Esposa, madre, abuela, productora y voluntaria social. Todos esos son algunos de los títulos que Graciela Taylor lleva sobre sus hombros. Definiciones no menores de una mujer en momentos en los que el género está visibilizándose en todo sentido.
Graciela tiene 69 años. Vivió en varios lugares del territorio argentino pero por destino y por elección hoy disfruta sus días en Concordia, Entre Ríos. Es bonaerense, sin embargo, ya que por el trabajo de su padre –militar- viajó por el país durante su infancia hasta terminar el secundario en Mercedes, Corrientes. Tras casarse con un administrador de campos, en 1998 decidieron comprar una quinta frutal en La Criolla, en el noreste entrerriano.
“El Viejo Roble”, así se llama el predio. En el trabaja junto a un empleado de confianza 20 hectáreas de citrus, 5 de arándanos, 1 de nuez pecán y una pequeña producción de boysenberries (zarzamoras). “La fruta la vendemos en el mercado interno, y dependiendo la demanda a la industria y algo a exportación”, explicó a Bichos de Campo la entrerriana por elección, madre de tres hijos y abuela de 7 nietos.
Taylor desde hace 22 años se hace cargo de organizar el trabajo en la quinta, que van desde desmalezar, fumigar, podar, cosechar y mantenimiento general, arreglando y reponiendo. “Mi responsabilidad es desde temprano programar con el encargado como distribuir el trabajo y que contemos con todo lo necesario para llevarlas a cabo: combustible, maquinas en condiciones, productos, contratación del personal necesario, comercialización, trámites bancarios y contables”, cuenta.
“Para mi es una forma de vida. Cuando uno hace una elección siempre hay cosas de las que uno se priva. Pero en la balanza todo lo que se recibe en contacto con la naturaleza da positivo”, resalta esta mujer rural que entiende que “lamentablemente muchas veces no acompaña la parte económica. Nuestro productor rural no está debidamente acompañado por el Estado”.
A pesar de ello, y de que los mercados no acompañan para tener la rentabilidad necesaria, Graciela trata permanentemente de incorporar tecnologías que optimicen la producción y los cultivos. “El Viejo Roble” es además la marca con la vende licores frutales –de mora por ejemplo- y mermeladas.
A lo meramente productivo, hace 4 años y por sugerencia de gente que la quiere y admira por su trabajo y dedicación, Graciela decidió incursionar en el Turismo Rural, en las que da exclusividad a las visitas de niños y niñas en época escolar de manera que se pueda adaptar el lenguaje: “Me encanta, me doy cuenta que tengo mucho para dar, tengo una base docente y veo que los chicos me entienden cuando les hablo. Trato de que vayan valorando el trabajo de la persona de campo”, relata.
Y como si fuera poco y su día tuviese más de 24 horas, esta mujer de campo tiene una importante participación en la vida social porque “no me es indiferente lo que sucede en mi entorno”, explica. Desde el voluntariado al servicio de quienes lo necesitan participa activamente de la Fundación de Cuidados Paliativos de Concordia.
Las ganas, el valor, capacitarse, respeto y dedicación son términos comunes en la vida de Graciela, quien cree profundamente que tenemos un país extraordinario donde el campo no solo cumple un rol fundamental a nivel económico sino geográficamente.
“Nos tiene que llenar de orgullo por sus bellezas naturales y potencial productivo”, señala esta mujer rural e invita “sigamos trabajando para que sea aprovechado y valorado al máximo. Hay que participar en instituciones que defiendan los intereses sectoriales y difundir lo que se hace”.