Juan José Ramos es productor del departamento 25 de Mayo, en San Juan, y se lamenta de que en los últimos 50 años vio disminuir drásticamente el nivel de agua que le llega desde el río San Juan. “La uva depende del caudal de este río y de las posibilidades de agua subterránea, pero estas son limitadas y caras”, dijo Ramos a Bichos de Campo.
Ramos, que riega toda su finca con agua de perforación, declaró que “se requieren 200 mil pesos mensuales para regar 30 hectáreas. Acá se aprovecha mejor el agua por sistema presurizado, pero requiere más costo de energía”.
El productor, que además preside la Asociación de Viñateros Independientes de San Juan, se mostró preocupado también por el tremendo abandono de fincas.
“La caída en la superficie cultivada es del 30% y los pequeños productores de las zonas cercanas a la ciudad, se encuentran con muchas dificultades para producir porque ya se han transformado en zonas semi urbanas; entonces esperan la posibilidad de vender la propiedad para un loteo o casa de fin de semana, y además porque ya ni los hijos quieren continuar con la actividad, porque, al no ser rentable, no le ven perspectivas. Hay poca juventud que quiera seguir”, expresó.
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Para poner un ejemplo del avance de lo urbano sobre lo rural, Ramos declaró que “Albardón, que era la zona del Moscatel, tenía 1500 viñateros hace 30 años, y hoy quedan 200. En Rivadavia, ya no queda ninguno”.
Acerca de si tienen reservas de agua para hacer frente a la escasez hídrica, Ramos comentó que “hace 50 años no teníamos diques pero ahora tenemos tres diques que nos permitirían guardar los excedentes. De todos modos, hoy están con poca agua porque en el último periodo tuvimos que suplir la falencia de excedentes del río San Juan. Entonces nos estamos comiendo el ahorro y perdiendo la posibilidad de generación de energía eléctrica”.
Al ser consultado sobre si los productores reciben algún tipo de ayuda para afrontar el costo de riego subterráneo, Ramos precisó que “hay una pequeña ayuda por 6 meses para afrontar el cargo por potencia instalada, pero eso no amortigua el costo. Acá el agua subterránea promedio está a unos 300 metros, y le puede llevar a un productor entre el 30% y 40% del costo de producción”.
En relación a la superficie de riego, el productor explicó que también se redujo. “Teníamos 160 mil hectáreas con derechos de riego, pero hoy estamos regando sólo 80 mil hectáreas, es decir, la mitad. Esto es un problema”, expresó.
“Necesitamos mecanismos para hacer que sea una actividad rentable. Y puede serlo. Acá no producimos sólo vino con la uva, sino también pasas de uva, uva en fresco, mosto, jugo concentrado. Más de la mitad de la uva que va a bodega es para jugo de uva, y eso se exporta en el 100%, y las pasas también. De hecho somos los principales productores de pasas de uva, y junto a Mendoza, hacemos que Argentina sea el primer exportador mundial de jugo concentrado de uva”
“Hay un mercado creciente y contra todo pronóstico, porque aún en plena pandemia, las exportaciones de vino crecieron casi 40% con relación al año pasado, y las de mosto crecieron cerca del 20%, y lo mismo el consumo interno, pero la producción ha bajado”, dijo Ramos. Claro está que no siempre las buenas rentabilidades de la exportación derraman al primer eslabón que son los productores.
“Es que, además de las condiciones ideales de mercado creciente y de excedentes reducidos, hay una concentración económica en la comercialización que hace que no se derrame hacia el productor. Estamos muy preocupados porque el Gobierno Nacional demora en buscar mecanismos que equilibren la distribución en la cadena de valor. No puede ser que al productor sólo le toque el 7% de los 200 mil millones de pesos que aproximadamente factura la vitivinicultura argentina, cuando hace 50 años esa rentabilidad era del 50%”, se quejó Ramos.
Falta agua, los productores abandonan sus chacras ante el avance de la urbanización; para los que siguen resistiendo y deben regar con agua subterránea, el costo de la energía se les hace insostenible y hay concentración de riqueza en pocas empresas. Todos signos de apocalipsis en estos tiempos, que no le permiten al viñatero poder seguir en pie, ni siquiera con buen viento exportador de cola.