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Agroexportados: Fernando Ledo, el argentino que lleva más de una década empujando la necesaria transformación productiva en el continente africano

Juan I. Martínez Dodda por Juan I. Martínez Dodda
16 enero, 2025

Es economista, no viene de una familia rural, pero de chico sintió una atracción por el campo. Vivió y trabajó en España, México, Guatemala, Tanzania, Ghana, Mali, Guinea, Togo, Nigeria y Costa de Marfil. Fernando Ledo hoy es asesor del Banco Africano de Desarrollo (BAFD), una entidad multilateral creada en 1964 que tiene 53 países africanos miembros y está financiado por 24 países europeos, americanos y asiáticos. Queremos contar su historia y sus sueños: su objetivo es “promover el desarrollo económico sostenible para reducir la pobreza en Africa y mejorar las condiciones de vida local”.

La atracción que sintió de chico por lo rural no tuvo su contrapartida universitaria… al menos al principio. Sin embargo, como decía mi abuelita, “al andar los melones se acomodan solos”. Porque a pesar de estudiar economía, trabajar en bancos, ser analista de mercados, hace diez años que Fernando Ledo está en África, hoy en Costa de Marfil, tratando de generar las condiciones que permitan plasmar la evolución de la ruralidad en el continente que, dicen, es el próximo granero del mundo.

En esta nuevas sección, Agroexportados, vamos a desandar su camino, sus aprendizajes, sus emociones lejos de Argentina y sus próximos desafíos.

Fernando nació y se crió en el partido de Morón, Gran Buenos Aires, cerquita del emblemático INTA Castelar. “Mis abuelos tienen una historia rural pero en España. Ellos emigraron para Argentina en los 50 y se instalaron en Parque Leloir, también los recuerdo haciendo horticultura. Después mi viejo fue ayudante de un investigador alemán en el INTA Castelar y vivía en el barrio de enfrente a la estación experimental. Años mas tarde, en los 70, pasé veranos en la colonia de la experimental”, repasa Ledo consultado sobre su vínculo con el campo. O, más bien, cómo fue germinando en él esa pasión por lo rural. 

“Yo tenía una fuerte atracción en mi juventud por el campo que nunca se materializó en una carrera. A fines de los 80 mis tíos y mis primos, los Irigoin, se mudaron a General Las Heras y ahí entre sus amigos, estaban los Taberna, que íbamos siempre a su campo, tenían tambo y caballos (hoy son campeones de pato). Con ellos descubrí el campo y la producción lechera. Eso llevó a que quisiera entrar en la Escuela Agrotécnica de Don Bosco, pero al final no se dio. Terminé el secundario y me metí en economía, en la UBA, me atraía más la parte social, de desarrollo”, relató Ledo. 

En 2002, cuando Argentina salió de la convertibilidad, Ledo estaba en plena carrera. Después vinieron años convulsionados en el país y la región. En 2005 dejó Argentina para hacer un master en política internacional a España. En 2008 estaba trabajando para un banco, en el análisis de commodities, y sucedió el colapso de Lehman Brothers (para algunos la mayor bancarrota de la historia de Estados Unidos que desencadenó en una crisis financiera global). Él escribió un documento que sirvió de catapulta para que lo llamaran de una ONG muy reconocida en el mundo agrícola (más en centroamérica), la OXFAM.

“Era un contexto en el que el precio del arroz se había multiplicado, había estallidos en Senegal y Haití por esto, y me pidieron que explicara en el departamento de comunicaciones los debates que se estaban dando sobre el precio de las materias primas”, explicó Ledo. 

Esto lo llevó a México y Guatemala, inició un doctorado en desarrollo rural, se metió en la selva donde vio por primera vez los maíces tropicales y poco a poco, empezó a quedar del otro lado del arcoíris, el del campo, ya no tanto el de la ciudad. Después se instaló en África y la vida le cambió para siempre… 

-¿En un puñado de años habías hecho una carrera tan meteórica como diversa, entre estudios y capacitaciones, viajes de Europa a Centroamérica, ¿Cuándo tocaste por primera vez África? ¿Te acordás?

-Si, claro, fue en 2011. Me ofrecieron un trabajo de apoyo en una cooperativa de girasol en Tanzania. Estuve dos meses tratando de calcular cantidades y precios para establecer un monto justo entre productores y cooperativa, y después me pidieron organizar unidades de producción familiar de entre 500 y 1000 pollos, que querían pasar a producción intensiva, estuvo muy bueno y me sirvió para recorrer la región central.

-¿Y después qué?

