Nicolás de la Torre, quien con sus padres y hermanos continúa una tradición vitivinícola que su familia paterna empezó hace un siglo y medio, se presenta de este modo: “Nuestra bodega se llama Des de La Torre, porque así era nuestro apellido en sus orígenes. Es la única acá en el Valle de Chos Malal, en el norte neuquino, si bien hay muchos productores artesanales. Nuestra filosofía es ser orgánicos y biodinámicos, pero sin certificaciones, y nuestro vino tiene denominación de origen. Por ejemplo, practicamos un cultivo regenerativo, con ovejas que comen las ‘malezas’ y además fertilizan el suelo”.
Continúa Nicolás introduciéndonos en su historia familiar: “Este valle fue una de las primeras regiones vitivinícolas de la Patagonia, hace unos 150 años. Nosotros somos cuarta generación. Mi bisabuela paterna, Georgina Bailac, vino de Francia hasta Chile. Ella se casó con un maestro cuyano de apellido De la Torre y se vinieron a vivir a este valle, donde fueron pioneros en la vitivinicultura. Sabemos que plantaron vides y trajeron toneles y maquinaria de Chile, para hacer vino. Montaron una pequeña bodeguita para autoconsumo y trueque, y parece que elaboraban unos 2000 a 3000 litros por vendimia. Hoy nosotros elaboramos unas 12.000 botellas por año”, nos actualiza.
Para ubicarnos en el contexto geográfico es interesante informarnos que el valle de Chos Malal está formado por los ríos Neuquén y Curi Leuvú, rodeado de montañas, valles, ríos inferiores y arroyos. El nombre Chos Malal proviene de la lengua mapuche y significa “corral amarillo”. El clima es continental de altura, con inviernos fríos con nevadas, y veranos cálidos, con un microclima ideal para hacer frutihorticultura, de carozo, de fruta fina y viñedos.
Nicolás nos cuenta que fue su padre Luis quien retomó la tradición familiar, pero se lanzó a comprar tierras, plantar vides y levantar en 2009 una bodega profesional. “Mi papá. hace mucho que se dedica al servicio de forestaciones y pastizaciones para la industria petrolera. Con lo que ganaba fue invirtiendo en tierras. Así pudo comprar dos chacras. En ambas plantó viñas, y en la más chica construyó la bodega. Está emplazada en pleno casco urbano, sobre la avenida Primeros Constituyentes al 700, donde tenemos una hectárea y media de viñedo, con suelo de roca sedimentaria. Esta zona se denominaba ‘Chacra sur’, y como la ciudad creció, quedó dentro un barrio residencial”.
Explica Nicolás que a apenas 5 kilómetros de la bodega, en la zona que se llama Chacra Los Maitenes, su padre tiene el otro viñedo, sobre 10 hectáreas, pero sólo 4 de ellas están implantadas con viñedos, sobre suelo calcáreo marino, con un alto porcentaje de carbonato de calcio.
“Por eso allí encontramos amonites por todos lados, que son caracoles petrificados. Todo esto da un carácter al vino, con un perfil de guarda diferente, que se lo da el carbonato. Por ejemplo, nuestros vinos tienen una acidez muy marcada, y eso es una característica de esta región”, asegura el joven chosmalense.
Otra característica del valle, según Nicolás, es que tiene condiciones similares a las de Mendoza, por su cercanía a la Cordillera, pero sin granizo, “lo que le da una gran ventaja, además de los vientos patagónicos, que les aportan una gran sanidad a los viñedos”, afirma.
Le preguntamos, al joven de la Torre, por sus vinos: “El primero que sacamos fue con el nombre de Identidad, de uva malbec. Es la línea que más hacemos y sería la línea baja de nuestra bodega, un vino fresco, fácil de tomar. Después pasamos a elaborar un vino especial, de uva malbec, al que llamamos Trashumante. Es que parte de mi familia materna se dedica a la producción de chivos y practica la trashumancia, por lo que hemos querido honrar a los arrieros que practican esta sacrificada y noble actividad”.
Pero después, cuenta Nico que realizaron un cambio: “Al vino Trashumante le sacamos la etiqueta y pasamos a pegar en la botella una etiqueta de cuero de chivo, con la figura del mapa de nuestra provincia, y a llamarlo Gran Terroir. Lo hacemos con una selección de las mejores parcelas del viñedo, que reciben una elaboración especial. Lo hacemos con sólo 700 kilos de uvas y sacamos unos 300 litros por año”, señala.
No podemos obviar de pedirle a Nicolás que nos cuente una curiosidad que les ocurrió y fue noticia en muchos medios. Gentilmente accede: “Un cura de Andacollo había trabajado con el actual Papa Francisco y fue a visitarlo al Vaticano. Le llevó nuestro vino Gran Terroir como un regalo bien regional y resulta que a Jorge Bergoglio le gustó mucho. Entonces le encargó al cura preguntarnos si podíamos enviarle todos los años unas cajas para consumo personal. Y claro que fue un honor, por lo que hasta hoy todos los años le enviamos cierta cantidad de botellas”, culmina con orgullo.
