Magui Choque Vilca es ingeniera agrónoma y reconocida en este y otros países como “la reina de las papas andinas”. Nació en La Quiaca y se crió en Tilcara, desde donde decidió iniciar un estudio para rescatar las papas nativas de su región, que la fueron llevando por caminos de conocimiento y aprendizaje.
Un nombre europeo y un apellido originario la representan. “Choque” significa “papa semilla” y “Vilca” quiere decir “piedra filosa”. Asumiendo que, filosa o no, ha sabido ser una piedra en los zapatos de algunas personas, se presentó ante un centenar de personas convocadas por Mujeres Rurales Argentinas en un conversatorio virtual.
Magui explicó que “nacer en la Puna y en la montaña te imprime una característica especial”, a lo que se le suma un conjunto de convicciones que desde chica la acompañaron y formaron: “Aprendí de mi papá a no habilitar la discriminación. Cuando le preguntaba qué quería decir Coya -algo que solían decirme de forma despectiva-, él sostenía que me estaban diciendo diosa, y así empecé a empoderarme”. De su mamá, maestra rural, aprendió que “la equidad está por sobre todas las cosas”. Bajo ese ejemplo de soporte y atención con la comunidad, entendió que “las gestiones que se hacen no son para uno sino para los otros”.
El dato duro indicaba que hay 62 tipos de papas en Argentina y más de 3.000 en el mundo, pero fue a través de la cocina que Magda se volvió consciente de que se estaban perdiendo algunas variedades y empezó a trabajar en su recuperación.
En el medio, los obstáculos de la desigualdad: “Un día salí con un camión con 30 toneladas de papa de Humahuaca, sucia y cansada, y un gendarme me frena y me dice ‘Las bagalleras van para allá’. Me dio mucha ira, no porque me dijera bagallera sino por el maltrato. Enojada, le dije ‘¿Cómo? ¡Si yo soy la reina de las papas!’ y así me presentan ahora”.
Sabores y Saberes: Magda Choque Vilca, la que pone en tu boca el sabor de la Quebrada
Magui -también conocida como “Magda”- creó en Tumbaya, Jujuy, la Escuela de Cocinas Regionales, un espacio público en el que se dicta la Tecnicatura Superior en Cocinas Regionales y Cultura Alimentaria: “Fue toda una revolución, tuvimos que convencer al Estado y al campo: al Estado de que era necesario como herramienta de formación y de que él se tenía que hacer responsable de eso, y al campo de que necesitábamos ir a la escuela”, contó.
Para ella, “estudiar cocina es algo caro en la ciudad, y se impulsa una cocina que no me representa ni me permite traer mi saber a la mesa; eso habla de nuestra cultura alimentaria, tenemos que volver a traer el campo a la mesa”.
Según explicó, la que tiene el poder de hacerlo es la cocina: “Hoy nadie se pregunta de dónde vienen los cultivos, hay niños que no saben si la papa crece abajo o arriba, o si sale de la góndola. Esos espacios de descubrimiento nacen en la cocina, por eso reivindico a todas las cocineras populares: la cocina es la primera que nos hace salir de la pobreza”:
“Cuando entré a la facultad (Universidad Nacional de Jujuy), regía el modelo agroexportador, se hablaba sólo de kilos por hectárea, y mencionar la biodiversidad y las papas andinas era como hablar de los ovnis. No nos sentíamos andinos, siempre mirábamos al sur. Aprendí que no nos queremos por cómo nos miramos nosotros sino por lo que el resto ve de nosotros, y el campo quiere que la ciudad lo mire con espejo de ciudad, pero tenemos que mirarnos y querernos así como somos, con espejo de campo”,
aseguró.
¿Cuántos chicos dicen “cuando sea grande, quiero ser agricultor”? Muy pocos. Magui afirmó que eso pasa porque “hemos erosionado el autoestima de nuestra tierra y nuestra identidad”, y remarcó que “necesitamos generar condiciones de equidad para que el campo deje de ser motivo de vergüenza, necesitamos tener internet, acceso a condiciones igualitarias para que los jóvenes decidan quedarse acá y les demos la posibilidad de ser aliados para hacer conocer nuestros saberes mediante la tecnología”.
“Es algo en lo que pienso cada vez que voy a Buenos Aires y veo en los subtes a muchos de mis paisanos. Siento tristeza porque no sé si es eso lo que eligió. Si es así, en buena hora, pero muchos han tenido que irse y no han tenido alternativa”, agregó, y desafió a las Mujeres Rurales: “Apuesto a que ustedes son capaces de que esas condiciones puedan darse”.
Magui destaca que en el mundo, el 80% de la población vive en el campo y el 20% en la ciudad, y ahora acá estamos al revés: “No descalifico a la ciudad como espacio, pero me pregunto si todos los que están ahí quisieron irse y por qué lo han hecho. El Estado somos todos y tenemos que reflexionar sobre eso”.
Fue la única mujer rural en exponer en el W-20, un grupo de afinidad ante el G-20 que surgió para apoyar la promoción del crecimiento económico inclusivo de género, cuando la cumbre se realizó en Argentina. El género la interpela y la atraviesa: “Tuve 4 hijos, tengo 1 nieto, y en mi camino fui transitando los mandatos que me obligaban a ser novia, compañera, amiga, amante, esposa, y hacerlo todo bien”.
El género está íntimamente ligado a sus estudios, sus logros y su conocimiento porque, para Magui, “la papa se siembra a paso de mujer, y el paso de la mujer es el justo paso de lo que necesitan las plantas para desarrollarse correctamente”. Celebra que el género y el campo se vuelvan temas con objetivos en común y llama a “no dejar que nos atraviesen las diferencias, sino a honrarlas y caminar juntas”.
Compara al feminismo con la cocina, cree que se puede luchar por los derechos colectivos de muchas formas distintas y sin descalificar: “Se puede construir un diálogo cualitativo que crezca en el disenso, sin que necesariamente tenga que pensar como la otra e igual habitemos el mismo lugar. Eso te lo enseña la cocina, que no pregunta de dónde viene y, si queda bien, ¡entra!”.
“Tener voz” es su gran triunfo, cuenta y comparte un recuerdo: “Una vez, salí de dar una charla, alguien se acercó y me dijo ‘Felicitaciones, pensé que las mujeres del campo no hablaban’”. Es eso, y su deseo de motorizar la equidad y la comprensión desde lógicas diferentes, lo que llevó a Magui a compartir su saber con cien mujeres rurales de todas las provincias, de las que se despidió con una frase que refleja sus convicciones: “Las utopías colectivas son los sueños que se concretan”.