Carmelo Antonio Mancuso tiene 71 años de edad y la misma cantidad de años de relación con el cultivo del alcaucil. Es tercera generación de productores en la zona de Arana, al sudoeste de La Plata, en Buenos Aires. Él y su familia han permanecido en la misma casa desde que sus abuelos llegaron al país, y hoy se emociona al ver que ya hay una cuarta generación que está dedicándose a la misma producción hortícola.
“Mis abuelos trajeron en la valija los brotes de alcaucil. Al principio se hacía muy poca cantidad, eran para consumo, pero ya se comercializaba también en ese momento”, dijo a Mancuso a Bichos de Campo. Sus padres llegaron desde Italia cuando tenían solo 13 años. En esa época también cultivaban tomates y pimientos, previo a especializarse en la producción de alcaucil.
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Hoy la demanda de esta hortaliza se ha reducido considerablemente, en gran parte porque se han dejado de lado las formas más tradicionales de consumirlo –hoja por hoja y a veces incluido en algún estofado- y es más común encontrar conservas o escabeches preparados con corazones de alcaucil, la parte más costosa.
Pero Mancuso no se desalienta, porque producirlo aún es rentable y por demás entretenido. “Parece una planta muy rústica y bruta, pero tiene sus cosas; hay que estarle encima. Cuando se siembra, mantenerlo con la fertilización y el riego; en una determinada época ataca bastante el pulgón, incluso antes de la cosecha. Es rentable, pero además nos gusta hacerlo. Es costoso y trabajoso, pero es una tradición”, señaló emocionado el productor.
Tal es su pasión que llegó incluso a crear una plataforma de recolección para los cosecheros, que se acopla al tractor y evita que la persona cargue sobre su espalda las tradicionales canastas para juntar los alcauciles. Hay que recordar que la cosecha del alcaucil se realiza en forma manual, corte por corte, para dar con el punto justo de cada planta.
“Hay que trabajar mucho en las variedades y en mejorar la calidad del alcaucil. Cosecharlo en el tiempo justo y no dejarlo irse muy grande”, reveló Mancuso, quien a continuación agregó que “el mejor alcaucil es el mediano porque es más tierno, se aprovecha más y es más fácil para cocinarlo”.
Ahora que su sobrino se sumó al negocio familiar, el productor se relaja porque sabe que la tradición de la familia seguirá viva. “Estoy contento. Hay alcaucil para rato”, aseguró entre risas.