Alejandro se queda pensando durante varios segundos.
El silencio desconcierta a esta cronista porque la pregunta había sido “cuáles son los problemas a los que enfrenta” y es la primera vez en años de entrevistas que un productor agropecuario (¡y más un tambero!) no descarga una retahíla de quejas y detalles acerca de por qué es tan difícil producir en Argentina y que si todo sigue así pronto no va a quedar nadie produciendo en el campo argentino.
“Créditos más blandos para comprar más campos”, dice, finalmente Alejandro Frascarelli, ingeniero agrónomo y propietario, junto a 3 socios, de la empresa Alfaláctea ubicada en Mayor Buratovich, sur de la provincia de Buenos Aires, “eso es lo que se necesita”. Con 11 años de existencia, el predio total del tambo está conformado por 1.200 hectáreas de las cuales 1.000 tienen dotación de riego con el servicio de agua provisto por CORFO, la Corporación de Fomento del Valle Bonaerense del río Colorado.
“Vengo de familia agropecuaria y mi padre, oriundo de Carlos Casares, siempre tuvo ganas de tener tambo, así que en parte me inicié por esta idea familiar y porque considero que es una de las actividades más rentables a escala mediana, sobre todo en esta zona donde hay ventajas comparativas”, recalca Alejandro.
“El clima semiárido (400 mm por año) es de gran ayuda por dos motivos fundamentales: disminuye la incidencia de enfermedades en el ganado y contribuye a que haya menos barro, que suele ser un gran problema en todos los tambos. Además, el riego garantiza la oferta forrajera y nos permite trabajar con un sistema pastoril”.
El campo está dividido en parcelas de entre 6 y 10 hectáreas y se realiza una rotación diaria de los animales. Según la época los períodos de descanso de dichas parcelas varían: 30 días en verano y 90 en invierno. Se suplementa con silo de maíz y heno de alfalfa que se produce en el campo, junto con verdeos de invierno. Actualmente el rodeo es de 900 animales en ordeñe y 17 toros para repaso, ya que todo el sistema trabaja con inseminación artificial para asegurarse la mejor genética.
Otra característica de este tambo es que tiene vacunos de la raza Kiwi Cross, originaria de Nueva Zelanda y producto del cruce entre Holstein Neozelandés y Jersey, que se caracteriza por un tamaño mediano, rusticidad, rendimiento reproductivo, longevidad y conversión eficiente de forraje a sólidos en leche, algo clave para el negocio.
“Nos decidimos por esta genética porque caminan más, se preñan con facilidad y producen una leche con más sólidos, gracias a lo cual recibimos un mejor precio”, destaca Alejandro. “En promedio cada vaca dura unas 5 a 6 lactancias y en los dos ordeños diarios que realizamos dan unos 21 litros de leche”.
Desde hace años la empresa tiene convenio con la escuela agropecuaria Hilario Ascasubi para que los chicos de los últimos años hagan sus prácticas profesionales en el tambo y comprendan cómo funciona el negocio, algo clave para sus posibilidades en el mundo laboral. A esto se le suma que desde 2016 pertenecen al grupo de turismo INTA/Cambio Rural Aguas Turísticas de Villarino, donde junto a otros emprendedores, buscan dar a conocer las bellezas y valores de la zona, haciendo hincapié en los recursos naturales y rurales, complementar la economía familiar y “motorizar” al pueblo.
“Ofrecemos realizar visitas guiadas en el establecimiento y dar a conocer cómo trabaja un tambo”, explica Yanina Martínez una de las socias de la empresa y esposa de Alejandro. “Lo hacemos en complemento con las propuestas de los otros integrantes del grupo, para así armar un circuito de turismo rural donde lo productivo se fusiona con la naturaleza, los paisajes y lo recreativo”.
Con respecto a los cambios que fueron ocurriendo en los últimos años, Alejandro cuenta que cada vez utilizan menos agroquímicos: ningún insecticida (salvo excepciones) y pocos herbicidas, a la vez que realizan un control mecánico de la maleza. “Este cambio tiene que ver con una demanda social y una conciencia propia que fueron creciendo en los últimos tiempos, con la ventaja de que el clima que tenemos acá nos permite hacerlo”, enfatiza. “Es algo que se ve cada vez más: nadie te va a querer comprar si no cuidás el medioambiente y como nosotros producimos alimentos, además tenemos la obligación de que sean sanos para el consumidor”.
En esta línea, en temas de sustentabilidad la empresa utiliza paneles solares y en cuanto a los efluentes están en proceso de reciclaje, por ahora separando los sólidos y usandolos como fertilizantes. En dos años esperan tener terminado el sistema de tratamiento completo.
Dentro de este abanico de nuevos requerimientos para ser una producción social y económicamente aceptada, la empresa también (y desde hace tiempo) se preocupa por el bienestar animal. Esto se traduce en un buen trato (no pegar, no gritar), en asegurarse de que siempre tengan agua limpia y fresca, en seguir un protocolo sanitario, en supervisar los partos y en algo especial y distinto a lo que se ve en otros establecimientos: tener una guachera colectiva donde los terneros están sueltos y no atados a un poste. A todo esto se le suma que al producir bajo un sistema pastoril, las vacas están al aire libre y en la naturaleza. Todo cierra desde lo ambiental y desde lo económico.
-¿El veganismo le ha traído algún problema o afectado las ventas?
-No, y por ahora creo que no hay que preocuparse. El mercado de la leche -a un precio razonable- está garantizado, así que el veganismo hoy no incide en el negocio gracias a que nuestro producto es un alimento nutritivo comprobado y hay una demanda que estará vigente por muchos años. Sin embargo, es un tema a no perder de vista.