-Volví a Barcelona, donde hacía base, pero con la idea de regresar a África. Hasta que un día sonó el teléfono. Era de Argentina, pero para ofrecerme cubrir un puesto en el Banco Africano de Desarrollo. Eso fue en 2013, creo el mismo día que anunciaron que Bergoglio se convertía en el Papa Francisco (N de la R: 13 de marzo de 2013). Me tomé un avión a Túnez que era donde estaba la sede del Banco, tuve una entrevista con un japonés y aceptaron. Estuve dos meses en Túnez y después me instalé en Costa de Marfil. 

-¿Qué hace Argentina con el Banco?

-La interacción, en general, es muy escueta. Pero en cuestiones de agro y producción de alimentos yo vi una posibilidad muy buena. Sobre todo, cuando en mayo de 2015 fue elegido presidente del Banco Akinwumi Adesina, un economista agrario nigeriano, discípulo de Norman Borlaug, el padre de la revolución verde. 

-¿Por qué eso te abrió camino? 

-Adesina es uno de los rockstar del desarrollo agrícola en África (Premio mundial de la alimentación 2017). Plantea la posibilidad y la necesidad de que África se alimente con lo que produce fronteras adentro. Ellos querían producir soja y maíz, justo donde Argentina y Brasil somos muy buenos. Yo ví una oportunidad. Así empezamos a interactuar, trajimos la siembra directa, armamos visitas y capacitaciones. Yo les hablaba de la producción asociada de Argentina con agrónomos, contratistas, tierras alquiladas, en donde cada cual hace lo que mejor sabe hacer. Así llegamos a exponer en el Congreso de AAPRESID en 2017 con el asesor del Banco (hoy es director de Agricultura del Banco), Dr Martín Fregene, fitomejorador de mandioca muy reconocido, que estuvo viviendo en Colombia (CIAT-CALI) y habla perfecto castellano, y fuimos acercando vínculos, buscando inversores. Después se terminó mi cargo en el Banco y quedé como asesor del presidente. 

-¿Qué cosas crees que se lograron demostrar que se podían hacer para mejorar la producción en África y qué no?

-África está lleno de elefantes blancos, proyectos que nunca prosperaron, máquinas oxidadas, porque se intentó con financiamiento del estado, y no se pudo. Iniciativas que se ahogaron en corrupción. En 2017 hicimos las primeras experiencias de siembra directa en Ghana y Guinea con Aapresid. Luego, ya entre privados, hicimos desarrollos de producción de maíz y desde 2023 creamos una empresa (la llamamos Grupo Mate) de adaptación tecnológica, testeando materiales de arroz, maíz y soja.

-¿Y qué fueron logrando?

Demostramos que aplicando las tecnologías de manejo y de insumos o maquinaria se pueden alcanzar 7 u 8 toneladas de maíz y hasta 3,5 de soja, con materiales no transgénicos. La tecnología si importa y no es sólo insumos sino también el saber hacer, el know how. También demostramos que iniciativas privadas pueden prosperar incluso sin ayuda del estado. Entre privados argentinos y marfileños se pudieron hacer 850 hectáreas de producción extensiva, el campo más grande en producción del país. Vos pensá que África entra, de manera fuerte, a la producción de alimentos, recién tras la independencia. Eso fue en la década del 60, es en ese momento que empiezan a dar cuenta que tienen que producir alimentos para ellos, porque antes, era para las colonias. 

-¿Y qué queda por demostrar? En la columna del “debe”… 

-Todavía no se logran entender ciertas coyunturas africanas que modifican la escala. Yo, salvo casos puntuales, no veo posible que toda la agricultura africana se transforme a gran escala, porque hay muchas zonas en las que está lo rural y los servicios, en el medio nada. Nada de industria. Después están las tribus que también imponen sus condiciones. Y, por último, pero no menos importantes, entender la producción en situaciones tropicales, sobre todo para nosotros que venimos de Argentina. Es muy distinto. Esa complejidad hay que comprenderla. 

-Quiero hacerte algunas preguntas, pero más de tipo personal, ya no tan técnicas. ¿Qué fue lo que más te sorprendió al principio de África? 

-La primera impresión más fuerte es que te das cuenta de que sos blanco. Así de simple. Te dejo una imagen. Hacía dos meses que estaba en África, volvía caminando del supermercado, paré para cruzar en un semáforo y pasó un colectivo llenísimo. Y me quedaron mirando. Claro, yo era el raro. Ese es el primer shock. Después hay cuestiones sociales que vas entendiendo, ellos viven en la fragilidad y eso crea un sistema de relaciones y formas de hacer las cosas. Te generan confianza de que las cosas se van a terminar resolviendo. 

-¿Qué extrañás?

