En Bichos de Campo queremos despedir al gran cura gaucho Mamerto Menapace, que como él mismo decía, ya debe estar en “la estancia ‘La Eternidá’, donde dicen que tiene galpón y parrilla para todos”.
Así le escribió hace un año el reconocido cura gaucho de Los Toldos, el de los cuentos camperos, Mamerto Menapace, a su gran amigo y discípulo por antonomasia, el diácono permanente Tomás Penacino, del pago de Emilio V. Bunge, quien es autor, compositor y escritor costumbrista: “Me alegra recibir tu saludo por mi cumpleaños, y agradezco al Señor tu plegaria por mí. Ya van 82 (años), y presiento que se acerca la hora del examen final, como decía San Pablo, en que espero ser aprobado para llegar a la estancia La Eternidá, donde dicen que tiene galpón y parrilla para todos”.
Con 83 años, el Padre Mamerto falleció el pasado sábado 7 de Junio, dejando una obra inconmensurable y una huella profunda a seguir por todos los que amamos la cultura criolla y gauchesca de nuestra bendita Argentina. Sus restos fueron sepultados en el Monasterio Benedictino Santa María de Los Toldos, en un acto multitudinario. Penacino lo despidió en las redes escribiéndole: “Es tu (canto) rodao el que hay que seguir ahora, para no perdernos en la niebla de la mediocridad”, a quien sobresalió toda su vida por su liderazgo, su creatividad y su amor universal.
Fue el mismo Tomás quien hizo el nexo para que Bichos de Campo pudiera haber llegado al monasterio benedictino de Los Toldos con el fin de hacerle una entrevista al Padre Mamerto, en julio de 2023, que quedará para siempre en nuestro recuerdo.
Mirá la entrevista:
Menapace fue un sacerdote especial por el lado que se lo mirara, sabio, sagaz, ocurrente, lleno de humor y de amor paternal, que consolaba a todos los que buscaran en él un consejo o un consuelo. Se dice que refugió al Padre Carlos Mugica en el monasterio de Los Toldos, donde Mamerto llegó a ser abad, la máxima autoridad. Seguramente Mugica acudió con la excusa y la oportunidad de hacer un clásico retiro espiritual que los monjes ofrecían permanentemente.
Dicen que fue el último retiro espiritual del padre Mugica, ya que al regresar a su parroquia del barrio porteño de Villa Luro, poco tiempo después, un 14 de mayo de 1974, fue acribillado a balazos por un grupo paramilitar de las fuerzas de la Triple A, comandadas por el macabro José López Rega, apodado “El Brujo”.
Hasta la década de los años sesenta la Iglesia católica continuaba con una milenaria tradición de celebrar sus ritos y en especial sus misas, en la lengua latina del imperio romano. Mamerto Menapace se enroló en la línea de los curas que buscaron “inculturar” a la Iglesia en la idiosincrasia argentina eminentemente rural, criolla y gauchesca, del mate y del poncho, del folklore y de los versos camperos, como también de un pensamiento nacionalista. En esa línea estuvieron los curas Jesús Gabriel Segade, Osvaldo Catena, Alejandro Mayol, Lucio Gera, Leonardo Castelani, Julián Zini y Mamerto Menapace, por sólo mencionar a algunos.
Recordemos que era toda una época ideológica, en la que muchos curas decidieron no ser “oligarcas”, sino estar “junto a su pueblo”, por lo muchos dejaron el confort de sus parroquias urbanas y se fueron a vivir a las “villas miseria” o a trabajar a las fábricas para autoabastecerse y no vivir de la limosna.
Menapace provenía de una familia arraigada al trabajo rural en Malabrigo, al norte de la provincia de Santa Fe, donde aún algunos de sus familiares continúan con esa misma cultura. Es el caso de su primo, el ingeniero agrónomo Abel Menapace y de su hijo Leandro, como también de su otra hija, Evangelina, a quienes tuvimos la oportunidad de entrevistar.
Seguramente por eso, a Mamerto lo cautivara la orden benedictina, la cual tiene como lema “ora et labora”, “reza y trabaja”, ingresando de muy joven en el monasterio que está ubicado en las afueras de la localidad de Los Toldos, al noroeste de la provincia de Buenos Aires. donde los monjes trabajaron con un gran compromiso junto a la comunidad mapuche que allí se asienta, y además, en su tradicional tambo con elaboración de quesos suizos. En ese entorno, era común ver al corpulento cura santafesino hachar leña, muy temprano al amanecer, luego de hacer sus primeras oraciones.
En un reportaje radial, Mamerto contó por qué sus padres le pusieron ese nombre. Explicó que a su papá los médicos lo habían dado por desahuciado, pero que un cura fue a verlo y le dijo que se encomendara al cura Fray Mamerto Esquiú. Y que si se salvara por su intercesión, que luego fuera con su esposa a agradecerle a la iglesia de Catamarca, donde se halla conservado su corazón. Pues el padre empezó a mejorar y sobrevivió. Pocos años después nació quien luego sería cura, y le pusieron Mamerto, en honor a Esquiú. Sus padres no pudieron ir a agradecerle, pero sí Mamerto, ya siendo cura, pudo ir a celebrar una misa en acción de gracias por el milagro de haber salvado a su papá.
Pocos días antes de fallecer, el padre Mamerto había recibido noticias de la muerte del reconocido ex cura Carlos “Pajarito” Fernández, quien había sido un cura villero que había revolucionado a la Iglesia argentina con una impronta de optar fuertemente por los más pobres y en especial a la juventud. Para captarlos, lo hacía a través de fiestas barriales que se popularizaron con el nombre de “galpones”. Fue común el comentario, por parte de la multitud de fervientes admiradores que lo fue a despedir, que “Pajarito” ya debería estar armando sus clásicos galpones en el cielo. Pues curiosamente, Mamerto, usó el mismo término – “galpón”- para despedirse de su amigo Tomás, por lo que “seguramente ambos deben andar alborotando el Cielo, de farra en farra, con guitarras, mate y tortas fritas”, aventuró Penacino con una sonrisa.
El padre Mamerto pasó su vida anunciando su fe en Jesucristo, quien “como la semilla, muere para dar frutos”. Sin duda, este cura seguirá sembrando nuevas semillas en nuestros corazones con su testimonio y la gran obra que nos ha dejado, para que sigan naciendo nuevos frutos.
Le pedimos a Tomás Penacino que eligiera una canción para dedicarle a su admirado amigo, Mamerto Menapace, y se decidió por “Gente Necesaria”, poema de Hamlet Lima Quintana, musicalizado e interpretado por el rosarino Enrique Llopis.