La imagen ya es archi reconocida: Alfredo Casero pegó un puñetazo sobre la mesa para manifestar su enorme enojo con la “casta periodística”. Le espeta en la cara -no sin razón- que esa logia de comunicadores ilustres está sumamente alejada de los problemas reales de la gente.
Inevitable resulta después de ese episodio trazar un paralelo con el diputado libertario Javier Milei, quien ingresó por la puerta grande de la política justamente denunciando la presencia en ese redil de una casta que en vez de trabajar para resolver los problemas de los ciudadanos pareciera obstaculizar las soluciones, dedicada como está solo a conservar una serie de privilegios propios. Cuando más declaman la necesidad de cambios, lucen tanto más conservadores.
Son, claramente, tiempos en los que se cuestiona el status quo. Y está muy bien que eso suceda si el proceso fuera conducente hacia algún puerto que todavía no aparece en el horizonte.
¿Y qué pasa en el agro? ¿Existe una casta agropecuaria?
Para empezar, existen en el campo los cuestionadores, los Casero agropecuarios, los Milei de boina y alpargatas. Son productores que -para empezar- ya han pegado sendos golpes sobre la mesa al convocar días atrás a un tractorazo a Plaza de Mayo, como un año atrás habían podido concretar a un multitudinario acto en San Nicolás. Es evidente que sus consignas altisonantes aglutinan a un buen número de personas. Ambas citas hicieron temblar a las más diversas castas.
¿Entonces también existe una casta en el campo? Sin dudas que sí. Es la dirigencia que sobrevive durante largos periodos al frente de las entidades gremiales históricas, que son varias y están muy divididas, pero que se parecen una sola y potente cuando las partes se juntan en la Mesa de Enlace.
Hay que recordar que ese bloque ruralista se conformó con cuatro organizaciones que estaban a punto caramelo de ser totalmente intrascendentes en 2007, unos meses antes de que a la ex presidenta Cristina Kirchner se le ocurriera comenzar a ir por todo, empezando por toda la renta agrícola producida por la soja. Un día antes de que se anunciara la Resolución 125, que provocó el espanto de todos al unísono, Eduardo Buzzi estaba en un puerto protestando casi en soledad contra las cerealeras, mientras Luciano Miguens pensaba un discurso anodino para la inauguración de la Exposición Rural que no despertaba ningún sobresalto.
Aquel conflicto primero convenció a los dinosaurios ruralistas de la necesidad de estar juntos a pesar de las diferencias históricas, por aquello sabio de que cuando es necesario “nos une el espanto”. Luego fue la presión de sus propias bases de productores -cada vez menos numerosas, porque desde los años 90 han desaparecido el 40% de las explotaciones- las que los volvió a unificar cada vez que hacía falta.
Si Buzzi quería pegar el salto para abrazarse con Kicillof y pagar con subsidios el Monumento por el centenario del Grito de Alcorta, decenas de chacareros le decían que no lo hiciera. Se lo imponían. Si Miguens (o Hugo Luis Biolcati, que lo sucedió) amagaba una negociación secreta con Julio De Vido o con algíun otro alto funcionarios kirchnerista, había cientos de miradas reprochándoselo.
No hubo durante muchos años punto de genuflexión. Si hasta Julián Domínguez, ahora de nuevo en el cargo de ministro, fracasó en sus intentos permanentes de disolución de dicho frente agropecuario, a costa de jugosa franela y más jugosos fondos rotatorios. ¿Lo recuerdan? Muchos dirigentes rurales se abrazaban con él e incluso colaboraron en la redacción del Plan Estratégico Agropecuario (PEA), que era pura cantinela. Pero finalmente volvían. Siempre volvían porque la Mesa de Enlace representaba el gran capital político de un agro permanentemente vilipendiado.
Carentes de representantes genuinos, que son aquellos que pueden llegar a representar a las mayorías y nunca se conforman con una porción, los productores entronizaron a la Mesa de Enlace durante muchísimo tiempo, mucho más que el recomendable.
Con ese poder prestado, y no edificado como corresponde, los ruralistas aprovecharon: aunque les duela esta crítica, muchas veces hicieron la plancha frente a un montón de decisiones obvias -como dotar de mayor institucionalidad a la Mesa cuatripartita u obtener un financiamiento genuino para desplegar su gremialismo- y fueron dilapidando todo el capital político acumulado. Los del campo suelen ver la viga en el ojo ajeno, pero del propio ojete nunca hablan. Son capaces de denunciar cómo se agotan las reservas del Banco Central, pero de sus propias fugas no dicen nada.
Hasta que un día el crédito externo se terminó. Sucedió -opino yo, pero es discutible- a partir del acto de San Nicolás, y no se extendió ni un minuto más. Ese fue el último pagaré que los sectores autoconvocados, los Casero del campo, le dieron a los ocupantes de las sillas en las entidades tradicionales, a quienes invitaron a cerrar su acto. Los discursos emocionaron a una pequeña multitud pero no propusieron nada, y de repente toda la magia se había disipado. Sobrevino el default.