-A mi familia, a mis amigos. La forma de ser de los argentinos, que somos autocríticos cuando estamos en nuestro país pero que extrañamos esa forma de ser cuando no estamos. Lo que más se extraña es la gente. 

-¿Y de comidas? 

-Las milanesas, seguro. Como las nuestras no hay. Allá hacemos asados entre los argentinos que estamos, pero no es comparable. Cada vez comemos más cerdo que es parecido en todos lados. 

-¿Descubriste alguna comida? 

-Una manera de hacer el pollo a las brasas. Lo cortan en cuadraditos, le ponen picante, a mí no me gusta, pero ellos le ponen bastante, cebolla y morrón y está buenísimo. Se llama poulet braisé. Y después hay como un cuscus de mandioca que se llama attieké, que cortan la mandioca, la fermentan, y arman unas bolitas del tamaño de unas pelotas de tenis, y es práctico y rico. Eso va con el pollo y el pescado. También descubrí el mango, que bien frío, en Costa de Marfil, es gloria pura. Después hay comidas que no me animo, como unas ratas grandes, víboras, antílopes que le llaman carne de monte o de selva. Hay aventureros que se animan, yo no me animo, en otra vida será, en esta no. 

-¿Y algún lugar que digas, este lugar, si van, tienen que visitarlo?

-Uno de los lugares es Tanzania. Tiene una combinación fantástica, tenés el Kilimanjaro, el Serengueti. Estás en una película todos los días. También, ahí cerquita, siempre en África del este, Zanzíbar, en medio del mar índico donde tenés unas playas fantásticas. Un agua turquesa, arena blanca, una composición social de árabes, indios, africanos muy linda. 

-¿Y Costa de Marfil que tiene?

-Costa de Marfil tiene playas muy lindas, pero no se disfrutan tanto porque tiene una marea fuerte, con mucho oleaje. Pero tiene las palmeras, el coco, y está bueno. En el norte está la sabana, donde se producen cereales, y tienen el paisaje típico rojizo, el sol hecho una bola de fuego. Muy bueno. 

-¿Qué saben de nosotros? 

-En general, fútbol, Maradona, Messi, acá festejaron en las calles cuando Argentina salió campeón. A ese nivel. Y en el mundillo agrícola, ellos consumen harina de soja que viene en bolsas que dicen “Argentina”. Así que soja y fútbol. 

 

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-¿Tenés algún hobbie? Vi que tocás la guitarra… 

-Siempre toqué la guitarra eléctrica, pero en la secundaria con amigos. No mucho más. En Abiyán, en pandemia, que había toque de queda a partir de las 21 y no se podía salir, empezamos a tocar con tres argentinos, un africano y una chica francesa. Tocábamos temas de nuestra época, Bon Jovi, Guns, rock que en África no había. La verdad que nos divertía, y cuando post pandemia se abrió todo empezamos a tocar en bares. En ese grupo faltaba un bajista, por eso me asignaron la tarea a mí. Ese grupo duró un año. Después con el guitarrista formamos otro grupo y seguimos tocando. Y empecé a tocar seguido en distintos lugares. Hoy te diría que toco en dos bandas: una que hace covers “Rock and babi (babi es el apodo que los locales usan para denominar Abidjan)”, y otra en la que canta una chica etíope que se llama Lua. 

-¿Cómo te imaginas el futuro? ¿Qué desafíos te quedan por delante? ¿Está en tu radar volver a Argentina? 

-En 2019 yo quería terminar mi ciclo en África, porque ya estaba. Y se empezó a reactivar lo de la producción de cereales, vino el Covid, después la guerra en Ucrania y se activó. Me veo saliendo de África, pero me gustaría seguir conectado porque tengo mis amigos, me interesa lo que le pasa al país, a la región. Yo le perdí el miedo a meterme en lugares complicados y la gente que viene de Argentina a laburar acá también empuja y eso genera las condiciones para generar una transformación. Yo quiero ser actor de la transformación, seguir creando equipos para probar nuevas tecnologías. El desafío agronómico es lo que me divierte. 

-La última. Perdón no te pregunté, pero entre tanto ida y vuelta, debe ser difícil conformar una familia. ¿Tenés pareja? ¿Hijos?

-Una de las deudas que tengo es formar una familia. He estado casado, pero me separé. Igual fue antes de empezar el periplo africano. Pero me he dado cuenta que hasta ahora es complicado. No puedo ofrecer mucho como pareja porque estoy viajando por todos lados permanentemente y si encuentro una persona que lo acepte sería injusto. Pero sí, una de mis cuentas pendientes aún es tener hijos, formar una familia. 

Etiquetas: aapresidáfricaagroexportadosAkinwumi Adesinabanco africanocosta de marfilfernando ledomaízsembrar en africasoja
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