Terminó este viernes el congreso de Aapresid que trató de instalar desde todos los flancos el nuevo concepto de “Agricultura Siempre Verde”. No soy agrónomo, soy periodista. Me encantan los títulos gancheros y debería poder hablar sin temor de asuntos del más diverso índole, pero confieso que esta lema me tenía algo confundido y por lo tanto nervioso. ¿Qué corno es la “agricultura siempre verde”? ¿Cómo lo explico?
El lunes, cuando comenzaba la semana de actividad más fuerte del congreso, pude escuchar una charla brindada por varios de los productores y técnicos que están al frente del sistema Chacras de la institución organizadora, que no es otra cosa que una red de campos ubicados en diversas latitudes donde Aapresid realiza ensayos agronómicos. Algo así como las experimentales del INTA, pero más abocadas a los dilemas que debe resolver la agricultura extensiva convencional (a algunos les gusta llamarla “agricultura industrial”) que se inició tres décadas atrás, con la irrupción de la siembra directa. Todo ellos estaban ensayando distintos aspectos de un nuevo modo de hacer la agricultura, el bendio “siempre verde”. Mostraban buenos resultados y querían comenzar a contagiar al resto de los agricultores.
También puede escuchar al doctor Rattán Lal, un experto indio que trabaja en Estados Unidos y que recibió el Premio Mundial de Alimentos 2020 por sus innovadoras investigaciones sobre la restauración de los suelos. El tipo machacó conque el sistema global está crujiendo fuerte debido al cambio climático y la acelerada urbanización. También dijo que al planeta no le queda otra opción que comenzar a producir más alimentos con menos recursos y sobre todo regenerando el suelo. Habló de su propia huerta casera donde produce pepinos y berenjenas de modo “agroecológico”, pero también de la agricultura de altura en edificios transparentes, en los techos de las casas y hasta en el planeta Marte de ser necesario. Para las planicies como el medio oeste nortamericano o la pampa húmeda argentina también tuvo una receta: la “agricultura siempre verde”, mencionó , es regeneradora de los suelos, la epidermis del planeta.
¿De qué hay que regenerar los suelos? ¿Y por qué hay que hacerlo con la agricultura siempre verde?
Trato de interpretar: Con lo primero que me surge vincular ese nuevo concepto es con la figura del “desierto verde” tan meneada por los críticos ambientalistas en los años de fuerte sojización de la agricultura local: hasta 21 millones de hectáreas se llegaron a plantar con la oleaginosa. Ahora se moderaron a 17,5 millones y reapareció el maíz y la hacienda como contrapeso, pero hubo un momento en que uno iba por la ruta y veía todo soja, solo soja, hasta en las banquinas. Como la mayoría suele recorrer las rutas en verano, lo que se veía era el cultivo sembrado en primavera que iba a cosecharse en el otoño (o en el mejor de los casos que se sembraba en verano, detrás de un trigo). Una y otra vez se sembraba así la soja, hasta el cansancio e intoxicando el sistema con monocultivo.
Los de Aapresid han sido responsables de buena parte de ese proceso: ellos fueron los que introdujeron aquí finalmente el paradigma de la siembra directa, admirado a nivel mundial porque sirvió para detener la erosión pero provocó -ahora a años luz se lo ve mucho más claro- otros problemas en los suelos.
La siembra directa fue uno de los vértices claves del tridente que impulsó la sojización. Lo hizo junto a la transgénesis de la ex Monsanto y el herbicida glifosato, uno de los hijos dilectos de la Revolución Verde. A esta altura, al hacer estos análisis habría que hablar también de una cuarta responsabilidad y de un cuadrado, ya que las retenciones impuestas desde el Estado también han colaborado mucho -quizás más que el resto- a conducir la agricultura argentina hacia ese sendero donde no se estaban haciendo demasiado bien las cosas y la sustentabilidad corría serios riesgos.
¿Es la Agricultura Siempre Verde el equivalente actualizado de aquel desierto verde? Luego de escuchar varias charlas en Aapresid me voy dando cuenta que nada que ver, que no son lo mismo aunque buena parte de las palabras se repitan.
La primera palabra que se repite es “verde”, pero eso debe ser por culpa de que los citadinos y los militantes ambientalistas que crearon el concepto de “desierto verde” no suelen andar mucho por las rutas en invierno. Queda claro que la mayoría de ellos más bien salen a vacacionar en verano, cuando la mayoría de las sojas lucen ese verde tan lustroso. Y por eso desconocen lo que es el barbecho.
