“Cuanto más conozco a la gente, más amo a las abejas… Porque todas trabajan, como las hormigas, salvo el zángano”, ironiza Sergio Fernández, queriendo manifestar que admira su asombrosa organización.
Sergio es bisnieto de españoles que llegaron al sur de la provincia de San Juan, a Albardón, a ejercer la agricultura. Luego, su abuelo migró a Santa Lucía y una abuela, a Chimbas, que significa “pedregal” en quichua. Se crió viendo a sus abuelos capar y comer las criadillas de los chanchos, asadas a la parrilla, acompañando al típico corte de carne sanjuanino, “punta de espalda”, y ayudándolos a carnear y hacer embutidos de cerdo. Aún conserva sus máquinas y herramientas, como también la bordalesa y la prensa para hacer vino. Recuerda los sabores del patay a base de la algarroba molida en los morteros -alimento básico de los aborígenes huarpes que habitaron la región- y las humitas en chala, a base de choclo fresco.
Sergio, de 45 años de edad, nació en Rawson y vivió en Trelew hasta sus 12 años, porque su padre había emigrado en busca de trabajo. Hoy vive en la calle Necochea 1677, en la ciudad de Santa Lucía, ubicada en el centro sur de la provincia, en el Gran San Juan, y en el centro norte del oasis del valle del Tulum. Allí mismo, en su casa, tiene el depósito y la sala de extracción y fraccionamiento de la miel, donde ya posee todas las habilitaciones provinciales y hasta el permiso para tránsito federal. Creó la marca “AA”, Apícola Argentina, y pintó sus panales con los colores celeste y blanco. Extrae y produce miel en panal, polen, y jarabe y tinta de propóleo. Vende la miel en tambores y en frascos de medio kilo.
A Sergio le gustó trabajar desde chico. Plantaba perejil y lo vendía. Ayudaba a su abuelo a empaquetar beteraba o remolacha, y le pagaba con 10 paquetes que él vendía. A las señoras les ofrecía acarrearles las bolsas a cambio de unos pesos. Supo criar y vender conejos, un pájaro calafate, una cata australiana y hasta un “diamante mandarín”. Luego, ya vendía cebollas, habas y zanahorias, por su cuenta, a las verdulerías.
Un día conoció a un contador y, viéndolo que ganaba mucha plata, decidió estudiar esa carrera y se recibió. En 1998 estudiaba y trabajaba, cuando de pronto decidió aprender el oficio de apicultor, porque el campo era su verdadera felicidad. Hoy no se arrepiente de no haber ejercido nunca como contador. Eso sí, le sirvió para administrar su propia empresa.
Sergio se formó con el gran maestro de la apicultura cuyana, Pedro Saavedra, quien le repetía que se aprende ensayando y corrigiendo errores, los cuales pueden desencadenar la muerte de muchas abejas.
Hoy posee unas 550 colmenas y ha sobrevivido a 3 incendios, causados por las grandes sequías. Los intensos calores del clima sanjuanino suelen derretirle la cera de los marcos -que se derrite recién a 60 grados centígrados- lo que le provoca la muerte de las abejas. En el año 2020 extrajo unos 12.700 kilos de miel y unos 40 a 45 kilos de polen, dejando siempre reservas y sin alimentar a las abejas con azúcar, lo que representaría más gastos de mano de obra.
Sergio explica que la miel blanca es suave y buena para endulzar un té o un mate, más sana que el azúcar. Dice que es muy bueno comer una cucharadita de polen cada día. Pero produce y vende además miel negra, a más bajo precio que la blanca. Aunque el común de la gente no la prefiere, por su aspecto oscuro y su sabor más ácido e intenso, es muy rica en minerales. Le compran para la elaboración de los turrones y le vende a una gran panadería porque se utiliza para elaborar las galletas de miel, ya que el sabor de la miel blanca, al ser suave, no se siente en las masas.
Sergio la recomienda en las tostadas con manteca. Es la rica y aromática miel que las abejas extraen de la planta “pájaro bobo” o “brea”, de una flor rosa y que ayuda a bajar el colesterol.
También la miel de los álamos es una miel oscura y de sabor fuerte, que no se comercializa, sino que las abejas producen para alimentarse en sus panales y no cristaliza. Se la llama “mielada” o “mielato”. En marzo y abril las abejas la extraen del lomo de los pulgones que comen la savia de sus hojas. Éstos exudan la miel y las abejas liban sobre sus lomos. En esa misma época las abejas esperan a que las avispas rompan la piel de las uvas para ir a libar del mosto hasta dejar seca a la uva. Luego le aplican enzimas y la almacenan en sus colmenas para alimentarse durante el invierno. La miel de la alfalfa es blanca, pero cristaliza demasiado y se pone muy dura.
También Sergio coloca las abejas en los montes de atamisque o atamisqui, o en los de algarrobo o en los de lamar. En agosto lleva todas sus colmenas junto a los almendros, como también lo hace con los ciruelos y parrales prestando el servicio de “floración” a los campos.
Las abejas buscan miel de todas partes para asegurar su sustento. Las suele ver en el mes de mayo intentando llevarse como polen, el afrecho o la semita o el salvado del trigo de los tachos que se ponen para alimentar a los animales.
Sergio me habló del sacrificio que es andar por los áridos terruños llenos de plantas espinosas, con espinas de hasta casi 10 centímetros de largo, para lo cual no sirve protegerse con botas de goma, sino que es mejor usar botas de trabajo, reforzadas y con puntera de metal. Una vez se clavó una en el pie y anduvo 15 días rengueando por los campos. Y a veces llega a descompensarse a causa de la deshidratación.
Hace unos años fue a exponer y vender su miel a la feria agrícola ganadera de la Rural de Palermo, en Buenos Aires, y mucha gente le pedía las típicas semitas, esas galletas con chicharrón que se venden en las panaderías sanjuaninas para acompañar el mate de las mañanas. Dice que la próxima vez se va a llevar muchas bolsas de semitas y piensa ofrecer un frasco de miel con semitas a modo de promoción.
Sergio hoy no tiene empleados fijos, ya que tener a uno solo en blanco le insumiría el costo de un tambor de miel por mes, cuando en años flojos apenas saca 12 tambores por año. Trabaja entre 15 y 18 horas por día y él, solito, extrae la miel de unos 38 panales en un día.
El trabajo en el campo no tiene feriados, dice. Y me contó de su problema en la columna, porque tiene una vértebra desplazada y que hace un tiempo trabajó 42 horas sin parar, en las colmenas.
Se queja de que en el país el intermediario siempre gana más que el productor. Su tío decía que, mientras el productor anda en una “chata” vieja, el intermediario anda en una nueva. Pero Sergio sigue apostando al trabajo y a la producción, porque está seguro de que es lo único que va a sacar al país adelante. Seguirá en el campo con sus abejas -que es la mayor fuente de su felicidad- e insiste con la sentencia de su gran maestro: “Los errores son la mejor escuela. El problema está en repetirlos…”
Hay una canción que le gusta mucho a Sergio y quiso dedicarla a los lectores: “Hacelo por mí”, de Mariano Martínez y Ciro Pertusi, por Ataque 77, en su disco El cielo puede esperar.