María Lucía Córdoba y su esposo, Pedro Vicente Gómez, conforman una familia ensamblada. Se habían conocido vendiendo AFJP, se unieron en el año 1996 y en 2018, se casaron. Vivían en la ciudad de San Juan, pero a Lucía siempre le había atraído la vida campestre. Ella tenía una tía llamada Nora, que falleció y le dejó en herencia un departamento. Decidieron venderlo, y en el año 2008 -por consejo del ingeniero agrónomo “Catuco”- compraron siete hectáreas en el Departamento de Albardón, ubicado al centro sur de la provincia de San Juan, en el centro de la región cuyana y al norte del valle del Tulúm, a sólo 20 minutos de la capital provincial.
“Era un basural de un metro de alto, donde habían quemado un parral y lo habían dejado abandonado”, contó Pedro sobre ese campito ubicado exactamente sobre el Callejón Perón al 5419, en Albardón.
Con mucho esfuerzo crearon allí la “Granja Orgánica Tía Nora”, aprovechando 5 de las 7 hectáreas. En las dos restantes proyectan crear un bosque autosustentable. Allí hicieron su casa, luego una huerta agroecológica y una granja donde tienen una llama, una mula, un burro, una vaca, cabras, gallinas, pollos, conejos, patos, gansos, pavos, un faisán, tortugas, perros y gatos.
En la huerta se puede hallar albahaca común, morada y santa, ají “sweet banana”, dulce, para conserva, quinoa, amaranto, nabo, tomates “verde cebra” o “baby blue”, zanahoria blanca o chirivía, tomatillo mexicano, akusay, pack choi, kale e infinidad de legumbres, verduras, hortalizas, flores, hasta calabazas para hacer mates. Tanto, que no dan abasto para cosechar.
Plantaron árboles, pusieron juegos para chicos y una pileta de natación. Crearon una cabaña ecológica que alquilan para los turistas, otra más sencilla, de madera, y un restorán de comidas regionales. Le dieron un perfil educativo, para los alumnos de las escuelas, y también turístico, dándose cuenta, luego, de que estaban siendo pioneros del turismo rural en San Juan.
Pedro se ocupa de la administración, las compras, logística de los animales, atención al público, del restorán, la pileta y el parque. Lucía es la apasionada de las plantas y adhiere a la idea de que “no hay malezas sino bienezas”.
Explicó Lucía que las aromáticas se siembran en espiral y escalonado, cerca de la cocina: arriba, donde tienen más luz solar y menos humedad, las plantas más rústicas como lavanda, romero; otras en una altura intermedia, y más abajo, las que necesitan sombra y más humedad, como la menta. Que la santaolina es buena para la vista, en infusión, y se usa para ornamentación, que las semillas de hinojo se echan en el mate y eliminan los flatos, que la pezuña de vaca previene la diabetes, y siguió con la buscapina, el alcanfor y el ajenjo. Rotan los cultivos, porque las verduras consumen más nitrógeno, y las raíces, más potasio.
Mientras enumeraba las virtudes de cada planta, Lucía iba citando a los referentes de la “permacultura” y recomendando ver filmes alusivos a una cosmovisión mística que nos invita a comprometernos de modo social y cultural con la naturaleza.
Lucía siguió enseñando: “En la permacultura se trata de aprovechar toda la energía natural, y todos los elementos del ecosistema deben cumplir más de una función. Nosotros elegimos cortinas de álamos, porque frenan los vientos, pero además sus hojas pueden ser usadas como forraje, o caen y sirven de abono. Y también son una fuente de producción de madera sustentable, porque al poco tiempo de ser cortado, vuelve a crecer y no se necesita volver a sembrar.”
Orientaron “Tía Nora” para toda la familia y además celebraron convenios con las universidades de Montpellier (Francia), Van Larenstein (Holanda) y Saltillo (México), cuyos alumnos de la carrera de Agronomía y Desarrollo Sostenible realizan intercambios culturales: llegan a “Tía Nora” a sembrar, cosechar, preparar quesos, cocinar, ayudar y hasta a construir una de sus cabañas, durante una semana, sin goce de sueldo. Pedro y Lucía les dan alojamiento y comida.