Luego de aquel acto nadie movió siquiera un peón, y mucho menos en el sentido airado hacia el que querían marchar los productores más exaltados. ¿Hacia dónde ir? Como aquella Cristina de 2008, vamos por todo. A veces no parece haber matices para los Casero agropecuarios.
Después de San Nicolás no hubo reacción de los ruralistas, que podrían haber elegido liderar estos aprestos de rebelión o ir completamente en el sentido contrario, pero no hicieron ni una cosa ni la otra. Mejor dicho, preocupados por sus rencillas internas y su propia supervivencia, no hicieron nada.
Hacia fines de 2021 todo se empezó a pudrir muy rápidamente. Los que miramos atentos ese proceso asistimos a dos asambleas de muy escasa concurrencia en la que los productores cuestionaban directamente a sus dirigentes, mirándolos a los ojos y levantando el tono de voz si llegaba a ser necesario. En la rotonda de Armstrong, por ejemplo, un grupo de Casero hasta osó reclamar la expulsión de Coninagro de la Mesa de Enlace, como si fueran fiscales y como si en las cooperativas no hubiera cientos de productores como ellos. Otra que el pobre de Majul. Andate Luis, que vos nos traicionaste ya demasiado.
En aquel momento clave comenzó a quedar en evidencia que había varias decenas de productores a los cuales la casta ya no contenía y mucho menos los contentaba. Que le habían perdido el respeto.
¿Marchamos a Plaza de Mayo? En el campo la cosa no da para más, estamos peor que nunca, este gobierno es el más malo de toda la historia… Frente a semejantes consignas, la Mesa de Enlace dudó y como siempre sucede hubo un dirigente que primerió a los demás y anunció que no era ni el tiempo ni el modo ni el lugar para llevar a cabo la protesta agropecuaria. Más divididos que nunca, fragmentados en varios grupúsculos, los sectores más exaltados decidieron avanzar igual. ¿Querés flan?
Se nota que los tiempos eran los adecuados para hacer esa convocatoria. La suerte jugo de su lado y premió la audacia: mucha gente de la ciudad acompañó los reclamos de los Casero del campo y sumó los suyos propios, porque en realidad hay Casero de todos los tamaños y colores, ciudadanos podridos de la situación económica y social, y sobre todo mufados porque las diversas castas, lejos de ayudar, parecen remar en contra, alejando todavía más la tierra firme en medio de aguas tumultuosas.
Batman no existe. Y Alfredo ya no volverá a ser invitado a los programas de La Nación+, eso es seguro. Nadie impredecible resulta funcional a los intereses de la casta periodística. Entre los ruralistas, también los autoconvocados comenzaron a ser molestos, casi mala palabra. Ya no serán convidados a conciliar posiciones y estrategias, a pesar de que muchos de ellos integren a la vez las entidades tradicionales. La casta es casta, pero no es pura y menos boluda.
El ejercicio será positivo, pero doloroso. Por lo pronto, la Mesa de Enlace quedó tan expuesta como Majul ese día en que Alfredo golpeó la mesa. Casi sin quererlo, los Casero del agro los expusieron tanto que también colaborar a debilitar la representatividad sectorial, para beneplácito de un gobierno que gastó millones de dólares en lograr lo que el tiempo y la distancia le ofrecen ahora: una Mesa de Enlace que ni llega a león herbívoro sino a apenas gato montés vegano.
Los dirigentes históricos de la casta agropecuaria, más tarde o más temprano, pero cada vez con menos tiempo, deberán replantear ellos mismos los sistemas de representación si quieren seguir siendo los que lleven la voz cantante del agro.
No parecen haber dado cuenta todavía, agarrados como pueden a la cubierta de un bran barco que podría hundirse, porque la tormenta es poderosa. Y eso se nota en el alto grado de rencillas internas que aparecen flotando en el mar de las entidades. En CRA, Jorge Chemes es desafiado abiertamente por su vicepresidente, el cordobés Gabriel De Reademaeker, que incluso participó de la marcha a Plaza de Mayo. En Coninagro, nadie soporta demasiado tiempo más al mendocino Carlos Iannizzoto, pero como nadie lo cuestiona a viva voz, éste se carga dirigentes díscolos como el también cordobés Alejandro Buttiero. En la Sociedad Rural Argentina (SRA), quizás la única entidad que produjo un golpe de timón con el primer triunfo de una lista opositora en toda su historia, la vieja guardia se rearma y ya ofrece pelea nuevamente con el cordobés (again) Alejandro Ferrero a la cabeza. Y en Federación Agraria ni hablar: Carlos Achetoni acaba de pedir a las filiales dudosas que han inventado anteriores presidentes para ganar las elecciones presenten los papeles para verificar que existen, de cara a la primera elección de autoridades desde antes de la pandemia.
