Antonio Aracre es el director general de Syngenta para Latinoamérica Sur. En sus redes sociales acaba de publicar un artículo que reproducimos con su permiso, en el que el ejecutivo de una de las tres grandes multinacionales de insumos y tecnologías para el agro propone revisar la estrategia de sustentabilidad del sector agrícola, para adaptarse rápidamente a las demandas de la sociedad.
Este es el artículo de Aracre, quien cuenta con más de dos décadas de experiencia en la agroindustria y lidera el negocio de Crop Protection de Syngenta en Argentina, Uruguay,Paraguay. Bolivia y Chile:
En las últimas dos décadas hemos sido testigos de numerosos cambios de paradigmas que nos atraviesan vertical y horizontalmente a los habitantes de este mundo convulsionado y apasionante a la vez. Todo está cuestionado. No hay miradas piadosas. No hay verdades absolutas sino postulados relativos que se acomodan a la ideología del que la transmite. Vivimos en general en la era de la pos-verdad donde los debates se caracterizan por falta de ideas y espíritu de escucha sino que más bien transitan por monólogos destinados a convalidar la seducción de la parte de la audiencia que ya sabemos que nos pertenece.
En un contexto tan desafiante parece un poco iluso proponer una redefinición de un concepto tan incorporado entre nosotros como es el de la sustentabilidad. ¿No hemos podido avanzar demasiado y sin embargo estamos pensando en ampliarlo y modernizarlo?
Dentro de la dificultad generalizada en encontrar consensos, me parece que existe bastante empatía social en la necesidad de prestar más atención a los siguientes temas:
- Preocupación por el cambio climático: la agroindustria se ha transformado en una de las actividades económicas que utiliza mayor proporción de agua en su producción y genera buena parte de las emisiones de carbono que necesitamos reducir. Hace 20 años Estados Unidos promovía una agenda activa en este tema; sin embargo en los últimos años China parece más preocupada por estos aspectos. La falta de consistencia por parte de los políticos y las corporaciones sobre este tema, no contribuye a lograr avances significativos. La mejor respuesta que tenemos hasta ahora en la contribución de la agroindustria se da a través de la incorporación de tecnologías genéticas y bioquímicas que aumenten la productividad y reduzcan la cantidad de insumos vitales como la tierra y el agua. Sin embargo, aún sigue habiendo muy pocos incentivos para la inversión que alienten a la innovación en este ámbito. Las buenas prácticas agrícolas son un buen marco de referencia pero su falta de mandatoriedad por no ser parte de una ley nacional, les quita efectividad y confianza.
- Aplicación de productos para proteger los cultivos y reducción de residuos: Es necesario generar una normativa nacional de orden público y mandatoria para todas las jurisdicciones. La misma deber estar basada en la aplicación de modelos matemáticos y estadísticos que incorporen variables inherentes al producto, la intensidad de los vientos y la prevalencia de otros cultivos. La presencia del estado como poder de policía en la verificación y penalización de los incumplimientos es imprescindible para la recuperación de la confianza de las poblaciones rurales y urbanas. La industria química por su parte, debe intensificar sus inversiones de investigación y desarrollo que acrecienten la proporción de productos biológicos y reduzcan a cero, en un plazo razonable, aquellos productos cuya proporción de residuos no se condiga con lo que la sociedad demanda. En este sentido cabe mencionar la necesidad de cuantificar los efectos económicos de estas decisiones en la producción mundial de alimentos. Los procesos de investigación y desarrollo podrían incluso estar sujetos a la certificación de ONGs prestigiosas como ya lo demuestran algunos ejemplos de la industria.
- Perspectiva de Género y trabajo inclusivo: en la última década hemos podido deconstruir algunos paradigmas patricarcales y comenzar a revalorizar la importancia de la diversidad como factor clave en el proceso de innovación. Claro está que la mera diversidad formal no alcanza para generar cambios sustentables en los procesos de negocios o de gobernanza corporativa si no están suficientemente embuidos (incluidos), aceptados y valorados por todos los decisores influyentes del poder corporativo y social. En este sentido, las organizaciones debemos pasar del discurso inclusivo a la acción concreta y demostrar que nuestra fuerza de trabajo copia con bastante rigor los distintos perfiles sociales del mundo en que vivimos.
