Nicolas Rotuno es uno de los tantos trabajadores rurales que ponen mucha pero mucha garra y esfuerzo para ganarse el mango y sostener a sus familias.
Desde los 13 años que comenzó a trabajar en las comparsas ovinas junto a su padre adoptivo, Juan Matías Ruíz, quien difundió por redes sociales el currículum de su hijo de 21 años, con la esperanza de que de alguien se diera cuenta de sus aptitudes laborales y lo contrate para volver a trabajar en el sector.
La familia es oriunda de Balcarce, en la provincia de Buenos Aires. En esa región hacen las esquilas de las ovejas entre septiembre y diciembre, pero el resto del año viven en Arroyo Cabral, Córdoba, dónde el papá de Nicolás trabaja en una cabaña de ovinos.
Mientras tanto él se las arregla como puede trabajando en el control lechero de los tambos de la provincia. Entre tambo y tambo le quedan apenas un puñado de horas a la semana para volver a casa a ver a su esposa e hijo.
Se sabe que el trabajo en el tambo es muy sacrificado. Nicolás da cuenta de ello: “Arrancamos a las 2 y media o 3 de la mañana según el tambo, hacemos la medición de los litros producidos, se toma el número de caravana, se sacan muestras para el análisis de la calidad de la leche y según su composición se define el precio”.
Pero la cosa no termina ahí: “En los tambos de dos ordeñes se hace el segundo control a las 12 horas, pero en los más grandes que tienen cerca de mil vacas se hacen tres por día. Eso no nos deja mucho tiempo para descansar. Hay semanas en las que casi no descansamos, se trata de terminar el control el sábado por la mañana, pero si hay un tambo nuevo seguimos la recorrida y no volvemos a casa”.
Si bien está agradecido de tener trabajo, lo suyo es la actividad ovina, y en ese rubro pretende desarrollarse ya que tiene muchos conocimientos de diferentes actividades productivas. Nicolás hizo de todo y desde muy temprana edad.
“La primera vez que salí fue solo una semana, no podía faltar mucho al colegio. Pero a los 13 salí por primera vez con la comparsa, trabajé en la arte de prensa, luego en el acondicionamiento de lana y hace 5 o 6 años hice primer curso de esquilador que repitió cada año para perfeccionarme. También trabajé en la sanidad del rodeo ovino, fuimos a hacer sanidad a diferentes cabañas y preparamos animales en diferentes exposiciones. Ganar un premio en una exposición es muy lindo, un reconocimiento al esfuerzo”, describe.
El trabajo en la comparsa de esquiladores tampoco es sencillo ni liviano. Implica irse de casa por varios meses, instalarse en diferentes campos y no parar hasta tener la tarea terminada, siempre que el clima lo permita.
“Siempre somos varios familiares juntos”, lo que hace más llevadera la situación, “y sabemos que no podemos perder ni un día porque hay que seguir con otro campo. Es un trabajo sacrificado, de mucho desgaste físico”, nos cuenta Nicolás.
Ese es el trabajo que más conoce y el que preferiría hacer, pero también es consciente de los cambios que le gustaría tenga el esquema laboral.
Nicolas alquila un departamento en Arroyo Cabral y con lo que gana tiene que mantener su mujer y su hijo. “Ahora ni siquiera yo solo llego a fin de mes. Tengo familiar a cargo y con lo que gano no me alcanza para vivir, en los controles lecheros no es mucho lo que se gana y si llueve es un tambo que se pierde, y como me pagan por tambo y no por día, si no voy no cobro”.
A Nicolas le gustaría estar un poco más con los suyos: “Quisiera estas más con mi familia y ganar más”.
Mucho se habla en el sector de la falta de condiciones para sostener a la gente en los campos o pueblos, de que no hay infraestructura, conectividad, etcétera. Pero también es cierto que el trabajo es muy exigente y sin la paga suficiente la permanencia en zonas rurales deja de ser tentadora.
“El trabajo es mucho y la paga no tanta, tenés que trabajar todo el día todos los días y a veces sin descanso de lunes a lunes”, finalizó Nicolás.