadas en el alma para toda la vida. ¿Cuáles son esos recuerdos tuyos imborrables?
-Hay cosas, como gordito de alma, que no me olvido más. Por ejemplo, las carneadas. Mi abuelo era fanático de eso. Revolvía para la morcilla, los chicharrones, todo eso. Pero no me olvido nunca que venía los martes y los viernes un panadero a traer la galleta grande de campo. Yo abría esa galleta, agarraba la miga blanca, comerla con un pedazo de jamón casero era… bah… sigue siendo, hermoso. Y también, traía las tortas negras. Esas cosas me quedaron grabadas. Después en el campo había dos mujeres, Margarita, después Teresa, que hacían comidas deliciosas, manteca, dulce de leche, todo se cocinaba. Y algo que me lleva a ese lugar y esos momentos, cada vez que los escucho es el sonido de una paloma. Ese sonido gutural.
-Pasaron los años, ese niño creció y llegó el momento de estudiar. Elegiste veterinaria. ¿Era tu plan A? ¿Tenías un plan B? ¿Qué te imaginabas haciendo?
-Siempre amé los animales. Veterinaria era mi único plan. Podría haber sido agronomía, alguna vez lo pensé, pero mi característica es más de acción, de andar con los animales, y me encantó. Y ahí si querés hacemos un punto de inflexión en mi vida. Mis viejos se separaron cuando estaba en la secundaria y tuvimos una adolescencia bastante caótica. Cuando llegué a la ciudad de La Plata a estudiar, no sabía hacerlo, estuve dos años en donde me fue muy mal. El primer año tuve que recursar tres materias de cuatro. El segundo año había tenido que recursar otra. Y a fin del año 1986 me vuelvo al campo. Le dije a mi viejo que no quería hacerle gastar más dinero, que creía que lo mío era estar ahí con él, seguir el camino que era el legado de mi familia. Para que te des una idea yo soy el tercer Guillermo, iba a ser el tercer mayordomo de esa estancia de mi familia. Traté de cambiar o torcerle el brazo a ese legado, aun estando orgulloso del camino de mis antepasados, pero ahí estaba.
-¿Y qué te dijo tu viejo?
-Ningún problema, “ahí tenés los caballos, empezá mañana”. Todo más que bien para mí. Aprendí a inseminar, me mandaron a un campo lejosestuvimos tres meses sacando celo e inseminando. En esa época lo que hoy se hace más fácil, poder programar los celos para inseminar en un día, antes te hacías amigo de las vacas más o menos… Y después de eso, que fue un año 1987 espectacular, mi abuelo, el Tata, me decía “Guillito” no dejes de estudiar, no dejes de estudiar. Y tanto me lo dijo o algo me di cuenta, que volví a estudiar. Vuelvo al campo, a Santa Sergia, le planteo a mi viejo eso y me mira con una cara… Mi viejo era el típico mayordomo de botas coloradas, sombrero, bombachas anchas que metía miedo, de mucho carácter. Y me dijo: “Podés hacer lo que quieras, ya sos grande, yo ya te ayudé una vez y esa fue tu oportunidad, ahora depende de vos. Acá tenés algo”.
-Ah, listo… Arreglate…
-Yo esperaba que me apoyara, que me volviera a ayudar. Yo ahí ya tenía una moto. Lo voy a ver a mi abuelo, que estaba bien económicamente pero no para ayudar a un estudiante. Me dijo que me ayudaba con la pensión, el alquiler. Me fui a Tandil con mi abuelo, hice ahí la carrera finalmente. Los tres primeros años con la ayuda de mi abuelo. Y trabajaba los fines de semana. Eso fueron tres años. Cuando pasé a cuarto año me agarró mi viejo y me ayudó de nuevo. Los últimos dos años pude terminar la carrera sin trabajar. El 30 de marzo di mi último final y el 2 de abril estaba en el campo trabajando con él. Y eso fue un cambio para mí porque mi papá con el ejemplo, sin mucha psicología, me enseñó lo que es el sacrificio, el valor de las cosas, y el tener que pelear por un objetivo. Que no todo viene de arriba. Y cuando uno tiene 18 años, uno no la tiene clara.
