Carlos Alberto Agostini es quinta generación de agricultores. Pero de productor agropecuario se convirtió luego en un ingenioso inventor de maquinarias para procesar algunos granos de cereal, como la quinoa ancestral. Después hasta se dedicó a la comercialización de los mismos.
A Don Agostini lo llaman por su segundo nombre, Alberto. Nació en San Salvador de Jujuy, pero ahora reside en la cercana ciudad de El Carmen. Dentro de poco cumplirá 70 años y reconoce que jamás se imaginó que a esta edad se encontraría totalmente paralizado como trabajador y emprendedor, sin siquiera poder jubilarse, cuando supo llegar a ser un pequeño industrial que prometía generar muchas fuentes de trabajo y un gran ingreso de divisas para su provincia y su país.
Alto, flaco, Alberto no se quita su sombrero de paja, que le hace sombra a su rostro curtido por el sol tropical de las yungas jujeñas. Eso no impide ver su bonomía, que se capta más aún al escuchar su ameno modo de hablar, inteligente y con ganas de difundir la cantidad de propiedades y de posibilidades que tienen los productos de su tierra. Lo que sucede es que la mente de Alberto no es la de un común agricultor, porque estudió en una escuela industrial y llegó hasta cuarto año de Ingeniería Mecánica. Luego trabajó como proyectista en la oficina técnica de Grafanor, en Famaillá, Tucumán. “De ahí que yo dibujo, proyecto, hago planos y a las máquinas que creo me las hago yo, porque se manejar toda la maquinaria de un taller metalúrgico”, asegura.
En 1979 Alberto se casó con Juana Ivacevich, con quien tuvo 2 hijas. En 1982 compró una finca de 150 hectáreas para desmontar en El Palmar, frente al Ingenio Ledesma, a 110 kilómetros de la capital provincial, donde vivía con su familia. A medida de que Alberto iba desmontando en El Palmar, sembraba poroto negro y maíz pisingallo para pochoclos. Luego, soja y cártamo, una oleaginosa que se siembra en invierno, da un aceite muy fino, sin colesterol, y que principalmente se exporta.
Llegó a perder tres cosechas por sequías, “de no haber sacado nada” –cuenta- a pesar de ser una zona tropical donde llueven 1200 milímetros al año. Se le ocurrió entonces, para salir de esa crisis, fraccionar y vender el maíz pisingallo, directamente a los pochocleros de la ciudad y de ese modo, sacarle más rentabilidad. Empezó en forma manual. Más tarde, creó una máquina para procesar 60 kilos de pochoclos por hora y luego compró una fraccionadora y una envasadora. Se lanzó a vender pochoclos a los supermercados y a los distribuidores de golosinas. Recuerda que así llegó a vender en 1994 por 1000 pesos, que eran mil dólares, en un día.
Pero en 1995 se comenzó a importar maquinaria para la fabricación de pochoclos y proliferaron las pochocleras en San Salvador de Jujuy. Se saturó la oferta y las ventas le cayeron a la mitad. Entró en otra crisis y decidió diversificarse, comenzando a vender también palitos salados, tutukas, papas fritas, chizitos, puflitos dulces de sémola de maíz y maní. Le sobrevino la época de los tristemente recordados “bonos” que, al cambiarlos, ya perdía el 10% del valor de su dinero.
Fueron pasando los años y los pochocleros fueron disminuyendo, mientras que Alberto era el único que podía vender a los hipermercados y a los distribuidores porque era el único que tenía una gran capacidad de producción y con todos los papeles en regla.
En 2002 decidió dejar a su esposa a cargo de los pochoclos en El Carmen, e irse a terminar de desmontar su finca de El Palmar. Pidió un crédito de 30.000 dólares y allí fue. En la finca no tenía casa, ni agua potable, ni luz. Los días que se quedaba a trabajar dormía en la caja de su camioneta, a la que había acondicionado con una cama y le venía haciendo 80 mil kilómetros por año. A veces el calor superaba los 47 grados. Los caminos eran una calamidad, y tardaba dos horas para hacer 110 kilómetros hasta la capital.
Recuerda que con sus peones cazaba unas 20 a 30 víboras cascabel por semana y las enviaba al hospital Malbrán, de Buenos Aires, para que éste luego proveyera de suero antiofídico a su provincia. En cierto momento hacían sus necesidades arriba del tractor por miedo a ser picados por los reptiles.
