Oscar Augusto Andreatta (48) está al frente del viñedo familiar que comenzó su tatarabuelo Chéssare Augusto, hace más de 100 años. Con orgullo manifiesta que su familia produce vinos de la cepa malbec desde 1945. Es que aún conserva una botella de esa época, en la que curiosamente escribían “malveck” en la etiqueta, época en que aún no se llamaban “varietales” a los vinos de estas cepas. Hace dos años y medio que una parte de su producción sale con la certificación de “vinos orgánicos”.
El viñedo se encuentra en Siján, en el valle de Pomán, al pie del cerro “Manchao”, que integra el cordón de Ambato, en Catamarca, al límite con La Rioja. Manchao no significa “manchado”, sino en la lengua nativa, “lugar de miedo”, porque mide 4.561 metros de altura y es muy difícil de escalar.
Oscar vive en la capital, San Fernando del Valle de Catamarca, donde en 1968 su abuelo Oscar, junto a su bisabuelo Augusto, levantó una nueva bodega familiar, porque éste había vendido parte del viñedo y la bodega original que había levantado en Siján en 1921. Su padre, Oscar Augusto, continuó con la empresa. Hoy, su homónimo hijo, para llegar al viñedo debe recorrer 70 kilómetros, atravesando una cadena montañosa por la Quebrada de la Cébila hasta el valle de Pomán. Recuerda Oscar que en los veranos, a causa de las lluvias, se tornaba muy difícil atravesar los ríos para llegar hasta allí.
Llama la atención el color blancuzco del suelo de la viña, que se riega con el agua natural de vertientes de montaña. Se debe a que la toma de agua está en el cerro Blanco, el cual debe su nombre a su abundancia en “caolín”, un mineral básico que se utiliza para la fabricación de la porcelana sanitaria. El agua lo acarrea en forma de piedritas blancas, que se depositan en los áridos suelos arenosos del viñedo.
Su tatarabuelo vino de Italia en 1896 y al poco tiempo levantó el viñedo y la bodega original, que se llamaba El Chango. La misma tenía además un alambique dotado de una columna rectificadora, con el que se producía aguardiente y también se utilizaba para la producción de alcohol vínico que proveía a las grandes licoreras de esa época. Aquella bodega se vendió a la familia Nanini, que aún conserva pedazos del alambique original, el cual –dice Oscar-, en aquellos años era tecnología de avanzada. Sostiene que él, siendo ingeniero mecánico, hoy duda de que lograría construir de modo tan perfecto los sótanos, las cavas y piletas, con piedra y cemento.
Andreatta describe su importante bodega familiar, construida en la capital catamarqueña, que hoy se llama Michango, y da detalles de su viñedo: “Tiene sótano y tres plantas, es un orgullo para nuestra provincia”. Su hermano Vicente, es socio, pero trabaja de otra cosa. “En la finca, tenemos cepas tradicionales, malbec, torrontés, moscatel de Alejandría y bonarda. Más tarde plantamos cabernet sauvignon y syrah”. Explica que: “Genéticamente la cepa moscatel de Alejandría es la ‘madre’ de la uva torrontés”.
La finca se encuentra en transición para ser declarada orgánica. “Para lograr la certificación orgánica no tenemos que modificar nada –asegura Oscar- porque en realidad esta región es agroecológica por naturaleza. Sólo tuvimos que marcar la trazabilidad para lograr la certificación orgánica de la bodega, que logramos este año. En la bodega, para vinificar, todos los insumos que comprábamos eran orgánicos”.
“Lo caro era pagarle al inspector para que viniera en avión desde Buenos Aires a hacer la auditoría. Pero gracias a Dios, hoy tenemos un auditor que vive en Catamarca. Hoy producimos vinos finos con certificación orgánica, un malbec, un bonarda, un blend de tintos (es un corte de malbec, cabernet y syrah), un torrontés y un espumante”.
“También hacemos una línea de vinos y espumante tradicionales, sin el rótulo de orgánicos -si bien toda nuestra producción es orgánica- para diversificar y llegar a distintos clientes. Hemos agregado un torrontés rosé y un vino blanco dulce natural, elaborado con moscatel de Alejandría, que es una delicia frutal en boca y en nariz”, afirma.
“Además continuamos la tradición familiar de seguir fabricando aguardiente. Hoy somos la única destilería inscripta en Catamarca, cuando llegaron a haber tal vez 15. Llegamos a tener la Fiesta Nacional del Aguardiente, que se hacía en la zona de Valle Viejo, netamente de producción de aguardiente”.
