Entre el Coronavirus, la cuarentena y la recesión económica que aumentó la pobreza y redujo la clase media y las fuentes de trabajo en el año 2020 que termina, se oye a mucha gente exclamar que éste ha sido un año horrible.
Yo no pienso así porque, por ejemplo, hace poco hice una nota sobre la Biopandilla de San Andrés de Giles, que nació gracias a la Cuarentena. Y surgió de tomar conciencia de que si el mundo se había descontaminado en semejante medida, durante los primeros quince días de la misma, pues entonces si entre todos nos ocupáramos de mantener algo de esa descontaminación, de darle continuidad a un mínimo porcentaje, habríamos convertido en milagro, el “barro” de esta cotidianeidad e inercia que nos lleva a la autodestrucción del planeta.
Siempre dependerá de adónde enfocamos nuestra atención en la amplia realidad. O miramos el medio vaso lleno o la otra mitad vacía.
Cada sábado he dado a luz una nota sobre algún personaje de nuestro país que está haciendo patria. Bichos de Campo me ha dado el privilegio de poder contar las buenas noticias del campo y de la ciudad, nunca del todo exitosas, pero de gente admirable que no ha bajado los brazos y que no se ha dado por vencida. Como aquel emprendedor en Cura Brochero, que contabilizó haber sobrevivido a ocho crisis político-económicas de nuestro país. Es cierto que muchos miles van quedando en el camino y cada vez hay menos PyMEs.
Pude ver a muchas parejas que se enamoraron en plena cuarentena y también a muchos ancianos que murieron por depresión o por no ser atendidos. Tantos millones de personas sin chequeos durante un año dejarán tremendas secuelas en la salud pública.
Es cierto que millones de argentinos son más pobres luego de esta cuarentena. Pero Cicerón (o Chíchero) dijo que “de las ruinas nace la virtud”.
Algunos dicen que más abajo no podemos caer, pero eso es falso. Basta con ver que se sigue actualizando todo al valor del dólar, menos los salarios. Pero también es verdad que no podemos perder la esperanza de vivir en un país más justo, con más equidad, porque sabemos que hoy mismo podría empezarse a salir, poco a poco, aunque tardáramos toda una vida y recién nuestros nietos pudieran llegar a ver la luz.
En mis notas me ocupo de pequeños productores y de cocineras ancestrales, de emprendedoras jóvenes, de campesinos y también de gente que tuvo éxito, con o sin buena suerte, o rompiéndose el lomo. Y trato de hacer ver que hay otro país, además de Buenos Aires, con menos visibilidad nacional.
Gente que nos habla del apepú, de la pitanga, del ticueí, del chañar, del patay, de la mostata, de la alcayota, de los catutos, de la carbonada -porque no sólo le llaman así a un guiso agridulce, sino también al relleno de la empanada, en varias provincias-, y pronto haré nota sobre la empanada típica de la provincia de Misiones, como ya he hecho nota de la empanada correntina. Si nos parásemos en una esquina concurrida de la Capital Federal, notaríamos que casi nadie sabría responder cuáles serían y cómo.
Lo mismo me pasó cuando llegué a Buenos Aires. Conocía a los famosos del folklore que salen por TV. Y gracias a que puse una peña, comenzaron a llegar artistas de todo el país y del extranjero, de los que jamás había oído hablar, pero que son tanto o más grandes que los mediáticos, como Mónica Abraham, Jorge Giuliano, Julio Lacarra, Claudio Sosa, Facundo Picone, Pato Gentilini, Rudi y Nini Flores, los hermanos Ariel y Néstor Acuña, Topo Encinar, Pedro Conde, La Bruja Salguero, o los poetas Jorge Sosa, Néstor Soria, Duende Garnica, Alejandro Carrizo y miles de artistas geniales, incluso muchos otros que ya no están, como Carmen Guzmán y Suma Paz. Tan poco mediáticas como las emprendedoras rurales que presento en mis notas.
Ahora desde la clase media hacia arriba demonizamos a los de abajo, que no quieren trabajar. Pero nadie habla de que el salario es lo único que no se actualiza en dólares y sigue cayendo. Y si cae el consumo, al empresario le seguirán cayendo las ventas y achicándose los márgenes de ganancia, como para tener margen para contratar a un desocupado. De estas dos claves casi nadie habla.
Me quiero despedir con una sublime obra poética y musical, poco mediática, dedicada a los campesinos de las provincias, esos que siguen llegando a las villas miseria de las grandes ciudades donde los espera la droga o el clientelismo político como tentadoras fuentes de ingresos. Espejitos de colores. Pan para hoy y hambre para mañana. Estos artistas también convierten a diario, en milagro, el barro.
Chacarera tucumana “La Calladita”, de Néstor Soria y Pato Gentilini, por Claudio Sosa, en su CD “Astillas de un pago”. Feliz Navidad y Año Nuevo para todos.
Calladita me llamaron
los paisanos de mi pueblo
y acompaño penas
sólo si me van pidiendo.
Las tarucas me enseñaron
que escuche cuando habla el viento
porque, calladita,
secretos me irá diciendo.
Pescador de los remansos
dormido con el silencio
muere por la voz del agua
cuando enamora el misterio.
Redención de mis mayores
callada brota en el monte,
quiero pedirte, mi copla,
que pecho adentro los nombre.
Campesino de mi tierra
que vas tragando reniegos
cuéntale a tus siembras
lo que desvelan tu sueños.
Guitarrero amanecido
tu canto se queda mudo
si anda por el vino
temblando de alcohol, tu pulso.
Lento paso de los años,
me van silenciando el modo,
oigo secretear la muerte
que busca llevarse todo.