Lo que se denomina “guerra comercial” es en realidad una “guerra cambiaria” en la cual Donald Trump –adelantándose a los acontecimientos– pateó el tablero mundial con el propósito de asegurar la continuidad del dólar estadounidense como patrón monetario global. Y si eso no es factible, al menos como referencia en gran parte del mundo occidental.
Si algo faltaba para confirmar esa tesis era la visita a la Argentina realizada esta semana por el secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, cuya única misión fue comunicar personalmente al presidente Javier Milei que tenía que buscar la manera de deshacerse del swap de yuanes negociado por el gobierno kirchnerista.
El swap o intercambio de monedas aportado por el gobierno chino en los hechos constituye un crédito para recomponer las reservas del Banco Central (BCRA), algo que, si bien le viene bien a un país quebrado como la Argentina, en términos geopolíticos es un drama para EE.UU. porque representa una movida estratégica de China (entre muchas otras) para posicionar al yuan como patrón monetario competidor del dólar.
En cualquier caso, ya sea que la contienda cambiaria la gane EE.UU. o China, lo que debe hacer un país como la Argentina es cuidar la “máquina” generadora de divisas, que en el caso que nos toca es el sector agroindustrial.
¿Trump está loco? ¡No! Sólo está intentando que EE.UU. no se transforme en un país latinoamericano
Los integrantes del equipo económico del gobierno de Javier Milei sueñan con una Argentina colmada de emprendimientos hidrocarburíferos y mineros que empapelen al país de divisas y está muy bien que así sea. Lo que no está bien es no entender que ese escenario, en caso de consolidarse, va a generar frutos recién dentro de una década.
Pocos países en el mundo tienen la suerte de tener en el campo una “máquina” biológica productora de divisas, la cual puede activarse de un año para el otro con los incentivos adecuados para incrementar la oferta exportable y promover el desarrollo económico sostenible.
En las últimas horas volvieron a sonar las alarmas en todos los sectores exportadores ante la apreciación del tipo de cambio que se está promoviendo con la ayuda de un enorme paquete de dólares aportado por el Fondo Monetario (FMI) y organismos multilaterales en el marco de un acuerdo geopolítico realizado entre Trump y Milei.
Ciertamente, un país como la Argentina necesita un tipo de cambio elevado para poder crecer. Sin embargo, Milei está aún intentando domar a la inflación en la Argentina, que el mes pasado creció de la mano de empresarios que se anticiparon al nuevo esquema cambiario y ahora, en muchas situaciones, quieren seguir remarcando.
El empresario promedio argentino es una suerte de paciente esquizofrénico bipolar que, cuando habla de mercados externos, dice que no puede subir los precios porque de lo contrario la competencia lo desplaza, pero luego se da vuelta y aplica una suba salvaje de precios en el mercado interno sin ponerse colorado.
La manera de terminar con esa tragedia no es “apretando” a empresas –como lo hizo esta semana el ministro Luis Caputo–, sino promoviendo una apertura inteligente de la economía a través de Tratados de Libre Comercio con naciones centrales y complementarias, de manera tal de terminar con el “coto de caza” vigente en la Argentina.
Pedir o recomendar una determina política cambiaria al presidente Milei antes de haber terminado con las conductas inflacionarias no es conducente, aun sabiendo que el tipo de cambio actual es inviable en el largo plazo.
La clave es solicitar que el Estado deje de robar la renta y el capital del principal sector generador de divisas –el agro– para así poder recomponer reservas internacionales y poder devolver a China, tal como prometió Milei a Trump, el préstamo de yuanes disfrazado de swap monetario. Por supuesto, el préstamo del FMI y de los organismos multilaterales también habrá que regresarlo en algún momento. Y para eso se necesita poder generar divisas de manera genuina.
La buena noticia es que el negocio agrícola en la Argentina no sólo es viable, sino además próspero, en un escenario sin derechos de exportación. La mala noticia es que si la “organización criminal” del Estado –Milei dixit– sigue impidiendo que el agro pueda expresar su potencial, entonces el país va a volver a volcar cuando se acaben las reservas frescas otorgadas por Trump, las cuales, si bien hoy pueden parecer cuantiosas, en algún momento se agotarán.