El Panorama de la seguridad alimentaria y nutrición en América Latina y el Caribe, presentado este miércoles desde Santiago de Chile por un conjunto de organismos multilaterales (FAO, FIDA, OPS, WFP y UNICEF) tiene 150 páginas en las que se nombra a la Argentina en al menos 35 ocasiones. Un dato raro teniendo en cuenta que el país es un gran productor mundial de alimentos y siempre se ufana de poder darle de comer a 400 millones de personas en todo el mundo. Históricamente, en rigor, la Argentina no había padecido problemas de hambrunas tan frecuentes en otras latitudes. Y casi no era mencionada.
Ya no es así y deberíamos sentir algo de vergüenza por eso. La Argentina fue tan mencionada en este documento global porque ha sido una de las peores alumnas en la aplicación de políticas alimentarias tan pregonadas por la ONU en lo que va de este milenio.
Este cuadro que resume la situación de la subalimentación en el mundo y en toda la región, es una prueba cabal. Hay aquí y ahora 1,7 millones de personas con problemas de subnutrición (comer menos de lo que se debe). Son medio millón de personas más en esa condición de las que había en la crisis de 2001/02. Patéticos, si entonces la subalimentación afectaba a solo 3,1% de la población, ahora llega a casi 4% (3,8%).
Se considera como “subalimentación” a la proporción de personas del total de la población que carece de alimentos suficientes para satisfacer las necesidades energéticas para llevar una vida sana y activa durante un año.
No es el único papelón. El Panorama alimentario analiza la Prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave en la región. En América Latina, 191 millones de personas se vieron afectadas por inseguridad alimentaria moderada o grave en el 2019. De ellos, casi dos terceras partes (122 millones) viven en Sudamérica y 69,7 millones en América Central.
En esta estadística la Argentina vuelve a dar la nota. “En Argentina, la prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave creció 16,6 puntos porcentuales. El país prácticamente ha duplicado la población total afectada y ha sumado 3,2 millones de personas a la inseguridad alimentaria grave”, dice el documento en otra de sus menciones.
¿Qué quiere decir? Que en los últimos seis años, de 2014 para acá, la Argentina pasó de tener 5,8% de su población en situación de inseguridad alimentaria grave (esto es 2,5 millones de personas) a tener en 2019 el 12,9% (esto es 5,9 millones de habitantes). Un fracaso estrepitoso de las políticas sociales y económicas.
Si uno toma el porcentaje de la población argentina con una situación de inseguridad alimentaria de moderada a grave llega ahora al 35,8% (15,9 millones de personas). A nivel mundial, con Burundi incluido, el promedio es diez puntos menor, de 25,5%. El país que produce alimentos para todo el mundo está mucho peor que el promedio, incluso que aquellos países en los que faltan alimentos.
A los efectos de elaborar esta estadística, se considera “Inseguridad alimentaria grave” al nivel de inseguridad alimentaria en el cual las personas probablemente se han quedado sin alimentos, sufren hambre y, en el caso más extremo, pasan días sin comer. En tanto, la “Inseguridad alimentaria moderada” es aquella donde las personas afrontan incertidumbres con respecto a su capacidad de obtener alimentos y, en ciertas épocas del año, se ven obligadas a reducir la cantidad o calidad de los alimentos que consumen por carecer de dinero o de otros recursos.
Lo dicho: en el país que se dice capaz de alimentar a 400 millones de personas, hay 1,7 millones de personas con signos evidentes de subalimentación, otros 5,7 millones de habitantes con problemas serios de acceso a los alimentos. Y finalmente 15,9 millones que deben esforzarse mucho por conseguirlos.