“En nuestro escudo provincial tenemos un racimo de uvas. El General San Martín llevó aguardiente en su campaña libertadora. Creo que si los peruanos elaboran su famoso pisco a partir de la uva moscatel de Alejandría que trajeron los conquistadores españoles, y lo mismo, los bolivianos con el Singani, nosotros deberíamos dar una denominación de origen a nuestra aguardiente”, reclama Oscar.
Y además afirma que “tenemos un compromiso natural con el medio ambiente en el que nacimos y vivimos. De las 13 bodegas de COVIAR, fuimos la primera tanda en implementar sustentabilidad y sostenibilidad. Hacemos nuestro aporte para que los pobladores no migren. Trabajamos con el municipio en la separación de los residuos. Llevamos la poda, el pasto cortado y demás, y los depositamos en el llamado ‘Punto Giro’, por el cual la Municipalidad nos otorga un certificado”.
“Este año fue raro, porque hizo mucho calor y después llovió mucho, entonces a la uva le costó madurar. Sufrimos mucho porque la incertidumbre nos duró hasta el último momento. Menos mal que al final logramos un buen vino. Siempre tenemos que mantener el optimismo, aunque no conseguimos gente para ocupar la mano de obra”, lamenta Oscar Augusto, quinta generación de viñateros.
Pero a la vez celebra: “En Buenos Aires ganamos el ‘Oro’ del concurso ‘Sub 30’ con nuestro malbec, con un ‘red blend’ (de uvas tintas), con un bonarda y con un torrontés rosé, macerado en orujos de malbec. Después salimos muy bien puntuados en el concurso internacional de vinos y licores, ‘Vinus’, de EEUU, con un malbec y con el red blend. Todo esto nos va señalando que vamos por buen camino”.
“En la época de mi abuelo, el consumo promedio de vino por persona, era de 90 litros al año, y hoy apenas llegamos a los 20 litros. Nosotros producimos entre 40.000 a 50.000 por año y producimos entre 50.000 y 60.000 botellas. El nivel de precios de nuestros vinos ronda los 2000 pesos en este fin de 2022″.
“Estamos desarrollando nuevos productos, con varios proyectos compartidos con la Universidad. Con la Facultad de Ciencias Agrarias estamos trabajando en uno que consiste en compostar el orujo y transformarlo en un fertilizante líquido”, sigue contando Oscar, quien, aprovechando sus conocimientos de ingeniería mecánica, se halla desarrollando algunas máquinas.
Por ejemplo, se ha ocupado en automatizar algunos procesos, logrando manejar desde su teléfono o su computadora el remontaje y controlar la temperatura durante el proceso de fermentación. Actualmente lo está “puliendo” junto a la Universidad de Catamarca y a la Facultad de Ciencias Agrarias. “Es que queremos marcar la trazabilidad desde el ingreso de la materia prima, la uva, hasta la terminación del vino”, señala Oscar con gran entusiasmo.
Otros productores de Hualfín han logrado la certificación orgánica de sus viñedos gracias a la ayuda de la Facultad de Ciencias Agrarias. Aquellos le entregan sus uvas seleccionadas y Oscar les está elaborando un espumante orgánico. “En 2011, fuimos la primera ‘Champagnera’ del norte argentino y hasta hoy somos la única de Catamarca”, señala.
“No tenemos distribuidores, vendemos a vinotecas y restoranes. Tenemos clientes en todo el país. Si no logramos un buen precio en el flete, no vendemos. Hace bastante tiempo que nos cuesta conseguir insumos y el problema de la inflación, para nosotros, ya pasó a segundo plano. Hay unas mil bodegas y hoy tratamos de mantener nuestro lugar en el mercado, aunque por momentos estemos con la producción detenida”, enfatiza.
En 2023 ya tendrán la certificación orgánica de su viñedo, como ya la tienen de su bodega. Paula, la esposa de Oscar, suele acompañarlo a las ferias donde presentan sus vinos. A pesar de las dificultades que atraviesa el país y el mundo, ellos están llenos de sueños y de futuro.
Nos quisieron despedir con la zamba “Catamarca”, de Manuel Acosta Villafañe, por el grupo Carafea:
Me encanta leer cada nota, es como viajar a mí patria por senderos, tan llenos de sueños como el mío!