-A los 18 años es muy difícil encontrar eso que vas a hacer para toda la vida… Si bien vos ya sabías qué querías, pero empezaste te costó, diste marcha atrás y de nuevo para adelante. Está bueno que cuentes esto porque uno se puede equivocar…
-Sí, no sé si uno no tendría que empezar la facultad dos o tres años después de terminar la secundaria. Conocer mejor de qué va el trabajo que uno elige. Después lo vi con mis hijos. Yo tengo a Rosario de 30 años y “Pancho” de 25. Rosario tenía su vocación muy definida, con un buen secundario. Pero Pancho, cuando pasó al último año del secundario, le dije, tenés dos cosas por delante: la fiesta que es el último año, que va a ser efímero, pasa y ya. Y lo otro es definir qué vas a hacer los próximos 50 años. Casi se muere. Jaja.
-¿Qué te gusta de lo que hacés hoy?
-Yo arranqué un poco haciendo de todo con la veterinaria. Me recibí y mi viejo me dijo “ahí tenés 7 caballos”. Y ese fue mi primer móvil, una tropilla. Un día conocí a Carlos Munar, que es el padre de las transferencias embrionarias en bovinos, y fue un antes y un después en mi carrera. Me potenció en un montón de cosas y durante 25 o más años que llevo haciéndolo, es lo que más me gusta. Poder obtener los embriones de las vacas, transferir, preñar, todo eso es apasionante. Y todos los días volvés a dar un examen. Pero básicamente lo que me gusta es ir al campo, estar con la gente. Yo tenía un sueño de que cuando cumpliera 50 años iba a hacer una fiesta con toda la gente que me ayuda en el campo. Porque desde el que te trae la vaca, hasta el que te tiene la cola, están con vos todo el día. Y yo me reflejo en ellos porque yo arranqué desde ahí. Tengo mucha empatía en la manga. Yo fui uno de ellos. Yo estaba ahí, teniendo la cola, después la vida me ayudó y estudié, pero no soy distinto por eso. Asique disfruto mucho ir al campo, viajar.
-Y cuando uno está mucho viajando, es difícil con la familia. Me contaste que tu hijo, Pancho, se sumaba a algunas recorridas en parte, para poder estar con él.
-Sí, uno deja mucho de la vida social, con amigos, con la familia. La felicidad no es tan completa porque dejás eso en el camino.
-Bueno, ahora sí llegamos al capítulo de las motos. ¿Cómo surge esa pasión? ¿Encontrás algún momento en particular?
-No sé che si hay un momento en particular. Si recuerdo que era chico, y “Chacho” Polero iba en una moto del puesto a la estancia. Después de ahí andaba a caballo y siempre veía esa moto. Me atraparon desde siempre. En la secundaria estaban las primeras motos japonesas, y haciendo pruebas, y estábamos enloquecidos. Hasta que en el último año de secundario mi viejo me compró una moto, que tengo una anécdota con eso. porque mi viejo, que falleció ya, pero se enteró de esto hace pocos años. Me compró una moto tipo cross. A la semana, intentando saltar, me quiebro la clavícula y el cuento fue que papá supuso toda la vida que había sido jugando al rugby, porque si no, me la hubiera sacado al instante. Después dejé la moto, y estuve casi 25 años sin moto hasta que volví.
-¿Y cómo surgió la idea de hacer esos 35.000 kilómetros hasta Alaska? Esa linda locura…
-Eso es un combo de todo creo. Porque yo volví a la moto a los 50 y pico. Antes de la pandemia. Empecé a comprar unas motos viejas, que me gustaban antes pero antes no las podía comprar y ahora sí. Son medio reliquia, pero me gustan. Siempre quise comprar la moto que tengo hoy. Pero empezás a escalar. Hasta que me la compré cero kilómetro y vino la pandemia, estuvo como un año en el garaje mirándome todos los días. Hasta que pude hacer un viaje largo, mi primer viaje largo, a trabajar al sur. Siempre íbamos a ver a un cliente que está en Lago Blanco, Chubut, a unos 2000 kilómetros de Bragado. Y todos los veranos íbamos en avión hasta Comodoro Rivadavia y después auto. Yo ese año me fui en moto.
-¿Y cómo te fue?
-Bueno, como no tenía tanta experiencia la sobrecargué entonces cuando llegué a Bariloche se me había roto parte del equipaje. Llegué a El Bolsón. No sabía cómo arreglarlo. Y la vida me pone enfrente a “Riki”, de ahí el nombre de la moto. Un señor que estaba en la calle me ve tratando de arreglar la moto, me pregunta qué pasó, le cuento y me lleva al taller de Riki. Que estaba con Federico, su hija y su mujer. Era un taller de automóviles, no había ni una moto. Pero ellos son fanáticos de las motos. Pararon todo lo que estaban haciendo, me arreglaron la moto y pude seguir. Eso fue en enero. En febrero mi hija se va de mochilera a El Bolsón, le pido que le lleve unos vinos a Riki. Y en ese momento me llega un mensaje de Federico, el hijo, que a Riki lo estaban llevando a Bariloche, que estaba con Covid y termina falleciendo.
