Alejandra Badino es productora tambera en Cañada Rosquín, en pleno corazón de la cuenca lechera santafesina, y se nota a la legua que, a pesar de todos los avatares diarios, ama profundamente el tambo y lo lleva en su sangre. Prueba de eso es que ella sola es prácticamente la que lleva adelante todas las tareas diarias del establecimiento, ya que no tiene empleados.
“Yo sé que el tambo es un sacrificio, pero es mi trabajo, mi cable a tierra. Y a pesar de que tuve muchas malas experiencias, siempre aposté al tambo. Te digo más, mi marido siempre fue familia de tamberos, y no le gusta el tambo. Entonces la que siempre está ahí empujando soy yo, pero por decisión propia, porque me gusta”, confiesa Alejandra a Bichos de Campo.
Alejandra aprendió el oficio a los 10 años y al lado de su papá, y asegura que hasta el día de hoy es su pasión. “Amo lo que hago, amo los animales, y me desespero ahora en momentos de sequía, por no poder darles todo lo que ellos merecen. O cuando hay inundaciones. Es que, así como yo los necesito, ellos necesitan de mi”, describe.
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Su pasión por el tambo es tan proporcional como lo es su costado social virtual en Twitter, red donde reúne a casi 2 mil seguidores a los que comparte su labor diaria y los paisajes cotidianos del campo donde vive.
Tercera generación de tamberos, Alejandra es una productora chica. Tiene un tambo de 1200 a 1300 litros diarios de producción, con 40 vacas en ordeñe. Está casada, tiene 53 años y 4 hijos y 2 nietos. Quedó al frente del tambo desde muy jovencita, a los 29 años, llevando adelante el oficio que le inculcó su padre y que ella amó desde el primer día. Sus abuelos paternos también eran tamberos, y del mismo modo, su suegro.
“Mi papá era tambero, pero no tenía tambo. Cuando me casé, mi suegro sí tenía tambo, pero en 1993 decidió cerrarlo. En ese tiempo hubo malas políticas y ahí podría decirse que tuve la primera mala experiencia, porque fue horrible tener que vender las vacas que tanto cuidaste y quisiste”, revela con cierto dolor.
En los alrededores del establecimiento de Alejandra, cerraron casi todos los tambos para dedicarse a la agricultura y eso, personalmente, le duele. “Sé que da más ganancias la agricultura, pero el tambo da trabajo a tanta gente, que cuando uno cierra, mucha gente se queda sin él. Tal vez yo no lo vea como un negocio del todo, pero hago lo que me hace feliz, porque eso es lo importante, el hacer algo que te guste y que te haga sentir llena. Luego, habrá momento buenos y otros malos”, manifiesta.
En este momento, Alejandra recibe ayuda de uno de sus hijos de 18 años, que estaba, hasta el momento de la pandemia, estudiando en una escuela agrotécnica. Luego Alejandra tiene otros tres hijos, uno que es camionero y piloto, otro que trabaja en un hangar donde hacen siembras y fumigaciones aéreas, y una hija que es maestra jardinera. Ninguno de ellos heredó esa pasión que mueve a Alejandra a levantarse cada madrugada para ordeñar y pasar tiempo con sus vacas.
Es casi imposible dimensionar semejante pasión porque son sabidas las complicaciones diarias de producir leche en Argentina. Alejandra sabe que hay muchas cosas que le faltan a la lechería para despegar, y es consiente de que la ecuación del negocio no cierra muchas veces.
“La leche se paga en pesos pero los insumos que compramos en el tambo son a dólar, así que ahí te das cuenta que hay pérdida. Y duele porque nunca sabés lo que vas a cobrar ni cuándo vas a cobrar, porque el precio no lo ponemos nosotros. Es como que siempre tenemos que levantar la mano para decir ´acá estamos´, como si no tuviéramos valor”, explica.
Si pudiera pedirle algo a Arturo Videla, actual director nacional de Lechería, Alejandra dice que “le pediría que recorra más los campos, que escuche a los tamberos y vea todo lo que hay detrás de un litro de leche. De lo que sacamos, casi 70% va a los animales y a su alimento. A veces el margen no te alcanza porque un litro de leche no llega ni a $18. Nadie le pide que nos regale, pero la realidad es que si vas al banco a pedir un crédito siendo productora tambera, y más yo que soy pequeña, te dejan dando vueltas y pensando. Eso duele. Todos hablan del campo, pero el campo sufre y mucho”.
De todos modos, el desánimo no está como opción en el abecedario de Alejandra. “Yo nunca tuve problemas por ser mujer, pero sé que hay otras mujeres que lo pasan mal. Hoy sobrevivo porque lo hago yo, porque si tuviera empleados, no sé si podría seguir adelante, pero hasta que pueda, yo seguiré trabajando. Ojalá dentro de unos años, siendo viejita, pueda seguir teniendo mi tambo y mis vaquitas, y siga ordeñándolas yo”.
Felices las mujeres apasionadas como Alejandra, que siguen luchando con la sonrisa como bandera.