Mientras desmontaba iba sembrando soja y maíz. En 2003 y 2004 cosechó unos 4.000 kilos por hectárea (40 quintales), porque el suelo era nuevo y riquísimo. Pero enseguida llegaron las “retenciones”, que a ellos en Jujuy les representaba una quita del 42% final, sumado a su lejanía del puerto de Rosario, con lo cual se acabó su bonanza.
Llegó 2012 y comenzó a sembrar quinua, y le fue bien. Al poco tiempo cayó en sus manos un folleto de una máquina alemana que le sirvió de modelo para crear su propia máquina eléctrica, para procesar 1500 kilos de quinua diaria. Más tarde, en el Instituto para la Agricultura Familiar (IPAF) del NOA, que depende del INTA ubicado en la Posta de Hornillos, crearon una trilladora de quinua con motor a explosión. La misma iba acompañada de otra máquina “Multiescarificadora”, “Limpiadora” y “Clasificadora”, de los diminutos granos, considerados un superalimento.
La máquina de trillar quinua: Un invento del INTA clave para desarrollar ese cultivo andino
Alberto creó primero una “zarandeadora” para quitarle las impurezas grandes que acompañan al grano. Y a los dos meses, una “escarificadora” para quitarle la membrana de saponina que recubre al grano con el fin de protegerlo de las plagas. Ésta es amarga y no comestible, porque sería como comer jabón. Luego le adosó a su máquina una “lavadora” y después una “vibradora” y más tarde una “sopladora”, con una cinta larga que hiciera pasar a la quinua por un túnel de viento, para secarla, más una “lámpara que usan los fisioterapeutas”, para secarla con calor. Al final una “venteadora”, que termina de quitarle las últimas y diminutas impurezas al grano, para que quede impecable, de primera calidad, listo para la venta.
Resultó ser una máquina de 12 metros de largo. Se ocupó de obtener todas las certificaciones pertinentes y de estar perfectamente habilitado para la producción industrial. Conocía todos los trámites, porque ya los había realizado para llegar a ser el mayor productor de pochoclos de su provincia. En San Salvador de Jujuy tenía una sala de fraccionamiento.
En 2017 el gobierno provincial anunció que compraría quinoa a todos los productores de la provincia, pero los pequeños no estaban registrados y no podían ser proveedores del Estado. Entonces el único que podía vender era Alberto, de modo que compró a todos los productores y le vendió al Estado provincial unas 40 toneladas de quinua en 200.000 bolsitas.
Debía llevar todo a su planta de San Salvador para fraccionar. A pesar de ello, no lograba reunir semejante cantidad y lo ayudaron su hermano y un primo. Con el dinero que cobró, reacondicionó un galpón de su suegro, en El Carmen, de 12 metros por 25 de fondo, con entrepiso, estimando una ocupación inicial de 8 empleados, y se preparó para estar a la altura de aquellas cantidades industriales.
En una segunda licitación en 2017 quedó afuera, aunque la persona que ganó no tenía forma de cumplir con un pedido tan grande. Entonces le pidió quinua a él. El pedido esta vez era menor, de unas 15 o 20 toneladas, fraccionadas en bolsas de 200 gramos. Esta vez Alberto recurrió a un productor grande de Salta, porque ya no conseguía quinua en Jujuy.
Es que los pequeños productores cultivaban apenas 10 o 15 bolsas, que luego fueron dejando la actividad para pasar a producir camélidos, llamas y vicuñas, porque les resultaba un negocio de más bajo costo, menos trabajoso y más rentable. Hoy sólo producen quinua para consumo familiar y les queda muy poco para vender.
De pronto el gobierno no compró más quinua, por razones muy largas de contar, de modo que hasta hoy se quedó con semejante inversión, a la espera de volver a tener grandes clientes que justifiquen mover su nueva planta elaboradora de quinua, o que alguien quisiera comercializar o exportar el producto terminado.
Alberto nunca se queda quieto. Y anduvo proyectando fabricar productos derivados de la quinua con el fin de llegar a incorporarlos en la mesa diaria de los argentinos. En un momento se asoció y desarrolló cuatro productos. Pero aquella sociedad no prosperó. Desde aquel tiempo toda su planta de quinua quedó totalmente parada.
