Una de las paradas obligatorias de la Puna catamarqueña, sobre la ruta 40, es el pequeño pueblo de Hualfín. Lo que ofrece no es sólo un paisaje típico norteño, sino además una postal única: Empleados municipales que hacen vino.
En 2011, el pueblo se convirtió en el primero de Latinoamérica en fundar su propia bodega municipal. Lo hicieron a partir de un trabajo conjunto con el INTA y Minera Alumbrera y, en ese entonces, se necesitaron 5 millones y medio de pesos para abrir las puertas. Fueron recursos que aportó la actividad extractiva para agregar valor a la uva que producen los pequeños viñateros de la zona.
En la recorrida que hizo Bichos de Campo por la provincia, era inevitable no detenerse a conocer esta historia. Hasta la fundación de la bodega municipal Raíces, en la ciudad mendocina de Junín, la de Hualfín era la única de su tipo. Hoy, se reserva el baluarte de haber sido la primera y de producir vino catamarqueño, un producto que ha ganado posiciones en el sector.
“Se hizo pensando en los pequeños y medianos productores del pueblo, que eran los más afectados porque tenían que acordar con los más grandes para poder llevar la producción hacia Cafayate, La Rioja o Santa María”, explicó Adriana Martínez, que es una empleada municipal que no toma mate, sino vino, y lo hace como parte de su trabajo diario.
La bodega Hualfín no funciona como cooperativa sino que emplea el mismo sistema que los privados: Acuerda un precio y compra la uva, la cual los viñateros no están obligados a entregar si no lo desean.
Al no tener viñedos propios, esa es una pata clave de su producción, y admiten que, hasta ahora, les ha funcionado. “Algo bien estamos haciendo”, señala Adriana, ya que trabajan con entre 15 y 20 productores locales, que de ese modo se ahorran costos extra de flete y mano de obra.
Con su propia etiqueta, la bodega municipal produce vinos torrontés y malbec, que son las dos variedades más sembradas en la zona. Como diferencial, cuentan con su propia línea orgánica -sin agregados químicos- y hasta producen un tinto de reserva, que se almacena en barricas de roble americano por 6 meses.
Si no fuera porque fue fundada por el Estado Municipal y porque sus trabajadores son empleados públicos, se puede decir que esta bodega funciona del mismo modo que cualquier otra privada.
Y hasta la aquejan los mismos problemas, porque saben que necesitan vender para pagar la uva y afrontar gastos de botella, corcho y etiqueta, que luego colocan de forma manual, a diferencia de otros establecimientos.
Mirá la entrevista completa con Adriana Martínez:
Si algo tienen a favor es que, en los últimos años, en varios lugares de la Puna catamarqueña se popularizó la producción de vinos. Tinogasta, Fiambalá y Santa María son algunos de los más destacados, y los vinos de Hualfín, incluso, se suelen ofrecer en restaurantes de la región.
“Hay muchísima gente que va, los prueba y pasa por la bodega. Es muy lindo para nosotros”, aseguró Adriana. En paralelo, suelen enviar botellas a distribuidores en Capital Federal, por lo que su vino también se consume en otros puntos del país.
Más allá del objetivo de absorber la producción local, la fundación de la bodega apuntó a potenciar el turismo en el Norte Grande de Belén. Por eso, este nuevo destino de la ruta del vino abre sus puertas de lunes a lunes y recibe turistas durante todo el día, que pueden recorrer las instalaciones y degustar el vino.
“Gracias a Dios tenemos muy buena recepción de la gente”, señaló la empleada.
Aunque su producción varíe de acuerdo a la cantidad de uva que compran tras la vendimia, está claro que no alcanzan nunca a producir los 320.000 litros que tienen de capacidad. Así y todo, señalan, año a año han mejorado su posición en el mercado y hoy venden toda su producción.
La bodega municipal está equipada con tecnología italiana y, en su cava, tiene la capacidad para albergar hasta 200 barricas para producir vino de reserva.