Los funcionarios de todos los gobiernos y los integrantes de la cadena ganadera suelen argumentar que la caída en el consumo de carne vacuna en la Argentina no es un problema sino casi una virtud porque al mismo compás crecen los consumos de otras carnes sustitutas, como la de pollo y la de cerdo. Esto bien puede haber sido así en los últimos años, pero en 2024 se terminó ese verso: según la estadística oficial, cada argentino comió cerca de 5 kilos menos de esas tres carnes, aún cuando sus precios crecieron bastante menos que la inflación.
La Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca acaba de cerrar su estadística sobre 2024, con los datos de diciembre, y allí se expone que no es cierto aquello de que la carne aviar y la porcina reemplazaron el porcentaje de carne vacuna que una población cada vez más empobrecida debió resignar.
En el caso de la carne vacuna, la más emblemática en la dieta de los argentinos, el gobierno oficializó un consumo promedio en los doce meses del año pasado de 47,69 kilos anuales por habitante. Esto implicó que de una producción total de carne de 3,18 millones de toneladas, se quedaron aquí 2,245 millones, mientras que otras 933 mil toneladas se exportaron.
Respecto de 2023, cuando el consumo per cápita de carne vacuna se había ubicado en 52,24 kilos anuales, la caída de la ingesta fue de 4,50 kilos en solo un año, cerca del 8,8%.
Cualquier país sensato se preocuparía por eso, sobre todo porque ese es un promedio y significa que mientras los sectores más adinerados pudieron sostener sus niveles de consumo o incluso incrementarlos, hay una gran franja de argentinos pobres que seguramente redujeron su ingesta de carne vacuna mucho más ese 8,8%. Cualquier gobierno sensible organizaría planes para evitar que la carne falte de las infancias en las barriadas más vulnerables.
Pero los funcionarios suelen ignorar este tipo de indicadores e incluso es funcional a eso el discursos de una buena parte de la industria frigorífica y la comunidad ganadera, que ven con buenos ojos una caída del consumo local de carne en la creencia de que cada kilo que se come de menos aquí es un kilo de carne que se puede liberar para la exportación. En efecto, el año pasado las exportaciones rozaron el 30% de la producción, cuando históricamente ese porcentaje era del 25%.
En una actitud bastante discutible, ya que históricamente los argentinos han sido sus mejores clientes, la cadena de ganados y carnes minimiza estas caídas en el consumo argumentando que la necesidad de proteínas animales está bien cubierta por la oferta de carnes sustitutas a la bovina. Como se dijo, esto puede haber sido así. Pero en 2024, luego del fuerte ajuste lanzado por el gobierno de Milei, esa explicación no corre.
Siempre según la estadística pública, el consumo de carne de pollo también retrocedió el año pasado, y mal puede haber reemplazado la baja de la carne vacuna. Terminó diciembre con un promedio de 45,20 kilos anuales por habitantes, que contra los 45,85 kilos de un año atrás implican una caída de 1,4%. O mejor dicho, de medio kilo anual per cápita.
Y en el caso del cerdo, el consumo oficializado cerró el mes de diciembre en 17,13 kilos anuales por habitante, un 1,4% por encima de los 16,72 kilos de fines de 2023. Es decir, aunque la ingesta de carne porcina creció unos cientos de gramos, no llegó a compensar el declive de las otras dos carnes.
Por eso el título: cada argentino comió en 2024 cerca de 5 kilos menos de las tres carnes.
Sumadas, estas tres proteínas animales llegan a significar un consumo per cápita de 110 ,2 kilos anuales, que por cierto es uno de los más elevados del mundo. En 2023 habían sido 114,81 kilos.
Vale preguntarse qué hubiera sucedido con estos indicadores si los precios de la carne porcina, aviar y vacuna hubieran evolucionado a la par de la inflación general, que llegó a ser de 117% en todo 2024. Por fortuna, quedaron bastante atrás de eso, ya que la carne de bovino subió apenas 70% y las otras dos lo hicieron entre 80 y 90%.