“Mis bisabuelos tenían campo, llegaron de Polonia directo a Rivera, provincia de Buenos Aires. Vivían ahí, hacían algo de agricultura y tenían animales también. Mi padre llegó a vivir un poco de esa historia”, cuenta Malena Mikey, que estudió la tecnicatura en producción vegetal orgánica y que en pandemia dejó la Ciudad de Buenos Aires para ir a vivir a Saladillo.
Junto a Carlos Rocca Gennari, que es técnico agropecuario y que dejó su Quilmes natal en 2000 para radicarse también en el campo, llevan adelante dos proyectos: por un lado La Luciérnaga, donde producen lo que ellos denominan “alimentos reales”: quesos artesanales, pollos pastoriles, huevos, miel y dulces de estación y, por el otro, Cabaña La Huella, donde se producen reproductores Aberdeen Angus.
Más allá de los estudios “formales” ambos hicieron cursos sobre agricultura, agroecología y ganadería regenerativa. Y siempre siguen aprendiendo.
“Principalmente tenemos dos actividades, la cabaña de Angus y un tambo de vacas Jersey para elaborar queso; hace un poco más de un año incorporamos a la producción gallinas ponedoras en pastoreo libres de jaula y también contamos con frutales para producir dulces caseros de estación”, cuenta Male.
“También producimos pollos de carne, esta última actividad surgió para autoconsumo pero vemos que en el mercado hay una gran demanda, por lo que decidimos realizar una venta del excedente. Tanto Carlos como yo vivimos de lo que producimos”.
Pero no siempre fue así.
Primero porque Male vivía en la ciudad. Segundo, y con respecto a Carlos, porque durante muchos años se dedicó a la ganadería siguiendo las recomendaciones de los vendedores de insumos. A partir de la observación y el encuentro con personas que venían desarrollando otras propuestas productivas comprendió que el sistema de producción industrial no era sustentable ni rentable y que tenía que hacer algo distinto.
Fue entonces cuando decidió indagar en la agroecología y fue en ese contexto donde conoció a Male, quien tenía muchas ganas de dejar la ciudad desde hace ya varios años atrás. Tal es así que al poco tiempo se fue a compartir la vida al campo en Saladillo y la producción de alimentos también.
Hoy La Luciérnaga es un establecimiento diversificado y agroecológico. Sus clientes también son diversos: por un lado ganaderos que compran reproductores, semen y embriones, y por otro consumidores que compran sus productos en diversos lugares: nodos de consumo responsable, locales comerciales o de forma directa. Una vez al mes van a Buenos Aires a entregar pedidos.
“Creemos que la agroecología, más que una forma de producción, es una forma de vida, es ser parte de los procesos naturales que culminan con la aparición del alimento” describe Male.
“Empezamos con la inquietud de preguntarnos qué es lo que comemos, cómo lo comemos, quién lo produce… Y a través de esa búsqueda nos fuimos interiorizando en distintas disciplinas o métodos de producción que se puedan sostener en el tiempo, sin agotar los recursos. En todo este recorrido y sabiendo cómo es el sistema de producción industrial no se nos ocurre otra manera de vivir, producir y trabajar la tierra. Con respecto a las plagas, la verdad es que no debemos realizar mucho ya que no tenemos casi problema, hay un gran autocontrol si es que algo aparece”.
Carlos está convencido de que cada vez hay más interés en la gente por comer alimentos sanos y saber cómo se producen: “Los efectos del sistema productivo industrial son cada vez más visibles, cada día tenemos más información y así es como muchas personas se interesan por otras formas de producción, de alimentación y por conocer a quienes le llevan el alimento a sus mesas”, asegura.
La agricultura orgánica conlleva también una construcción social en torno al alimento, porque los consumidores junto con los productores se comprometen con la búsqueda de la salud de todos.
Ambos aseguran que lo que más les gusta de vivir en el campo es poder estar en contacto con la naturaleza, con los animales, con los ciclos naturales, y “lo esencial” de la vida. “Saber que estamos trabajando y luchando por un mundo más sano y más justo nos motiva mucho y elaborar alimentos reales, poder llegar a la gente con lo que producimos y ver al consumidor feliz nos llena de entusiasmo cada día”, afirman.
Male asegura que no extraña nada de la ciudad y es más: cada vez que vuelve le parece que está peor. “El campo demanda mucha atención y trabajo, no siempre podes salir e irte; tenés que dejar a alguien que principalmente mire los animales y eso es un poco difícil a veces. Es un trabajo pesado pero muy reconfortante, para mí es una forma de vida más real, donde todas las situaciones requieren de mucho aprendizaje y poder de resolución, no como un trabajo de oficina donde es todos los días es lo mismo.”, explica.
“Es más intenso de lo que imaginaba pero no con una connotación negativa sino porque hay que poner mucho el cuerpo (y la mente). Antes el campo era una cosa y ahora es otra, hay más posibilidades de comunicación; otras ´movidas´ que se están llevando a cabo en otros lugares. Uno sale más de la chacra… Pero nada es posible si no va la de mano del trabajo colectivo lo cual a veces en proyectos productivos es un poco difícil porque a la hora de trabajar en el campo no veo tanta gente interesada/comprometida”, cuenta.
“En este último tiempo, hemos estado probando un sistema de voluntariados que nos ha funcionado muy bien. A veces -como decía antes- los equipos de trabajo son más difíciles de formar y encontramos en esta variante una posibilidad linda también. Viene gente de todo el mundo que quiere saber cómo es la producción y viene a quedarse desde un mes hasta seis, aprenden a trabajar en todas las tareas de La Luciérnaga y a la vez nosotros aprendemos sobre otras culturas, idiomas y conocemos gente nueva. Son personas que vienen muy predispuestas, con una gran energía, con ganas de hacer cosas; nosotros no nos sentimos cómodos con la relación jefe-empleado, buscamos relaciones de asociativismo y en el voluntariado encontramos una forma que, por ahora, funciona”.
La Luciérnaga se compone de un total 83 hectáreas, de las cuales 60 son alquiladas y en 2015 dejaron de usar el paquete agroquímico. Producen maíz, cebada y avena, mayormente para el consumo de los animales. Actualmente tienen algunas hectáreas con pasturas implantadas y otras zonas con pastizal naturalizado; en los potreros realizan rotaciones entre agricultura y ganadería.
“Desde que cambiamos la forma de producir también vimos mejoras en la salud de los animales”, aseguran, “como por ejemplo la diarrea de los terneros: fue disminuyendo cada vez más y hoy ya no es un problema”.
Hermosa nota que motiva a mas personas a una alternativa agroecologica.
Hago Diesel y nafta del plástico y aceite de motor lo saco de un solo proceso única tecnología en Argentina wsp 3585162320
Excelente chicos,!!! Hace falta volver a lo natural que cuida y da más salud. Creo que nuestros abuelos y bisabuelos tenían tanta energía por la comida sin proceso industrial que consumían. Mi abuela tuvo 13 hijos vivos, seguiditos y sin ir al hospital la mayor parte. No digo que sea lo ideal, pero ¿cómo es que la mayoría tenía partos naturales? Da para analizar muchas cosas. Me apasiona el tema. Los felicito y ¡adelante!