Con todo el capital político que habían recibido del conflicto de 2008, los dirigentes rurales deberían estar unidos y fortalecidos, pero la casta agropecuaria lamentablemente ha hecho todo lo posible para ir en la dirección contraria. Los cuestionamientos de los Casero ahora los dejan muy maltrechos, expuestos como nunca lo estuvieron antes. Domínguez y los sesos divisionistas de oficina se frotan las manos…
Pero la debilidad de éstos lejos está de querer significar la fortaleza de aquellos. Al exhibir con su fuerte manotazo la mediocridad de la casta, Casero también se expuso. Y de la euforia inicial, las ganas de derruir todo para volver a construirlo, sobrevino primero el resentimiento y después la impotencia. Este tuit de las últimas horas lo expone con crudeza.
Ya no quiero seguir en este país de opas.
Miedosos.— Alfredo Casero (@agencialavieja) May 14, 2022
Uno puede golpear fuerte sobre la mesa denunciando las castas, pero mucho más difícil es derribarlas. Y mucho más difícil todavía es construir algo nuevo que las reemplace.
Después de mostrarse exultantes por el gran acto que realizaron en el corazón político de la República, su gran cuarto de hora, varios de los dispersos productores autoconvocados que motorizaron aquel hecho deben estar sintiendo lo mismo que Alfredo, una impotencia parecida. ¿Tanto esfuerzo para qué? ¿Hacia dónde nos conduce ese grito, más por fuerte y claro que haya sonado?
En los últimos días, algunos de ellos organizados a través de los grupos de uasap hicieron un buen diagnóstico sobre lo mal consejeros que son el individualismo y la fragmentación cuando lo que se pretende es construir políticas en serio. Por eso decidieron agruparse y ponerse nombre en el llamado Grupo Independencia. Son los mismos que suscribieron el comunicado que se leyó en Plaza de Mayo.
Menos alimentos, más hambre. pic.twitter.com/fl3Rg5p229
— Grupo Independencia (@grupo_indep) May 9, 2022
Con la conformación de ese grupo, varios de los Casero del campo trataban de neutralizar el fuerte eco que tuvo en la convocatoria a Plaza de Mayo otro grupo inorgánico de Casero agropecuarios, que con habilidad el oficialismo suele ligar políticamente con Mauricio Macri, dado que existen muchos vasos comunicantes. Se trata de Campo+Ciudad, que también hizo mucha fuerza por adueñarse de la convocatoria.
Campo+Ciudad tiene a la vez integrante que los unen y otros que los separan de la flamante Asociación Argentina de Productores Autoconvocados (AAPA), un grupo que a la vez se escindió de la añosa Mesa Nacional de Productores Autoconvocados y que ha decidido tener una estructura orgánica, con presidente, secretario y tesorero, y que pretende ser reconocida como “la quinta entidad” agropecuaria.
Los Casero del campo, al momento de la verdad y para quienes observamos todo desde afuera, ofrecen una imagen casi tan lastimosa como la de la casta que ya no los contiene ni conforma. El propio Alfredo fue invitado decenas de veces por los periodistas de los canales de televisión de los gobiernos, porque les resultaba funcional. Hasta que se cansó e hizo estallar su manotazo sobre la tabla. ¿Y luego qué? ¿Es posible que invente sus propios canales? ¿Y cuánto tiempo durará la euforia de las redes sociales?
No le encuentro sentido a estas líneas más que advertir sobre la dificultad de la época, que no es exclusiva de los productores agropecuarios sino que abarca a todos los sectores de la sociedad. Porque es de todos los argentinos la angustia y la desazón, y porque todos entonces tenemos ganas de gritar, de llenar la Plaza de Mayo y de pegar un fuerte golpe denunciando a las respectivas dirigencias. Es el status quo el que está siendo cuestionado en estos tiempos.
Las castas son fácilmente identificables y denunciables. Lo que resulta difícil es reemplazarlas. Y mucho más, sin repetir los mismos vicios.
El campo se movilizó a Plaza de Mayo. No sucedía algo así desde que en 1993 se realizó un “camionetazo” que -liderado por Humberto Volando, entre otros respetados dirigentes de la época- denunciaba que miles de productores estaban cayendo como moscas debido a la ley de convertibilidad. Aquel gobierno, como ahora, inventaba fábulas y relatos para esquivar la discusión e invitaba a los chacareros a criar carpinchos.
El campo se movilizó a Plaza de Mayo y ese ha sido todo un síntoma, un manotazo sobre la mesa. Especialmente sobre la Mesa de Enlace, que no ha sabido interpretar los humores de la época. Los Casero del campo son muchos y se están haciendo visibles, a pesar de que están tanto o más fragmentados que los dirigentes de la casta que han empezado a desafiar.