Este es el último testimonio que recogimos cuando fuimos, hace un par de semanas, a palpar de cerca la crisis de la economía citrícola del litoral, que es la que provee de naranjas y mandarinas al resto de la Argentina. En Federación topamos con Cristian Toller, que es muy joven y parece decidido. Esas dos cualidades la han servido para cambiar a tiempo, que es algo que los productores más grandes muchas veces no logran hacer.
¿Qué cambió Cristian? O mejor dicho -él se ocupa muy bien de aclararlo-, ¿qué cambiaron Cristian, su padre y sus dos hermanos en la chacra familiar? Metieron vacas en el medio de los frutales Montaron un pequeño feed lot para tener algo con que zafar mientras la crisis de rentabilidad de la fruta siga rondando por esta importante economía regional.
“Fue idea de la familia. Salió esto y lo empezamos a hacer. Es algo que nos sirve cuando la citricultura anda mal, porque tenemos de donde financiarnos. Porque cuando la citricultura necesita, necesita plata. Vos no podés decirle a la planta: ‘Esperame porque yo no tengo ahora para ponerte para la floración, te voy a poner después el abono que necesitás, el fungicida o lo que sea’. Entonces esta fue una salida. No siempre es rentable, pero lo que tiene la ganadería es que siempre tiene un comprador”, nos explicó el joven Toller.
Mirá la entrevista completa con Cristian Toller.
La charla con Cristian nos sirve para conocer otro de los problemas más críticos que atraviesan los productores: una industria del juicio que se hace un festival con las frágiles condiciones de empleo que puede ofrecer esta actividad.
La familia Toller tenía en otra época todas las fichas apostadas a las naranjas y mandarinas. Habían integrado la cadena completa, como les gusta decir a los teóricos del agro. Producían la fruta sobre 200 hectáreas, la preparaban en un empaque propio, también eran dueños de los camiones y vendían directamente en el Mercado Central, donde tenían un puesto.El sueño del pibe. Pero la citricultura es compleja. Y requiere mucha mano de obra. En total le daban empleo fijo a 30 personas.
Cristian se muestra convencido de que fue este rasgo de la actividad, la gran cantidad de gente que demanda, la que les jugó en contra. Relata que “al cubrir toda la cadena te empezás a llenar de gente. Y la gente va cambiando. Cuando mi papá empezó, la gente tenía la camiseta puesta de la empresa. Después esa gente se fue jubilando, se fue yendo. Y la gente nueva ya no entra con el mismo entusiasmo ni con la misa forma de trabajo”. Luego informa que soportaron muchos juicios laborales y describe que “todo esto se va sacando ganas de tener tanta gente”.
“No se hace un país sin generar empleo y lo que yo hice va en contra de mi forma de pensar, Pero me obligaron a tener que hacer esto: es decir, trabajar solos, yo, mis hermanos y cuatro empleados nomas”.
Nos cuenta el joven citricultor que en la empresa familiar siempre se pagaban los salarios los días sábado. “Había que buscarle la vuelta para que sí o sí los sábados estuviera la plata. Yo me mato para cumplirle el día sábado a mi gente, porque de lunes a sábado ellos me cumplieron, y de golpe me cae una carta documento que me trata como si fuera Pablo Escobar Gaviria. Entonces te saca todas las ganas de trabajar”.
Fue en ese derrotero de crisis y conflictos con el personal que decidieron achicarse y buscar alternativas en la ganadería. El padre de los chicos tenía algo de experiencia. Cristian y sus hermanos están aprendiendo algo nuevo todos los días. “En este lugar el único animal que había antes era un perro”, ironiza.
-¿Y pensaste alguna vez, si la ganadería funciona mejor, en arrancar las plantas?
-No. Soy citricultor de corazón. No sé cómo, pero la vamos a aguantar. Si hay que vender un ternero para comprarle el abono a la quinta, se lo va a vender. Después se verá cómo se repone. La citricultura, como muchas actividades supongo, se lleva en el corazón. Si vos decidís compra runa quinta porque pensás que te vas a llevar de plata, no lo hagas nunca. Si a vos no te gusta trabajar en el campo, no vengas a trabajar en el campo. El campo lo llevas primero en el corazón y después en el bolsillo. Y si no sentís eso, con todas las coas que pasan en este país, te aseguro que te enfermás.