Walter Fabián Aragón es el coordinador de los proyectos que lleva adelante la Asociación Civil Adobe desde hace 15 años. Recibió a Bichos de Campo en la sede de este particular emprendimiento, que está construida de adobe y se ubica en el paraje Qumilí Paso, a 32 kilómetros de Colonia Dora, monte adentro en el Departamento Salavina. A dónde no llega la luz eléctrica.
La Asociación Adobe, fundada por integrantes de la poderosa familia Rocca, compró dos décadas atrás allí 1.830 hectáreas de monte, donde ya residían 27 familias nativas. Hoy son 32 las familias ocupantes y a una de ellas pertenece Walter, que nació y creció en el lugar. Y que quiere quedarse. Él no duda en contar que cuando llegó la Asociación al lugar desconfió como todos sus vecinos, pero luego se sumó de inmediato cuando entendió que realmente querían preservar a su comunidad y a su entorno natural.
Mirá la historia contada por Walter:
Que se quedaran allí. Eso fue lo que les pidieron desde la Asociación Adobe a los pobladores originarios, en vez de exigirles que migraran de su propia tierra, como lo venía haciendo la mayoría de los gringos que llegaban con sus títulos de propiedad para desalojarlos, desmontar y desarrollar agricultura y ganadería.
Recuerda Walter que al comienzo los nativos desconfiaron, pero Adobe los fue concientizando sobre el valor que tenía ese monte con el que convivían. Les decían que aquellos árboles eran algo muy importante como para descuidarlos y talarlos para hacer postes o carbón. Que había que cuidar de no contaminarlo, porque el monte les aseguraría la vida, el trabajo, el alimento, la sombra en los ardientes veranos, la medicina para ellos y sus animales, y mucho más.
Dice Walter que esos valores estaban en sus ancestros y que las nuevas generaciones los iban olvidando.
De entrada filántropos y ocupantes celebraron un convenio por el cual se comprometieron mutuamente a preservar la fauna y el monte nativo. Emigrando se habían ido perdiendo, la lengua quichua, los saberes de los antepasados y todas sus tradiciones.
-Si a la juventud le dicen que preserve el monte, ¿cómo hacen para que se quede habitándolo pero sin ejercer una actividad extractiva?
-Presentándole varios proyectos consistentes en aprovechar el monte sin dañarlo, sin reducir su potencial. Por ejemplo, de apicultura, que ya tenemos muy desarrollado, con sala de extracción propia. Elaboramos una miel de muy buena calidad y llegamos a un muy buen mercado, en crecimiento permanente, mientras las abejas polinizan a las plantas nativas. En 2020 se cosecharon 1000 kilos.
-¿Y qué más hicieron?
-Hicimos plantaciones de tuna para aprovechar su fruta, porque hacemos una mermelada que se vende a un precio justo. Se contrata gente para hacer la cosecha, fraccionar y elaborar. Se les paga por hora. Además se utiliza para forraje –un proyecto con la ingeniera Judith Ochoa- y se aprovecha como recuperadora del suelo.
Aragón relata que también “hace cinco años comenzamos a hacer plantaciones de algarrobo blanco para aprovechar sus vainas, con las que hacemos harina de algarroba, que vendemos fraccionada o elaboramos alfajores, budines, sobre todo para el mercado de celíacos”.
“Con el descarte, que llamamos afrecho, se aprovecha para hacer alimento balanceado, mezclándolo con maíz, a fin de alimentar a los cerdos y a los cabritos, por ejemplo. Esperamos a que las chauchas caigan, y antes de una tormenta se levanta o cosecha, se las deja secar en 3 o 4 días, se muelen, luego se tamizan, y esa harina se pasa por una secadora para que no se genere el gorgojo”, completó.
El objetivo de la Asociación es que los proyectos logren ser autosustentables, que se mantengan en el tiempo y que la gente pueda vivir de estos emprendimientos. Uno de sus fuertes es un invernadero de plantas nativas, que utilizan para reparar el monte dañado por el paso de los años.