-Uff…
-Fue un detonante en mi vida. Ahí me empecé a dar cuenta que esto es un rato. Fue un golpe fuerte para mí. Me quedó dando vueltas en mi cabeza. Hasta que un día dije que mis motos se iban a llamar “La Riki”, en homenaje a ese hombre que estuve tres horas, pero dejó todo para ayudarme. No encontraba la forma de decírselo al hijo. Finalmente, después de un año y pico se lo dije. Fue muy emocionante para todos. Cuando fui a Alaska, llevé una foto que tengo con la moto, Riki, Federico y yo y la pequé en el cartel de Alaska. Volviendo a por qué el viaje, nace de una necesidad de hacer algo muy importante para mí, vinculado a la moto, ¿Qué es lo máximo? Ir para el norte. No sé si soy inconsciente o no, nunca tengo miedo. Siempre pienso que las cosas van a salir bien.
-¿Y cómo la llevaste?
-Muy bien. Creo que hay más gente buena que mala siempre. Y creo me ayudó haber dormido, por mi profesión, en una cama distinta casi cada noche. Yendo de un campo a otro. Comí con el estanciero más grande de Argentina y el peón más peón de todos. Y afrontando el frío o el calor, si hay que hacer el trabajo hay que hacerlo igual. Durante muchos años hice más de 100.000 kilómetros por año en camioneta.
-¿Cómo planificás un viaje como ese? ¿Qué cosas te sirvieron a vos? ¿Cuántas horas viejás? ¿Alojamiento? ¿Qué podés contar que le sirva a otro que esté en la misma que vos?
-Yo empecé de una manera y terminé de otra. Por más que había hablado con otra gente que había hecho este viaje. Después termina siendo tu propia experiencia. Pero fui rescatando de lo que ellos habían hecho para armar mi propio rompecabezas. Creo que para hacerlo divertido o más lindo, ir improvisando todos los días. De uno de los que lo hicieron, Emiliano, tomé programarlo hasta Jujuy. Y después, 300 o 500 kilómetros por día. Y después, vivimos en una época en la que es muy fácil. Vos llegás a cualquier lugar, ponés motor de búsqueda de alojamiento y ya está. no tenés casi que ni preguntar. Eso lo hace más fácil. En resumen, se puede hacer con cualquier moto, chica o grande, podés demorar más o menos, pero no es un viaje de velocidad. Hay que ir con casi nada de equipaje. Y tener la tarjera de crédito bien, para bancarlo económicamente. Jaja.
-¿Y no es peligroso?
-Y que se yo. No. Digo no si seguís las recomendaciones que te dan las personas que conocen los lugares. En México, por ejemplo, me recomendaron no viajar de noche y viajar por autopistas. Y después, Centroamérica, que por ahí te dicen, la verdad, lo que más rescato del viaje es la gente. La solidaridad. El 80 por ciento o más de la gente es buena. Después un amigo me dijo, ¡vos pensaste que te fuiste hasta Alaska haciendo equilibrio en dos ruedas! Jaja… que locura… nunca lo habían pensado…
-¿En qué vas pensando mientras hacés viajes, tiradas largas, porque podés viajar con otro pero en el durante, estás solo, vos y la moto?
-Tu mejor amigo es el casco. Estás ahí adentro encerrado. Yo salí solo, pero esas cosas mágicas del camino, permitieron que hiciera un tramo, de Salta a México, con un uruguayo, Ricardo Méndez. Fue un hermano para mí. En Cancún me encontré con Fabio Ortellado, un bragadense que vive allá y somos amigos de la infancia. Y en estados Unidos con Tito Melega que es otro bragadense que vive allá, también amigo de la infancia. Cuando vas solo, te preguntan qué hacés tantos kilómetros solo. Y yo contesto: “yo estuve 25 años esperando ese momento, para mí era felicidad total, no es fácil de explicar”.
-¿Qué significó el viaje para vos?
-Es un antes y un después sin dudas. Creo que me está cambiando en varias cosas. Trabajando menos, buscando otras cosas…
-¿Tenés alguna próxima aventura en mente?
