El aumento de la resistencia de las malezas a los herbicidas ciertamente se ha convertido en una de las principales amenazas de la productividad agrícola a nivel mundial. Solo en Argentina se han detectado más de 20 especies distintas que escapan a la acción de los insumos químicos -proceso que se aceleró desde la década de los 2000- de las cuales la mayoría fueron identificadas en el cultivo de soja.
Un estudio realizado por la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), junto a otras universidades, sumó ahora una nueva señal de alarma en torno a las malezas del género Amaranthus, que se encuentran presentes en todo el continente. De acuerdo con lo publicado en la revista científica Advances in Weed Science, en función de una evaluación a 50 poblaciones de ese género, se demostró una resistencia alarmante al glifosato y a otros herbicidas.
“La resistencia aparece cuando en un lote se busca controlar una maleza usando siempre herbicidas que actúen de forma similar; o sea, que tienen el mismo modo de acción. Con el tiempo, la proporción de individuos que sobreviven aumenta al ir muriendo los susceptibles. Ya con un 30% de supervivencia estamos ante un posible caso de resistencia”, explicó Julio Scursoni, docente de las cátedras de Producción Vegetal y Protección Vegetal de la FAUBA, al medio Sobre la Tierra.
El Amaranthus, en particular, ha comenzado a cubrir extensas superficies en cultivos de soja y maíz, perjudicando económicamente a los productores.
“Lo primero que surgió de la revisión fue que en América del Norte, A. hybridus, A. palmeri, A. tuberculatus y A. retroflexus abarcan más del 90% de los casos reportados de resistencia. Mientras tanto, en América del Sur se destacan como resistentes las especies A. retroflexus, A. hybridus y A. palmeri”, comentó el docente.
De acuerdo a lo evaluado, la mayor resistencia se mostró frente a la aplicación del glifosato, aunque también se identificó ante el uso de topramezone y fomesafen. Por el contrario, se detectaron poblaciones muy susceptibles a 2,4-D y a dicamba.
“Es alentador, pero en nuestro país ya hay casos de resistencia de A. hybridus a estos dos herbicidas. Que hoy exista soja resistente a este tipo de herbicidas no debe alentar a aplicarlo masiva y reiteradamente. Si no, vamos a terminar generando poblaciones resistentes y no queremos repetir la historia del glifosato”, afirmó Scursoni.
Frente a esto indicó que el manejo integrado es clave, y que una buena opción es apostar a la rotación de los cultivos.
“Si vamos a usar herbicidas, la rotación implica también ir cambiando entre productos que actúen de distintas formas. Incluso, hasta podemos manejar las densidades de siembra para hacer que los cultivos compitan en mejores condiciones con las malezas”, sostuvo.
Otra alternativa atractiva viene del lado de la maquinaria. Para el docente, las cosechadores preparadas para romper por centrifugación aquellas semillas que normalmente son expulsadas, disminuye el crecimiento del banco de semillas e impide que las malezas regresen a los lotes.
Aún así, Scursoni reconoció que otro gran desafío tiene que ver con la posibilidad de sostener practicas de manejo en el tiempo, algo que se dificulta en campo arrendado.
“Un factor decisivo son los sistemas de explotación con alto porcentaje de arrendamiento. Un contratista toma un lote y no sabe si lo va a tener en su poder mucho tiempo, lo cual achica las posibilidades de implementar estrategias de manejo que persistan en el tiempo. Lamentablemente, se busca la rentabilidad inmediata y no a mediano o largo plazo”, lamentó.
“Si bien la resistencia a los herbicidas es un proceso natural, tenemos responsabilidad absoluta en su evolución. Como agrónomos o productores podemos acelerar o frenar la velocidad a la que ocurre según qué prácticas de manejo implementemos”, aseguró el docente.