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“Cuando uno pone el corazón en lo que quiere, las cosas nunca pueden salir mal”, dice Leandro Schneider, que armó desde cero una plantación de olivos en su colonia natal, allá cerca de Carhué

Lola López por Lola López
4 mayo, 2022

En su campo de 7 hectáreas llamado “Recóndito” produce aceitunas y también algo de trufas. El predio se ubica en San Miguel de Arcángel, colonia de 500 habitantes perteneciente al partido de Adolfo Alsina y ubicada a 50 kilómetros de camino de tierra desde Carhué, Buenos Aires. Hace 6 años que los olivares están plantados y –curiosamente porque suelen tardar un poco más- ya van por el segundo año de producción.

Es que a pesar del largo camino de tierra, de que los olivos tienen sus vericuetos y de que no tenía capital para empezar con todo esto, hoy las cosas marchan. El protagonista de este emprendimiento (y de esta historia) es Leandro Schneider, “nacido y criado” en la colonia y profundamente identificado con sus antepasados alemanes del Volga, como uno puede sospechar al escucharlo hablar.

“Yo desde siempre quise producir algo porque tengo una conexión muy especial con la tierra y especialmente con este lugar: yo quería tener más arraigo del que tengo todavía porque la historia de mi familia se construyó acá, en la colonia, y quería profundizar esa identidad porque sufrí muchísimo el desarraigo cuando me fui a estudiar a Bahía Blanca”, dice Leandro de un tirón y a la sombra de los olivos donde nos hemos acomodado.  “Así que cuando volví al pueblo, volví con todo, con ganas de quedarme y de hacer algo que motorizara el lugar y que motivara a otros a quedarse acá haciendo cosas”.

“Yo buscaba algo que funcionara en una superficie chica y que a la vez fuera rentable; primero pensé en nueces, después en almendras y el olivo no me convencía porque sabía que tenía que elaborar el aceite y no veía la forma de hacerlo porque no tenía nada”, recuerda. “Pero yo sentía que había que diversificar el pueblo, ya que solo hay ganadería y agricultura y los productores dependen mucho del clima y del paquete de insumos… y yo quería hacer y proponer algo diferente”.

Leandro sigue contando y acá es donde la historia se pone buena: resulta que todas estas ideas solo estaban en su mente porque en el mundo material la realidad le mostraba que la cosa estaba bien difícil porque no tenía nada de capital con que empezar. “Pero soy un convencido de que cuando uno tiene un objetivo claro las cosas empiezan a ocurrir aunque uno en principio no sepa cómo”, asegura.

En ese entonces Leandro trabajaba en la cooperativa agrícola del pueblo y buscaba “por buscar” alguna quinta para llevar a cabo su emprendimiento y le contaba a todos lo que tenía ganas de hacer… y entonces el “cómo”, hasta ahora desconocido, ocurrió: “El dueño de esta quinta donde estamos ahora quería venderla y me llamó porque quería que yo fuera el comprador”, explica. “El motivo lo supe luego: yo le daría el uso que él quiso hacer en su momento pero que no pudo desarrollar y tan convencido estaba que me dijo que armara un plan de pago yo mismo para pagarle como pudiera. El caso es que realmente yo solo tenía mi sueldo y ningún excedente así que le dije que no podía armar ningún plan interesante para él”.

-¿Y entonces?

-Entonces él saco un crédito para un vehículo y la forma en que yo le pagué este campo fue pagando esa cuota mensual, para lo cual encima me dio facilidades. Y así arrancamos.

-¿Cómo se decidió finalmente por los olivos?

-Luego de mucho indagar conocí la cooperativa de Puán, que tiene olivos, y fuimos entendiendo más acerca de este cultivo. Al principio el panorama no era alentador porque requería mucho trabajo y bastante tiempo de espera para la primera cosecha, pero yo ya estaba decidido a que esto era lo que quería hacer y, si bien no fue fácil, todas las cosas fueron acomodándose y mejor de lo pensado.

-¿Qué pasó?

-Cuando ya tenía los plantines comprados y era momento de colocarlos justo acá, en el pueblo, había habido una inundación.  Los especialistas me dijeron que no los plantara porque el olivo no resiste el encharcamiento, pero yo no tenía opción porque no podía dejar los plantines almacenados hasta el año siguiente, así que decidí plantarlos igual. Y no solo no se murió ninguna planta en el proceso sino que crecieron más de la cuenta. Para comprobarlo basta ver cómo están los árboles hoy, que recién tienen 6 años. Además de todo esto, pasó otra cosa inesperada por mí y muy buena.

-¿Con la plantación?

-En parte. La primera siembra de olivos la hice junto con vicia para tener un cultivo de cobertura y nutrientes para el suelo. Esa vicia tuvo un rinde inesperado: más de 3.000 kilos y entonces un amigo me sugirió cosecharla y venderá. A mí al principio me pareció muy raro y no me hacía a la idea, pero como él me insistió así lo hicimos… y con esa plata en 2017 nos pudimos casar con mi novia y alcanzó para pagar todo. Fue fantástico.

Actualmente en “Recóndito” hay 1.600 plantines en 5 hectáreas y con riego por goteo. La idea es poner una línea más de riego para expandir raíces con el objetivo de que los árboles estén protegidos, en especial en momentos de mucho viento algo que suele ocurrir en la zona.

 

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La plantación inicial la realizaron en 2016 con plantines de la cooperativa de Puán con las variedades Frantoio y Arbequina y este 2022 realizaron una compra junto al INTA y otros productores, sumando Picual, Changlot Real, Hojiblanca (esta última para hacer conservas) y la Changlot, para “hacer algo distinto” porque brinda un sabor más aromático que hace a la diferenciación del aceite que elaboran.

“Los tres primeros años hicimos aplicaciones preventivas para hongos pero ahora hace ya dos años que no aplicamos nada -ni siquiera fertilizantes- y la producción y las plantas van muy bien; estoy inscripto en el listado de productores agroecológicos de la provincia de Buenos Aires”, cuenta Leandro.

“El olivar aún no es el sostén de la familia pero creemos que pronto lo será; en cuanto a rindes en 2021 sacamos solamente 500 kilos porque llovió mucho en la época de floración y muchas flores se cayeron, por eso es difícil hoy decir cuál es el rinde potencial del cultivo, pero aspiro a 10. 000 kilos para elaborar mil litros de aceite”.

En cuanto a las trufas, compraron 250 plantas ya inoculadas en un vivero de Coronel Suárez como una forma de complementar los olivares y el aceite de oliva, que es algo gourmet y viene muy bien para sumarse a la propuesta turística, ya que Leandro y familia también pertenecen al grupo Cambio Rural Triángulo de Turismo Rural Carhué, Rivera y San Miguel Arcángel.

“Veo que hay una demanda creciente de este producto y hasta tengo pensado adiestrar a un perro para la caza de trufas”, señala.

“Siempre me interesó la actividad turística y la propuesta es hacer una recorrida con degustación de aceite y más adelante que el turista coseche y hasta elabore su aceite”, se entusiasma Leandro.  “Estoy muy entusiasmado con esta nueva idea y ya tengo ganas de arrancar porque sé que cuando uno pone el corazón en lo que quiere, las cosas nunca pueden salir mal”.

Etiquetas: aceite de olivacarhueemprendedoresLeandro Schneiderolivossan antonio arcangeltrufas
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