Hace unos meses, Paraguay fue sede del Congreso Latinoamericano de Agroecología, convocada por Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA). Allí confluyen muchos militantes y activistas con otros ecólogos y agrónomos. La política y la ciencia entremezcladas.
El brasileño Paulo Petersen es la síntesis más representativa de esa combinación. Agrónomo por la Universidad Federal de Viçosa (Brasil), fue una de las voces más escuchadas en ese congreso, justamente porque reúne cosas que no siempre parecen coincidentes: ciencia y activismo. Se trata de un intelectual y militante de la agroecología como ciencia crítica que tiene un abultado currículum y una lapicera filosa.
En diálogo con Bichos de Campo, el brasileño enfatizó sobre la importancia de que la discusión política se cuele en los debates sobre la agroecología.
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El académico maneja bien el español, y eso se debe en parte a que ha cursado muchos de sus estudios en España. Además de agrónomo, es maestro en Agroecología y Desarrollo Rural por la Universidad Internacional de Andalucía y doctor en Estudios Medioambientales por la Universidad Pablo de Olavide.
Desde ya que su planteo tiene varias aristas que, cuanto menos, son puntas de lanza para abrir debates interesantes. “La agroecología es una ciencia crítica”, asegura Petersen, que considera que no sólo abarca modos de producción y comercialización sino que se extiende hasta las propias instituciones académicas, a las que considera “parte del sistema de poder”.
“Incluso la ciencia que se dice neutra es política”, apunta, y brega por un viraje a esa lógica, que permita a una ciencia transformadora, como la agroecología, producir un cambio en las formas de producir, de vivir, de alimentarse y hasta de desarrollarse socialmente. Es pensar a la sociedad como un todo, asegura el agrónomo.
No es un dato menor que Petersen sea miembro del Núcleo Ejecutivo de la Articulación Nacional de Agroecología de Brasilia, una importante red en la que participan organizaciones y movimientos sociales. Como el referente que es dentro del movimiento, sabe que exponer sobre un cambio político y una ciencia crítica en un espacio académico tiene su repercusión.
Tampoco teme pecar de fatalista, porque asegura que estamos ante una “crisis civilizatoria” sin parangón, que se evidencia en los desastres que son noticia día tras día. “Tenemos que cambiar rápido, y la agroecología es parte de esta respuesta”, asegura.
Lo particular de su propuesta es que piensa al movimiento sostenible de forma mucho más amplia, no sólo como aquel que impugna la agricultura tradicional, sino que también se calza las botas y se mete al barro de la discusión político-económica. Afirma que si se quiere un cambio, hay que pensar un modelo de Estado y una economía propias, y no sólo ser un grupo que agita por políticas verdes.
De todos modos, los recientes anuncios del gobierno de Lula Da Silva, como el Plan Nacional de Abastecimiento Alimentario Alimento en Plato (Planaab) y el Plan Nacional de Agroecología y Producción Orgánica (Planapo), fueron muy bien recibidos por el movimiento agroecológico del vecino país, que ve en las iniciativas el fomento de la producción sostenible y el autosustento campesino.
“La agroecología es una construcción de la sociedad, pero quedaría marginada sin políticas públicas”, afirma Paulo que, igualmente, considera vital ir más allá en la propuesta, para que “los Estados no solamente dejen de promover los agronegocios, sino que también apoyen la construcción social de la agroecología”.
En resumidas cuentas, es dar vuelta el mazo y barajar de nuevo: darle la espalda a los negocios más jugosos y empezar a tejer acuerdos con organizaciones sociales agroecológicas. Suena surrealista que un gobierno, que depende del agro y sus exportaciones para llenar sus arcas, pueda tomar tamaña decisión, pero plantearlo es parte de la acción crítica que Petersen defiende.
En esa misma línea también arremete contra la economía convencional, es decir, aquella que aprendemos en la academia, que tiene varias corrientes y que sirve de sustento para el sistema. “El problema es que oculta varias otras economías que son fundamentales para la construcción de la agroecología”, observa el teórico.
El hecho de que la producción destinada al autoconsumo no sea contemplada dentro de las estadísticas oficiales es para él un claro ejemplo. “Eso es el trabajo del campesinado y es también parte de la economía, pero es invisibilizado”, asegura Petersen.
Vengo sosteniendo desde hace tiempo que el sector agroindustrial argentino debería formar un partido político y presentarse a elecciones. Es inconcebible que en un país que depende estrictamente del campo no tenga una representación política. Después de las 125 la gente comprendio que el sector agropecuario no es el terrateniente que lo único que hace es viajar a Europa. Sabe que las divisas que produce el campo son el motor que mueve toda la economía del país. Sacando el AMBA, casi todas las provincias tienen alguna actividad agroindustrial que defender y que le da trabajo a mucha gente, evitando que emigre hacia las grandes urbes. Incluso con su promoción y desarrollo hasta podrían volver los “planeros” que allí viven a sus provincias. Hoy el 80% de los argentinos lo sabe y verían de bien que el sector agrario tenga un partido político. Es hora de sembrar para tener una buena cosecha de votos.