El joven neuquino continuó describiéndonos otra curiosidad que realiza en la bodega con su familia: “Elaboramos otra línea de vinos con uvas criollas que cosechamos de distintos parrones históricos que algunos habitantes de Chos Malal poseen en sus casas. Nosotros solemos juntar de sólo diez familias, y una de las casas es la de mi abuela. A esta línea la llamamos ‘Criolla de Pueblo’ y sacamos un blanco y un rosado”.
Es interesante la investigación que se han lanzado a hacer: “Junto al INTA estamos haciendo un estudio de esta uva histórica -explica Nico-, para poder identificar las variedades que hay en la Argentina. Antes se decía que no era uva para vinificar, y ahora está de moda. Como resultan vinos frescos y fáciles de tomar, están ganando mercado entre los jóvenes”, asegura.
“Además cada año sacamos 200 botellas seleccionadas con las mejores variedades que nos hayan salido -continúa el vitivinicultor-. A esta edición anual le pusimos por nombre Oliverio, que es el nombre del hijo de Ibrahim, nuestro hermano menor. Este año fueron 4: un Bonarda, un Merlot, un Cabernet y un Philadelfia, que es una cepa antigua y que estamos investigando. A todos estos los pasamos por barricas de roble usado para que sea apenas un complemento. Es decir, buscamos la micro oxigenación del vino, pero que no le predomine el sabor a madera. Al contrario, que prevalezcan los perfiles aromáticos, propios de esta región. A esta línea le pusimos por slogan en la etiqueta: ‘El guardián de las barricas’”.
Finalmente, de una línea más de vinos que editaron: “Supimos hacer una línea de vinos que llamamos Masmín, porque cuando era chica, a la hija de mi hermano Juan, le preguntaban ‘¿Cómo te llamás?’, y en vez de responder Jazmín, decía ‘Masmín’. Queremos volver a editar estos vinos -señala Nico-. Pero como no nos alcanza su propia producción, actualmente estamos asociados a dos viñedos, uno en Taquimilán, a 15 kilómetros al sur de Chos Malal, y el otro en Buta Ranquil, a 100 kilómetros al norte de la ciudad. A ambos les dirigimos la parte técnica, en cómo podar, cómo regar, cuándo cosechar, etcétera”.
Le preguntamos por la distribución de roles en la familia, y nos dijo: “Papá es técnico agrónomo y el director del emprendimiento, que maneja la administración. Juan Andrés, de 37, también es técnico agrónomo y se encarga de la parte animal, de los corrales eléctricos y, últimamente, de los bozales uruguayos para que las ovejas coman sólo las pasturas y no las plantas”.
“Yo, de 36, soy sommelier y ‘winemaker’ o hacedor de vinos –siguió el joven-, que es como una tecnicatura en Enología. Me encargo de la elaboración del vino, de controlar las etiquetas, de la venta. Ibrahim (33) es licenciado en Enología y se encarga del viñedo. Mamá Graciela, nos ayuda con las redes sociales y elabora los textos para las etiquetas y las publicidades, porque es profesora de historia. En la vendimia nos ayudan amigos y familiares, incluidas nuestras parejas. Tenemos un empleado en viñedo y otro en bodega. Después, contratamos gente para poda y cosecha”, detalló Nicolás.
Eso sí, aclaró Nico que los tres hermanos tienen otro trabajo afuera del emprendimiento: “Yo como asesor del área de Producción en el Municipio; Juan Andrés trabaja en el vivero provincial; e Ibrahim se va todos los años a vendimiar a Francia, durante nuestros inviernos”, dijo.
Nicolás quiso expresar su preocupación por la realidad histórica que se vive en el valle: “Un problema es que hoy el 90% de los empleados de Chos Malal son estatales y apenas se produce un 5% respecto de lo que se cultivaba en el valle hace 30 años. El norte neuquino estuvo relegado durante décadas por los gobernantes de turno, porque apostaban al turismo en el sur y acá nada”, señaló.
Pero el joven se manifestó esperanzado, debido a nuevas políticas que se están concretando desde el Estado provincial: “Últimamente notamos una reactivación, con créditos blandos para las Pymes, mejorando rutas, haciendo escuelas y hospitales, y también apostando al turismo, que poco a poco va creciendo y ya nos beneficia, que pase un turista y nos compre un vino”.
En ese sentido explicó el productor que justamente ellos se han puesto a recibir a los turistas de modo bien organizado: “Los recibimos con reserva, porque queremos atenderlos personalmente. Realizamos visitas guiadas con degustación, a otras les agregamos otros productos típicos de nuestra zona. Y a los contingentes les cocinamos nuestros típicos chivos, con degustación de nuestros vinos y productos como queso de chiva, escabeche de chivo, ajos y berenjenas en escabeche, etcétera”.
Nicolás de la Torre finalizó: “Vendemos nuestros vinos a vinotecas, restoranes, en grandes ciudades de nuestro país, sobre todo en las capitales provinciales. También tenemos planeado construir cabañas para que puedan quedarse y vivir una experiencia completa. Y proyectamos ampliar la bodega e implantar viñas en toda la superficie que nos queda libre aún. Pero queremos ir de a poco, con prudencia”.
La familia de la Torre eligió dedicarnos la canción “Mi Chos Malal”, de y por Marité Berbel y Marcelo Piñeiro.