Alberto tuvo la intención de trasladar su fábrica de pochoclos a El Carmen pero necesita hacer la instalación de gas natural que pasa a 60 metros, por la ruta, y le costaría unos 3 millones de pesos. No tiene ese dinero y ni loco se endeudaría con un banco para esa inversión. Arrendó la finca pero sin sus maquinarias, que están paradas: tractores, fumigadoras, sembradoras, tanques de agua. Dice que ya no tiene más ganas de “hacer nada”.
Sólo sigue fabricando palomitas de maíz (pisingallo), tutuka (con maíz común), y bolsas de cereales inflados de trigo y de arroz. El resto, no lo hace más. Los comercializa su esposa Juanita, a supermercados y a cuatro distribuidores. La inflación ha ido provocando una creciente caída del consumo. Recuerdan que los clientes les compraban sus productos por fardos para que sus hijos se llevaran al ir a estudiar a Tucumán o Córdoba. Eso no les sucede más.
“Pensar que antes, si yo perdía una campaña por el clima, los mismos proveedores de agroquímicos me bancaban, me daban crédito, porque sabían que les cumplía. Recuerdo que metía la mano en mi bolsillo y tenía plata para cargar cinco tanques de combustible a la camioneta. Eran otros tiempos”.
Hoy Carlos Alberto Agostini repasa su vida y reconoce que se la pasó luchando, que no tuvo descanso en los mejores años de su vida activa y que es muy triste que, con tanta experiencia y capacidad, y sobre todo con semejante infraestructura, no esté haciendo nada con quinua y tenga parada la útil máquina que inventó. Ojalá no sea por mucho tiempo. Con limpiarla y levantar las llaves de luz, volvería a funcionar. Sus hijas le dicen que venda todo a alguien más joven que quiera continuar con su legado, porque ellas ya son profesionales, una veterinaria y la otra, agrónoma, y no quieren ser industriales.
Alberto quiso dedicarnos “Coplas del payador perseguido”, de Atahualpa Yupanqui, por Jorge Cafrune, quien nació muy cerca de El Carmen, en la finca La Matilde, de El Sunchal.
Una familia, personas excelentes. Me conmueve la nota. Los aprecio y quiero . GRACIAS.
En este país solo los vagos, los delincuentes, los ventajeros y los políticos corruptos hacen plata y la pasan bien, el resto laburamos y nos comieron con impuestos e inflación toda la vida para que al final estemos achacados de dolores, arrugados como pasas de uva y sin un peso en el bolsillo casi como linyeras. Que desgracia, cómo has caído patria mía de rodillas lista para el golpe final. Los que te defendimos y aguantamos ya no tenemos fuerza y moriremos con vos. Solo nos queda decir que las peleamos siempre y fuimos honestos.
Sr , lo que debe hacer es patentar la máquina de la quinua acá y en EEUU y europa y vender el derecho al uso de la patente con reserva de porcentaje de ganancia del uso de la máquina del 1 % de la producción de todas las máquinas que se fabriquen en el mundo
Así se hace plata .y no me agradezca nada ,solo mandé plata .Francisco de bs as
Sr recuerde que elundo no termina en jujuy , bolivia y Perú trabajan mucha quinua y podría vender la patente de su máquina , y no solo la máquina , parentela . No sea boludo como decimos los argentinos de bs as .
Felicitaciones Alberto, ejemplo de un Argentino de bien, no baje los brazos.
Desde Tortuguitas, Buenos Aires, mis saludos y más allá de las adversidades rescato su ejemplo de vida. Me reconforta saber que convivo con Argentinos de verdad que suman.
Solo basta caer en la cuenta de que nos gobiernan los terroristas de los 70 o sus hijos. Nada bueno puede resultar. Han crecido obteniendo cosas por la fuerza y no por el esfuerzo ♂️
A la gran mayoría de emprendedores que intentamos generar algo medianamente importante nos políticos ponen todo tipo de trabas impositivas…con impuestos cada vez más altos..una manera de “convertirse” en socios que siempre recaudan y ganan más dinero sin riesgo,ni respaldo alguno.
Así se reinstaló la CHORROCRACIA a partir del año 1983.
Bochornosa la conducción política con gente inepta y delincuente.