-Cuando estudiaba decía que me iba a ir a vivir a Australia. Y me quedó eso. No lo conozco. Y con el uruguayo tenemos esa idea. Es un viaje distinto, hay que comprar una moto allá, que se yo… será dentro de 3 o 4 años. Pero sería muy lindo. Y después, me gustaría conocer un montón de lugares de Argentina, uno de los lugares más lindos para andar en moto del mundo. Esos serían mis desafíos en moto, Australia y más de Argentina.
-Llegamos a la pregunta animal, nosotros le preguntamos por si tienen una mascota, perro, gato, ¿Qué vínculo tienen o tuvieron con esas mascotas?
-Si vamos a cuando era chico, mi caballo se llamaba “El Califa”, ese fue mi primer gran amor. Anda todo el día. Era un petiso. Después pasó el tiempo y apareció hace 8 años en mi vida “India”, una border collie, que anda para todos lados conmigo en la camioneta y debe estar próxima a cumplir un millón de kilómetros al lado mío. Duerme en hoteles, casas, me puede… Incluso tenemos una anécdota muy fuerte. Yo tuve un accidente, estoy vivo de casualidad. En noviembre de 2021 me quedé dormido y le pegué a un camión de atrás con la camioneta. Íbamos India y yo. Pegué un volantazo y lo único que quedó de la camioneta es el pedacito donde yo estaba. El resto, pedazos. La perra había desaparecido. Fue uno de los peores momentos de mi vida, pensar que había matado a la perra. Hasta que la encontramos. El vínculo con la perra es difícil de explicar. Algunos dicen la humanizás… Sí, la humanizo, una hija más.
-Llegamos al pin-pong de El Podcast de tu vida, y la primera pregunta es ¿Cómo te va en la cocina? Si sos de cocinar, si tenés alguna especialidad…
-Me gusta cocinar, pero no sé mucho. Si tengo que encarar, le encaro. La parrilla sí me gusta más. Lo que pasa es que siempre tuve rodeado de buenos asadores que se quedan con la parrilla. Pero si tengo que hacerlo lo hago y lo disfruto. Y te diría que es mi comida favorita. Cualquier tipo de carnes, muero por eso… creo que es lo que más extrañé en el viaje.
-¿Algo que te resetee, además de la moto, obvio?
-Durante mucho tiempo hice ciclismo, de montaña o rural bike, pero más que nada por algo físico, para estar bien. Fueron como diez años. Y es gracioso, porque requiere de entrenamiento y mi tiempo para entrenar era cuando podía, entre trabajo y trabajo, en medio de viajes y en el campo. Asique muchas veces, cuando cortábamos el laburo en la manga, me ponía las calzas y salía andar en bici, los paisanos me miraban raro. Y después siempre cuento que hay una carrera emblemática del rural bike, la de Río Pinto”, que se corren 84 km en la cumbre. Y Bragado es un lugar muy de ciclismo, e iba mucha gente de acá, 25-30 corredores. Yo fui 9 años seguidos y tengo el récord absoluto que las 9 veces salí último…jajaj. Un récord difícil de igualar, pero el hecho era correr y disfrutarlo. Ahora hace un par de años que lo dejé de hacer. Y después, tenis, paddle… fútbol no soy bueno, pero que se yo… Un tipo fuera de serie.
-¿Algún lugar que recomiendes?
-Por trabajo me tocó estar en España, me encantó. Y en el viaje me enamoré de Colombia, por la gente, porque me pasaron cosas con colombianos que me ayudaron en momentos difíciles. También las comidas. Está muy bueno.
-Si pudieses tener algún superpoder, ¿Cuál te gustaría tener?
-Espero no quebrarme, pero desearía volver a estar con mi abuelo y que él pueda ver lo que yo pude hacer, desarrollar una carrera, tener 14-15 personas trabajando, es un orgullo y siempre me reflejo en él. Lo extraño todos los días. Todo lo duro que era mi papá lo era él, El Tata, pero el abuelo tenía más empatía. Y era fanático de la cabaña, de los animales, llegó a lograr sacar un gran campeón de Palermo. Un fenómeno.
-La última pregunta tiene que ver con que elijas un tema musical.
-Me gusta “Brindis” de La Sole. Ese sería.
-Espero la hayas pasado lindo.
-Gracias, fue como charlar con un amigo. Antes de cerrar creo que desde donde estemos tenemos que agradecer todos los días lo que nos da la vida. Soy muy agradecido a la vida por las posibilidades que me dio. A mis hijos y a Gaby, mi compañera hoy, que me bancó en todo el viaje.