Pienso: si los ambientalistas salieran a recorrer las rutas de la región agrícola también en invierno, quizás a alguno de ellos se le hubiera ocurrido hablar del “desierto ocre”, que es el color que tienen las tierras en letargo, a la espera de un cultivo nuevo. Esto sucede en buena parte de los campos que se dejan en reposo luego de la cosecha, en abril, mayo o junio, y hasta la siembra en septiembre, octubre o noviembre. Para que no aparezcan invadidos de yuyos, en esa espera se apela a los insumos químicos.
Escuché a los técnicos de Aapresid que presentaron los resultados de sus ensayos en cada una de las chacras. Los escuché con la atención que merece alguien que está haciendo algo importante y digno al mismo tiempo. La dignidad surge en que parte de sus tareas pasa por revisar algunos conceptos del modelo de siembra directa que favoreció aquella sojizacióny fue una de las causas de aquel desierto, verde en verano y ocre en el invierno.
Creo, realmente creo, que es muy digna la posición de quien acepta que puede haberse equivocado en algún aspecto e intenta revisar lo que hizo. Mucho más digna es esa actitud que la de muchos ambientalistas que se suben a un púlpito y empieza a arrojar piedras hacia los supuestos pecadores, sin siquiera reconocer que pueden ser parte del problema. Aapresid se está haciendo cargo y corre riesgos. Eso hay que mencionarlo.
La revisión de Aapresid -que ya se había empezado a insinuar en el pasado congreso y que se hizo viva voz en este-, apunta a buscar soluciones a los efectos colaterales que dejó el avance del “desierto verde” sobre el ambiente agrícola argentino. El problema agronómico no es local, sino que es común a muchas otras agriculturas semejantes en todo el mundo: Mencionaré solo algunos colaterales que a esta altura merecen poca discusión por o evidentes que son: Deterioro del recurso suelo, aparición de malezas resistentes, y extrema dependencia de la agricultura a los insumos externos.
Reparo en que hay una segunda palabra que los especialistas de Aapresid repiten mucho y que me asusta porque complica al análisis: “Intensificación”. Ya tenemos dos palabras que son comunes a aquellos tiempos en que se iniciaba la siembra directa y ahora, cuando el modelo agrícola ingresa a boxes para su revisión. Verde e Intensificación. Se decían antes y ahora.
Ando cada vez más confundido: ¿No era que aquella bendita intensificación de la agricultura desde finales de los años 90 fue la que provocó muchos de estos efectos colaterales que ahora notamos y no podemos ocultar? ¿No era que habíamos hecho soja demasiado intensamente? ¿Que fuimos muy intensos al utilizar siempre los mismos principios activos para combatir ciertas malezas? ¿No salta a la vista que la intensificación fue la que nos trajo hasta aquí? ¿Por qué intensificar la intensificación?
Pienso: ¿No habría que apretar el freno en vez de seguir acelerando?
Es lo que proponen, frenar más que acelerar, quienes impulsan la agroecología como remedio a estos daños colaterales de aquella primera intensificación. Dicen que ya no hay que echar más insumos de base química, ni usar semillas modificadas, aunque en esa decisión de clavar las alpargatas en el piso se resignen los altos rendimientos que, según el tal Rattan Lal, necesitará obtener el mundo para alimentar a 11.300 millones de habitantes a 2100, mientras además se ocupa de detener el calentamiento global.
A mi, confieso, me caen bien quienes pregonan la agroecología como el gran remedio a muchos excesos de la agricultura moderna. En Bichos de Campo le damos bastante espacio a contar sus experiencias porque también son un síntoma claro del agotamiento de una época donde la palabra “intensificación” se ha usado demasiado, casi tanto como la soja y el glifosato.
Pero tengo reparos: Simpatía no significa que uno deba darles la razón en todo lo que dicen. Percibo con claridad que sus planteos quizás sean adecuados para una agricultura de cercanía y de baja escala, poco mecanizada todavía. Creo que puedan ofrecer algunos alimentos seguros y nutritivos a la población. Pero lo cierto es que los planteos que prescinden de todos los insumos y las tecnologías todavía hacen agua cuando deben producir a gran escala los cultivos que más demanda el mundo y que son los que generan divisas.
Entonces la mirada vuelve otra vez a esta revisión en la que se ha embarcado Aapresid y muchas otras organizaciones de la agricultura pampeana, como el INTA y Aacrea y varias facultades de agronomía que no son la de La Plata. ¿Por qué me proponen de nuevo intensificar si lo que hay que hacer es reducir la utilización de algunos insumos para poner además freno al deterioro sistémico que están sufriendo los suelos de la región?
