A María Ester Morales (Maru) se la distingue entre los productores de la zona, porque es inquieta, trabajadora y abundante. Produce una gran variedad de cultivos, ejerce una gratitud admirable y abre su chacra a todo el mundo. Además, participa activamente en instancias de encuentro e intercambio con sus pares.
El ritmo del campo no la detiene, pero hacerse un tiempo para recordar sus raíces y cómo llegó hasta allí la emociona. Entre las entregas de verdura en el pueblo, se hace el espacio para hablar de lo que la ocupa, esa vida que eligió hace unos 9 años cuando conoció a Marcelo Filet y ensambló su familia.

La vida productiva venía de la historia de ambos. Maru, criada junto a 9 hermanos en una chacra de Contralmirante Cordero, un municipio ubicado al noroeste de la provincia de Río Negro, en el departamento General Roca; recuerda a su papá, peón rural que producía en amplitud y variedad como ella, y a su mamá, una mujer aguerrida que complementaba la tarea con envasados y preparaciones que aun recuerda. “Gracias a eso nunca faltó el alimento”, asegura la productora.
Maru tuvo distintos trabajos y estuvo ligada al acompañamiento terapéutico. Marcelo venía de producir huertas y del mundo de la gastronomía, pero al empezar una vida juntos y ya con sus hijos grandes, comenzaron a planificar su futuro cercano a la tierra, vendieron sus propiedades y fueron juntando fondos para invertir en una chacra donde se visualizaron rodeados de cultivos.
El paso previo fue comprar un Food Truck y viajar a distintos destinos, donde fueron parando al costado de las rutas para vender comida. La pareja puso un plazo de dos años para concretar su sueño, y en ese lapso juntaron el dinero que necesitaron para adquirir el campo que tienen hoy pegado a Picún Leufú.
“Mi padre y mi madre son las raíces, esta emoción que me lleva por la vida con una gratitud tan grande”, expresa Maru con emoción y continúa: “él siempre fue peón rural y mi mamá mujer de campo. Formaron un hogar y, con esta dignidad del trabajo, mi niñez transcurrió en una chacra donde ellos eran cuidadores. Hacían de todo: raleo, poda, mantenimiento, riego; de eso fui aprendiendo”.
Ese legado es llevado hoy a la práctica en el campo que Maru y Marcelo desarrollaron en el paraje “El Sauce”, perteneciente al departamento Picún Leufú y pegado a la localidad del mismo nombre.
En la zona, los productores han desarrollado por años pasturas y ganado ovino y bovino, pero la pareja se animó a producir frutas, verduras y cerdos frente a toda inclemencia, dado que es un lugar donde se plantean desafíos como la falta de agua y ráfagas de viento que pueden superar los 100 km/h.

El arroyo Picún Leufú nace de las dos lagunas de deshielo que tiene el cerro Chachil a una altura aproximada de 2000 m.s.n.m. y a lo largo de su trayecto se forman saltos y cascadas sobre rocas de basalto.
Siempre pensando en positivo, Maru enumera las bendiciones que la rodean en su espacio: “Ese agua de deshielo del cerro Chachil, luz, internet, y agua de riego”, enumera. Además asegura que “las chacras que están en sus márgenes tienen agua durante todo el año que proviene de la estación de bombeo La Picacita, el canal de riego de la localidad”.
Convertida en lo que soñó, asegura: “Yo realmente me creo productora. Porque yo sé lo que trabajo, sé lo que lo que vale cuidar una planta en todas las etapas y en todas las temporadas para sacar un buen fruto para mí y para ofrecértelo a vos”.
Con ese ímpetu saca cerezas, pelones, damascos, ciruelas, y dos variedades de durazno, entre otros frutos. Asegura que esa producción “este año ha sido excelente”.
“Cerezas todavía tenemos en las plantas y ya no hay nadie que tenga. Lo mismo con los membrillos. Tenemos la producción de cerdos, además tomates, zapallo, berenjena, morrón, lechuga, manzanos y nogales en desarrollo. De todo un poco”, enumera la productora que además hace plantines para vender y se suma a todo desafío: desde medirse en un concurso organizado por la provincia que premia el zapallo más grande, hasta emprender jornadas de intercambio de saberes con otras mujeres rurales en cualquier punto del país.

Poniendo en valor sus raíces, en su predio le gusta invitar a recorrer el espacio, conocer cómo se cultiva, dejar que los visitantes cosechen sus propios alimentos y ofrecer también las conservas y dulces que elabora como valor agregado de su producción.
Todo lo que obtiene se comercializa en el pueblo. Por eso asegura que “se puede vivir del campo”. Maru quiere “contagiar a otros a hacer su producción, a tener sus plantas y a entender que el esfuerzo y el trabajo alrededor de ello tiene un valor”.
En el campo “a veces estás bien y a veces estás mucho mejor”, observa, poniendo en su apreciación el mismo cristal con el que mira la vida.





