Todo empezó en el patio de la abuela. No hay forma más elocuente ni más concreta de explicar cómo nació Prim@hidroponia, el proyecto de cultivo hidropónico que Ignacio Martínez Ruffinatti y su prima Manuela Ruffinatti llevan adelante en Tres Lomas, provincia de Buenos Aires. “Y cuando me quedó chica la casa de mi abuela acaparé el patio de mi tía, que vivía justo al lado”, recuerda Ignacio, que conoció este sistema de cultivo durante una beca que realizó en Brasil.
“La hidroponia me entusiasmó enseguida, era completamente distinto a lo que conocía. Me gustaba la idea de estar todos los días con la planta, acompañar su desarrollo desde el minuto cero. Sentí que eso era lo mío, más que dedicarme a vender insumos o seguir el camino tradicional”, cuenta Ignacio, que es ingeniero agrónomo, pero asegura que para este tipo de producción tuvo que estudiar de nuevo. “En la facultad no nos enseñan hidroponía. Es otra lógica, acá no hay tierra, sino un sustrato inerte; usamos espuma fenólica, sembramos ahí la semilla y ella echa raíz. Todo depende de cómo administremos los nutrientes y el agua, así que es una síntesis de química, biología, ensayo y error”.
El primer experimento fue acotado: unas pocas plantitas en el fondo de la casa de la abuela que empezó primero mirando con curiosidad lo que hacía su nieto para ahora decir con orgullo que “todo nació en su casa”. Luego de un tiempo, a Ignacio la cosa se le fue de las manos (en el mejor de los sentidos) y entonces, como el espacio le quedaba chico, cruzó al patio de la tía-vecina. Finalmente ocurrió lo previsible: que eso tampoco le alcanzaba, entonces apareció Santiago, pareja de su prima Manuela, con la propuesta de usar un terreno propio para montar una estructura y pensar en producir a escala. Así nació el vivero actual de mil metros cuadrados, con un sistema de bombeo y de reciclado de agua para aprovechar hasta la última gota.
La especialidad de Primahidroponia es la lechuga crespa, también conocida como francesa. La eligieron por una razón sencilla pero clave: es lo que más se consume. La gente la conoce, la pide y hasta la espera. Si bien en algún momento probaron con mantecosa, morada, rúcula y radicheta, descubrieron que cada variedad exige un tratamiento específico y que ya tienen claro como producir la crespa, lo cual se traduce en eficiencia.
La producción es continua: todo el año, sin interrupciones, con un ciclo de aproximadamente 45 días desde la siembra hasta la cosecha. Eso les permite obtener hasta nueve cosechas anuales, en contraste con las tres que suelen lograrse en la producción tradicional en suelo. Hoy tienen capacidad para manejar unas 12.000 plantas en simultáneo, organizadas en un esquema escalonado que asegura frescura permanente. Aunque, cuentan, que no alcanzan a cubrir la demanda que tienen y que hay clientes que “esperan” la lechuga hidropónica porque ya no quieren “de la otra”.
En este sistema productivo sin tierra, cada planta se desarrolla con una solución nutritiva que contiene nitrato de calcio, nitrato de potasio, fosfato monoamónico, sulfato de magnesio y quelato de hierro, todo cuidadosamente balanceado. “El pH es fundamental, se ajusta todos los días porque si está desequilibrado la planta no puede absorber los nutrientes. Es como cuidar una receta de cocina, pero viva”, explica Ignacio, que además de productor es un apasionado de la investigación.
Todo esto suena hermoso pero, como todo lo nuevo, al principio, la recepción no fue fácil. “Había mucho prejuicio, sobre todo de los verduleros de la vieja escuela. Algunos decían que la lechuga tenía gusto a plástico, pero una vez que la probaron, todo cambió. Actualmente uno de los que más nos compra era el que más renegaba”, se ríe Manuela.
Ese cambio no vino por campañas de publicidad ni por las redes (aunque tienen una presencia activa en Instagram). La clave fue el boca a boca: gente que probó, se entusiasmó y empezó a recomendar. Hoy, sus principales clientes son minimercados, verdulerías, rotiserías, hamburgueserías, y también abastecen a localidades vecinas. Reparten todos los días, con un esquema de trabajo que exige estar presente en todos los detalles, como el packaging, que acompaña lo bonito de la lechuga (es más, como visualmente parece un ramo de flores, bien puede funcionar como un ´presente’ práctico y no convencional al llegar de visita a una casa).
Cada planta se comercializa a mil pesos, un valor competitivo si se tiene en cuenta que el producto llega limpio, sin tierra, lindo visualmente y con buena calidad. “Además, se puede comprar para comer más adelante porque poniendo en agua la planta, que viene con sus propias raíces, dura muchos días en la heladera”, agrega Manuela. “Incluso hasta crecen hojas nuevas”.
“En la hidroponia son todas ventajas”, resume Ignacio, “se ahorra un 80% de agua respecto de la producción tradicional, se necesita menos espacio, tiempo y se logra mayor producción. Lo único es que al inicio hay que hacer una inversión importante y que se depende de la electricidad para las bombas, pero después todo marcha porque el cultivo no compite con bichos ni malezas, lo cual es ´golazo´. En nuestro caso solo usamos biopreparados preventivos como aceite de neem y jabón potásico”.
La lechuga va bien y los primos Ruffinatti quieren seguir creciendo. Ya están estudiando cómo incorporar tomates cherry, frutillas y hasta forraje para ganado. Por ahora dicen que lo que viene “es un camino para recorrer” y mientras tanto compraron una heladera para proteger a las lechugas de los grandes calores.