- Excesos de plástico: si bien se trata de una problemática general, la cantidad de envases plásticos que genera nuestra industria se ha transformado en un problema serio que afortunadamente se está comenzando a revertir a partir de una ley nacional que regula mandatoriamente el involucramiento de distintos actores de la cadena, con responsabilidades distintivas a los fines de asegurar su recolección, lavado y reciclado. Si bien los avances aún son escasos, la proyección de la mejora a mediano plazo es auspiciosa.
- Digitalización y Revolución tecnológica: no hay dudas que las nuevas tecnologías del siglo XX (nanotecnología, biotecnología) como las del siglo XXI (digitalización, data mining, edición génica, dronificación en las dosis de aplicación, robótica) han permitido dar saltos cuánticos y disruptivos con beneficios inapelables en la mayoría de los casos. Pero también es igualmente cierto que no hemos podido responder ni reaccionar con celeridad al cambio de paradigma educativo que esto supone en la transformación presente y futura de los puestos de trabajos. La consecuencia más inmediata es el aumento de la desocupación y el desconcierto anímico de generaciones enteras con presentes decepcionantes y futuros poco auspiciosos. Articular discusiones público-privadas con la mirada puesta en repensar la inserción de nuestros jóvenes y adultos mayores para transferirlos rápidamente de las ciencias e industrias duras a las ciencias del conocimiento es fundamental; y hacerlo con sentido de urgencia es de las pocas cosas que nos harán recuperar la credibilidad a empresarios y políticos por parte de una sociedad que cada día nos mira con mayor recelo.
Volviendo a los gestos que la cadena agroalimentaria debe hacer para ser percibida como el sector más dinámico, eficiente y competitivo de la economía argentina, me parece prudente no dejar de mencionar algunos mecanismos de sustitución pregonados por sectores alternativos que fomentan un cambio de modelo productivo.
A modo de simplificación me permito incluir de manera genérica a la producción orgánica y a la agroecológica. Los visualizo como nichos alternativos para algunos sectores de la población dispuestos a tomar algunos riesgos en desmedro de otros; sin embargo, estos esquemas de producción no han podido ni querido responder al dilema que significa una caída de la producción de materia prima para alimentos a la mitad de los valores que registran hoy. ¿Cuál sería la implicancia en la ya deteriorada distribución global de la riqueza y de los alimentos disponibles, de registrarse una caída de producción semejante?
¿Por qué ocurre que en el siglo más disruptivo en materia de cambios sociales y económicos, la sociedad sigue creyendo que las industrias pesadas seguirán generando los puestos de trabajo que necesitamos crear para emplear a todas las poblaciones urbanas cada vez más amenazadas en sus empleos por la sustitución tecnológica y no orientamos los incentivos hacia los segmentos del futuro?
¿Si la riqueza de nuestros suelos son la base más genuina de nuestras ventajas comparativas como nación, por qué no generamos un marco legislativo que ordene las locaciones de campos en contratos de largo plazo que incorporen la rotación y las buenas prácticas como obligatorias con alta penalidad en caso de incumplimiento?
El artículo no tiene la pretensión de dar una respuesta conclusiva a todos estos interrogantes sino más bien inducir a la necesidad de un debate más profundo en la sociedad sobre aspectos fundamentales de nuestro futuro como país.
Enhorabuena, una de las “grandes” en el mercado de insumos agrícolas, plantea la imperiosa necesidad de prestar “más atención” en las herramientas biológicas para la sanidad de los cultivos, tal como se manifiesta en la siguiente expresión:
“…intensificar sus inversiones de investigación y desarrollo que acrecienten la proporción de productos biológicos y reduzcan a cero, en un plazo razonable, aquellos productos cuya proporción de residuos no se condiga con lo que la sociedad demanda…”
Sin lugar a dudas, la era de los “biológicos” tiene un futuro más que promisorio.