Antes de que el pueblo de Carhué se llamase como tal, hace 140 años, ya funcionaba allí el molino que aún hoy da vida económica a esa región del sudoeste de la Provincia de Buenos Aires. Parte del trabajo que lleva adelante el Grupo San Nicolás, que preside Carlos Ares, es volver a poner en valor esa planta agroindustrial y fortalecer el vínculo con la comunidad local, a partir del rescate de una larga historia que se remonta a la época de la Campaña del Desierto.
“Hemos generado bastante expectativas y lo que hacemos tiene una gran repercusión”, señala Ares en diálogo con Bichos de Campo. Lo dice porque la firma que dirige no sólo apunta a que el partido de Adolfo Alsina y sus alrededores cuente con su propia producción harinera, agregando valor a las espigas de trigo, sino que el verdadero objetivo es aún más ambicioso: la creación de un polo regional triguero con todo tipo de actividades, desde lo educativo hasta la bioconstrucción. Por eso la empresa impulsó la realización, hace algunas semanas, de la primera Fiesta del Pan, que convocó a toda la comunidad.
La historia del molino es digna de una enciclopedia escolar. Fue fundado por las familias Fino y Marino en 1885, tan sólo 8 años más tarde de que naciera el pueblo de Adolfo Alsina, que tiempo después se comenzó a llamar Carhué. No eran tiempos de paz, pues era muy reciente la fundación del fortín, a cargo del militar ítalo-argentino Nicolás Levalle tras la Campaña del Desierto de Roca, y todo el tiempo se corrían riesgos de ser asaltados por malones.
Entre tropezones y caídas, los habitantes de esta aventura productiva resistieron y crecieron a la par del pueblo. En 1900, gracias a una concesión, el molino logró poner en funcionamiento la primera turbina que dio electricidad a Carhué. No es de extrañarse que, aún hoy, sea un importante símbolo para los locales y una de las principales industrias ubicadas en la región.
En el sudoeste bonaerense, hay trigo, capacidad productiva y mucha historia. Todo ese capital es lo que el Grupo San Nicolás quiere potenciar para rendir homenaje a lo que representa el molino. En dicho sentido, Ares explica que el propósito es crear un clúster empresarial y así fomentar el crecimiento de otras pymes, aumentar la productividad y devolver a la comunidad los beneficios obtenidos.
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El planteo del Grupo San Nicolás -que se hizo cargo del molino luego de un periodo de crisis hace algunos pocos años- es interesante: trabajo en red entre empresas e instituciones en el interior productivo y menor dependencia de los grandes conglomerados nacionales. Sería un error afirmar que el grupo que dirige Ares no tiene la capacidad para llevarlo a cabo, pues cuenta con varias otras firmas que demuestran lo contrario.
“Queremos dar otro tipo de luz”, señala Carlos al recordar aquellos años en que el molino cumplía esa función en el pueblo, donde es prácticamente la única industria además de un frigoríficos. Hay algo de ese vínculo que mantenían las empresas con la sociedad civil que añora y que quiere volver a poner en práctica con un clúster regional.
Muy seguro de que lo lograrán, afirma: “estamos trabajando para superar las tentaciones que hacen que no podamos enfocarnos, fortalecernos y hacer comunidades productivas y profesionalizadas”.
Si algo tienen a favor es que la molinería, al igual que sucede con la actividad azucarera y frigorífica, constituye el primer tramo de la cadena de valor, y tiene tanto de imprescindible como de compleja. Es más, si se tiene en cuenta que sólo se procesan alrededor de 5 millones y medio de toneladas de trigo, prácticamente un cuarto de todo lo producido en la Argentina, es evidente que el sector aún tiene mucho por crecer.
Sin embargo, hay complejidades. En todo el interior productivo hay historias por demás interesantes, como lo es la del molino de Carhué, pero falta sentido real de pertenencia y capacidad para defenderse del centralismo de las políticas. Eso explica la invisibilización que muchas veces tiene su impacto sobre la comunidad.
“Quizás lo que no hemos logrado con la molinería es posicionarnos como pymes, por eso no tenemos la voz bien representada”, señala Carlos, en todo reflexivo. Lo dice porque, si bien cuentan con su propia cámara de pymes molineras, en las discusiones más acaloradas es la Federación Argentina de la Industria Molinera (FAIM) la que habla por ellos al igual que por otros gigantes del sector. Desde ya que sus intereses quedan subrepresentados.
“No podemos hacer valer una pyme de pueblo, que es esa que da trabajo, sufre y padece, dentro de las discusiones sectoriales, gremiales o con el gobierno”, lamenta el empresario.
Es precisamente esa carencia la que los impulsa a buscar una alternativa en el trabajo conjunto con otras pymes e instituciones locales, y así potenciar la capacidad productiva y generar empleo tanto directo como indirecto. Incluso, la idea de formar un clúster no apunta únicamente a agregar valor al trigo, porque involucra también muchos otros circuitos, desde los servicios hasta la bioconstrucción.
Por ejemplo, Agroplak es una de las firmas del Grupo San Nicolás que promete trabajar en tándem con el molino, porque se dedicará a fabricar agroplacas ignífugas, térmicas y eco sustentables a partir de desechos del trigo. No todo es harina, panificados o alimento para el ganado, y parece que el mercado da oportunidades óptimas para expandirse.
Al respecto, Ares adelantó a Bichos de Campo que han firmado un convenio con Ekoplanely, una firma checa líder en el sector que les proveerá los suministros y el conocimiento necesarios. Así, el proyecto es que Carhué monte la primera fábrica productora de agroplacas de paja de trigo del país, en el mismo predio que el histórico molino.
“En torno a la cadena del trigo no necesariamente tiene que ser todo trigo”, asegura el empresario, y lo ejemplifica con ese caso. Agroplak se dedicará a producir materiales clave para la construcción en seco, y si el trabajo en red con otras pymes está aceitado, pronto habrá casas, edificios, hospitales, clubes y negocios con sus placas ecológicas.
Ese ambicioso proyecto corre en paralelo con una propuesta de fondo, que es fortalecer la formación e investigación en el suroeste de la provincia, para que sus técnicos, operarios y profesionales no tengan que venir necesariamente de las grandes ciudades.
Aunque parezca un objetivo muy a largo plazo, Ares es optimista y considera que están próximos a cumplirlo, pues asegura que están “en la misma sintonía” con las autoridades locales y provinciales y que ya trabajan con universidades y escuelas de oficios de la zona para fortalecer la oferta educativa.
El pueblo que acogió al molino hace casi 140 años ya no es el mismo de antes. Pero con un renovado sentido de pertenencia, está claro que se quiere honrar su historia.
“Mi base filosófica siempre fue la interdependencia institucional, sea desde el punto de vista público o privado. Creo que los centros como Buenos Aires, Córdoba o Mendoza son verdaderos faros de iluminación y conocimiento. Con las nuevas herramientas que hay, estamos tratando de crear un centro de estudio propio y una escuela para líderes de organizaciones para que los pueblos tengan acceso a eso más fácilmente”, define el empresario.
-¿A quién estará dirigido ese esfuerzo?
-La idea principal es generar arraigo en los jóvenes y formar líderes para instituciones sin fines de lucro, organismos públicos y para pymes de todo tipo. La idea es que nos podamos profesionalizar cada uno en los espacios en los que nos gusta desenvolvernos, porque se construye desde los cimientos. Y los cimientos están en el interior del país.