Un caso exitoso ha sido el de las teleras: en 2005 nació la organización Huarmi Sachamanta, Mujer del Monte, en quichua. Son 7 teleras que enseñan, tejen alfombras y exportan a otros países. La Asociación Adobe se ocupó de formarlas en comercio justo, en cómo conseguir la lana, a cuánto pagar los hilos y cuánto cobrar una alfombra. Compran lana en cantidad y consiguen buen precio. Generan trabajo a unas 40 familias, porque gana quien cría las ovejas, quien las esquila, quien transporta la lana, quien la hila, quien la tiñe, quien teje las alfombras, quien las cose y quien las embala para enviarlas a Buenos Aires, de donde se exportan.
-¿Es cierto que hubo proyectos que no prosperaron, como uno ganadero silvopastoril?
-Sí, ese proyecto quedó a medias, aunque aprendimos bastante sobre pasturas, cuáles pastos son buenos para este suelo y este clima, sobre engorde: cuántos vacunos se pueden alimentar por hectárea y mucho más. Además plantamos olivos, pero no se adaptaron porque necesitan mucho cuidado en los primeros años, y el agua acá es muy salitrosa. Tampoco funcionó un proyecto de alcaparras con la Universidad de Santiago del Estero. Se compraron 250 plantines y se los cuidaba como a bebés, con riego por goteo.
-La Asociación tienen una visión de preservación ambiental. ¿De las 3.800 hectáreas todo se puede producir o hay alguna reserva?
-Hay un área protegida. En un momento fue un conflicto, porque nosotros entendíamos como reserva a un cerramiento, pero con posibilidad de pastorear nuestros animales, cosa que Adobe nos prohibió. Con los años nos dimos cuenta de que se recuperaron plantas que estaban en extinción, sobre todo, medicinales. Nosotros tenemos un dolor latente, porque los españoles les quitaron las tierras a los nativos, y nosotros que somos mezcla de aborigen con español, perdimos muchas tradiciones valiosas, de cómo alimentarnos y curarnos gracias a nuestro monte. Gracias a Adobe estamos recuperando nuestra identidad y dignidad.
-Igual no son dueños de la tierra que poblaron desde siempre…
-Al contrario. La Asociación trabajó 10 años para al fin otorgar la titularidad de estas tierras a la comunidad. Y acordamos repartirlas en partes iguales. Hace pocos meses se firmaron los títulos de propiedad para cada familia. La Asociación pagará los gastos (se refiere a los impuestos) del primer año y estamos viendo si luego seguiremos pagando todos en común o cada uno, su parte. No hay alambrados que nos marquen los límites, sino que es un sistema de consorcio, donde debemos respetarnos, pedirnos permisos, mutuamente.
-Pasaron 20 años de esta experiencia. ¿Qué aprendizaje reconocen como comunidad?
-Que hemos crecido socialmente, hemos aprendido a no bajar la cabeza y decidir por nuestro destino. Lo más importante que hizo acá la Asociación por nosotros fue un acueducto que nos trae agua no potable de 15 kilómetros desde el Río Saladillo, para el aseo y para el consumo de los animales.
La Asociación también está impulsando actualmente un proyecto agroturístico y Walter lo explica: “Nuestra zona es una región con una riqueza cultural y ambiental sorprendente, poco explorada por los turistas. Para vivir una experiencia en pleno monte santiagueño, proponemos un circuito turístico que permite recorrer la Reserva Forestal Amilcar Romeo, un lugar de preservación de flora y fauna nativa, además de la Capilla de la Virgen Niña, el Proyecto Agrícola, el Vivero de plantas nativas que se hizo mediante un convenio con la Universidad de Santiago de Estero, y la Huerta. En una caminata de tres horas los visitantes se adentran en el corazón del monte guiados por pobladores rurales”.
-¿Tu balance es positivo entonces?
-Mirás para adelante y ves lo mucho que falta por hacer, pero mirás hacia atrás y ves que todo lo que se ha hecho es muy importante para nuestras vidas y nuestra comunidad.