Hoy se puede visitar todos los días, hacer senderismo y pasear a los chicos sobre el lomo de la vieja yegua “Jenjibre”. Las visitas pueden cosechar las frutas, verduras u hortalizas, aprender a preparar un queso de cabra, un pan casero al horno de barro o unas empanadas, a hacer conservas de aceitunas, arrope de tuna o de uva, dulce de membrillo en casco, recoger los huevos de las gallinas, plantar almácigos, o ponerse unas botas de goma y regar “a manto” -o riego por inundación- el parral de uvas moscatel y de cereza, los olivos y los árboles frutales. Riegan la huerta, por goteo.
A futuro proyectan ofrecer avistajes de aves, aprovechar las plantas medicinales para fines curativos, pero también las que sirven para confeccionar artesanías, moler las vainas de la algarroba para hacer harina, y cocinar arrope de chañar a fuego lento. De la retama se pueden hacer ceras y pinturas, me agrega Lucía.
En su restorán de campo sirven platos típicamente cuyanos y elaborados con los productos orgánicos de su granja y de su huerta. Preparan Tomaticán, Humita, locro, empanadas criollas y capresse -con su propia albahaca y tomatitos cherry de la huerta-, cordero al horno de barro, higos en almíbar y los desayunos, con semitas caseras con chicharrón y queso de cabra.
Su proyecto pospandemia fue hacer dos viveros para producir plantines y almácigos de hortalizas de estación, e ir especializándose en flores silvestres y plantas medicinales.
Lucía me dio una noticia: “Hemos comenzado un proyecto de bosque de plantas autóctonas de la región, con fines industriales, incluso con gramíneas nativas, para forraje, arbustos, trepadoras como la vid –los griegos la hacían trepar sobre los olivos-, cañas de Castilla -que son plaga en San Juan, destinadas a la construcción o para hacer flautas-, alcornoque -cuyo corcho se utiliza para aislación térmica-, ramas para leña, etc. Es un bosque que imita a los naturales, pero diseñado cuidadosamente por el hombre para que sea autosustentable, productivo y comestible, sobre todo porque hay que panificar los espacios que necesita cada planta para crecer, comenzando por plantar un 90% de plantas leguminosas -que absorben el nitrógeno del aire y lo fijan en el suelo a través de sus raíces-, poblándolo de fauna autóctona -como lombrices, sapos y aves- y abonándolo dos veces al año con compost, aprovechando los bordes y las partes intermedias, con la mayor biodiversidad. Debe tener todos los elementos de un bosque natural, por ejemplo, árboles de distintas alturas, de “dosel” medio -que es la mayoría de los árboles frutales- en especial, silvestres- y de mayor altura como el nogal, el castaño y el pistacchio. Una vez establecido un ecosistema equilibrado -donde hasta las plagas se controlan entre sí- en un período de seis años el bosque pasaría a ser productivo -aunque la mano del hombre dejara de intervenir en él- logrando pasar a un 90% de plantas productivas y un 10% de leguminosas”.
Y continuó Lucía: “Nuestro objetivo a corto plazo es construir una posada rural, y nuestra meta es llegar a que nuestra granja se convierta en un modelo de granja autosuficiente. Queríamos vivir una vida más cercana a la naturaleza, comiendo sus frutos lo más saludables posible, y vivir lejos del ruido ciudadano. Pero nuestra vida no es tan tranquila, porque hay que trabajar mucho”.
A esta encantadora pareja le quise dedicar la Huella del forastero, de El Chango Huaqueño, por la gran cantora sanjuanina, Susana Castro.
La visité! Momentos únicos. Excelente atención de Lucía y Pedro. Maravilloso trabajo. Los admiro.
Todo exquisito. No dejen de probar las sopaipillas para el mate! Aunque en realidad, todo es un manjar.
Me alegra que vayan por más!
Aunque sé que es sacrificado!
Les deseo Éxitos, Prosperidad y Felicidad!!!