Ya no me acuerdo quién fue, cuál de los técnicos lo dijo: lo más probable es que la frase la hayan repetido varios y que gracias a ello el concepto logró penetrar alguna de las capas ociosas de mi cerebro: la intensificación que se propone ahora no implica una mayor utilización de insumos sino de “procesos”. Dicho de otro modo: no se trata de aplicar más remedios sino de cambiar el modo en que vivimos para evitar de ese modo caer enfermos.
La comparación con la alimentación es muy efectiva para entender este concepto de intensificación hacia una “agricultura siempre verde”: si nosotros comemos siempre en un local de comida rápida, siempre lo mismo, terminaremos dañando nuestro organismo al punto en que el médico terminará recetándonos alguna pastilla contra el colesterol o para prevenir riesgos cardíacos. Ese es el escenario actual para la agricultura argentina: está pasada de pastillas, porque va sumando uno y otro remedio para enfrentar los distintos efectos colaterales de este proceso de deterioro que le causó el comer repetidas veces lo mismo.
En cambio, dicen los médicos y ahora los agrónomos de Aapresid, si comenzamos a comer surtido y sano, si lo hacemos diverso, nutriremos a nuestro organismos de modo armónico y le aliviaremos muchos trastornos. El doctor no necesitará medicarnos y las pastillas serán necesarias solamente en casos muy puntuales de enfermedad.
La “intensificación”, desde este nuevo abordaje, no es comer más de lo mismo. Sino comer de muchas cosas diferentes, buscando un equilibrio.
Da algo de risa escuchar ahora a los principales agrónomos del país hablar de manejos holísticos o disputarle conceptos a la más rancia agroecología vernácula. Ahora todos parecen hippies que abusan del vicio de la vicia. Pero es que finalmente la búsqueda de la agricultura convencional no es ahora ir detrás solo de mayores productividades por hectárea sino detrás de un equilibrio. Los de Aapresid se dieron cuenta de que no podían alimentarse todos los días en Pumper Nic, por no mencionar marcas en vigencia.
Reviso: ahora ya sé que la intensificación que pregonan desde Aapresid no es utilizar más pastillas sino comer variado y sano para evitarlas. ¿Pero qué tiene que ver esta intensificación con el siempre verde? ¿Habrá que eliminar la soja que formaba aquellos inmensos desiertos? ¿Y habrá que morfar lechuga por toda la eternidad?
No, nada que ver. Ese “siempre verde” no tiene que ver con eliminar el “desierto verde” sino con prolongarlo a lo largo de todo el año. Entonces, lo que habría que eliminar no es la soja sino aquel “desierto ocre” de los barbechos. Ese en el cual los ambientalistas no repararon simplemente porque no viajan demasiado en los inviernos.
La prédica apunta a sembrar soja o maíz o algún otro cultivo de verano como se hace ahora, pero rotando siempre con algún cultivo de invierno, que evite que el suelo quede al descubierto, en barbecho químico. De esto versaron la mayoría de las charlas técnicas del congreso de Aapresid: de que existen alternativas, ya sea como cultivos de renta o simplemente “de servicio”, que aportan cobertura a los suelos agrícolas en todas las épocas. Es lo que están investigando en las chacras de las que hablaba al principio. No se trata de dejar de comer. Se trata de confeccionar una dieta balanceada y adecuada a cada zona (cada organismo), que prevenga más que curar.
El concepto “siempre verde”, en definitiva, refiere a una opción agronómica que promueve evitar las etapas de letargo en las que el suelo no solo se teñía de ocre sino que parecía muerto, porque en efecto se iba muriendo con el paso de los años.
Los cultivos de servicio o de cobertura que se están ensayando por todos lados son la opción para construir un “puente verde” sobre el “desierto ocre”, para asegurar una continuidad que tiene efectos más que comprobados sobre los campos: evita la compactación del suelo, permite que se recuperen las poblaciones de microorganismos y otras faunas visibles, como las lombrices. Así devuelve nutrientes y permite una mayor infiltración del agua, mejora los niveles de captura de Carbono. Y así permite recuperar paulatinamente niveles de fertilidad previos, y por lo tanto reduce la necesidad de pastillitas, sean estas de fertilizantes o de agroquímicos.
Puf. Me llevó varios días tratar de entender todo esto para poder explicarlo. Intensificar no era comer más sino distinto, más verde, más diverso y más vivo. Me merezco un choripán por tanto esfuerzo.