En Chiapas, un estado al sur de México que limita con Guatemala, la Agroecología encontró tierra fértil para desarrollarse. También allí lo hizo la bióloga Yolotzin Bravo que, durante los 11 años que dedicó a la investigación de su maestría, encontró en aquel manejo productivo un nuevo reservorio de conocimiento que promover.
La piedra basal de aquel descubrimiento estuvo en las milpas, un agroecosistema típico de aquel lugar que se caracteriza por el policultivo simultáneo de maíz, porotos y calabaza, al que Bravo estudió durante esos años.
“En México la milpa es un espacio de reproducción de la vida, de la cultura, de todos los ritos asociados al espacio en donde se siembran esos cultivos de forma escalonada, que también recibimos en forma escalonada. Nosotros decimos que es un policultivo de saberes también. Yo quería saber qué coberturas verdes funcionaban más, esa era la intención pero nunca lo hice”, contó la bióloga durante una charla con Bichos de Campo. La razón para eso fue un hecho fortuito.
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“Cuando llegué a San Cristóbal para aprender sobre la milpa e intentar hacer demografía, había una revuelta de profesores, que estaban de paro exigiendo derechos. Yo quería trabajar con docentes de educación básica y juventudes pero las escuelas estaban cerradas. Ahí conocí, mediante la Red de Huertos Escolares de Chiapas, a profesores que estaban utilizando los huertos y convocaban a los padres de familia, para crear cosas al margen de la escolaridad formal. Ahí cambió totalmente mi enfoque y empecé a trabajar con esos vínculos que suceden en esas milpas. Eso ya era Agroecología”, recordó Bravo.
-¿Tu concepto de Agroecología es que es más un proceso cultural y social que uno productivo?– le preguntamos.
-Ambos. Creo que no existe un proceso productivo simplemente, sino que para nosotros tiene que tener un proceso político y social. La Agroecología, sin toda esta parte política, es solo hacer jardines.
-Muchos la denostan, la minimizan por estar cargada de tintes políticos.
-Sí, no lo vamos a negar. Comer es un acto político, siempre lo decimos. Sembrar es un acto político. Y no de ese tipo de política que es partidista, sino las acciones que vamos haciendo día a día que construyen la sociedad en la que estamos. Lo que decidimos sembrar, comer y cómo hacerlo, es un acto político.
-Esas comunidades que se auto organizaban estaban entonces haciendo Agroecología.
-Exacto. Creo que lo primero que me maravilló, y por lo que los amo, es por su compromiso. Era el compromiso de los profesores por acercar a las niñeces, pero sobre todo a los padres, a aprender o reaprender los procesos campesinos en la escuela, y cómo ese flujo de información que había desde las milpas, desde los huertos escolares, se traducía en vinculación. Y eso nos lleva a otros procesos. Como es un policultivo, pues está todo lo que existe abajo, no podemos solo sembrar sin tomar en cuenta todas esas relaciones que estamos sembrando. Y esas relaciones no solo son entre el maíz, el frijol y la calabaza, sino que la milpa es un proceso social y se ve en muchas esferas, en muchas escalas.
-¿Es también un proceso hacia abajo que enriquece el suelo? Mediante la rotación se nutren los microorganismos.
-Exacto. Hacer milpa en un montón de escalas. La regeneración de los lazos entre las personas, la regeneración del suelo utilizando un tipo de agricultura que no utiliza agroquímicos. Pero también la regeneración de los procesos sociales en cuanto a los vínculos, en cuanto a sembrar juntos, en cuanto a cocinar juntos. En México y en Mesoamérica en general, hacemos todo para preparar la milpa juntos. Hacemos un proceso de preparación, hacemos un proceso de recoger ahí, un agradecimiento a la Madre Tierra. Está ligado a muchos procesos culturales que son situados en México, que son completamente diferentes en cada uno de los espacios donde va aterrizando.
-En ese aprendizaje te convertiste en una ferviente militante, activista o difusora. ¿Qué palabra te gusta más?
-Es que jamás me he visto como una militante ni defensora de la Agroecología, pero sí me he visto como una defensora en general de la vida, de los sistemas alimentarios y de lo que me permite a mí estar aquí. La Agroecología por supuesto que es un espacio, una estrategia, una metodología y una técnica que nos permite generar vida.
-Se escucha a muchos quejarse de que los jóvenes abandonan el campo. ¿Por qué te parece una trampa ese juego dialéctico?
-Sí, definitivamente. Yo también escucho mucho que los jóvenes abandonan el campo, que ya no quieren estar ahí, que son flojos, que lo único que les interesa son los videojuegos. Y algunos sí, pero creo que es importante visibilizar que atrás de ese contexto hay una red de opresiones, de violencias que les están obligando a dejar sus territorios. No son las juventudes las que dejan los territorios sino que son expulsados. Por ejemplo, el poco acceso a la tierra o la falta de acceso a la tierra. En muchos campos les quitan esa posibilidad de reproducir la vida en el sentido de que ya no tienen tierras para hacerlo. Sus padres tuvieron que venderlas a transnacionales para cultivos de soya, al menos en el sur de México, y eso los deja sin territorio y sin posibilidad de tomar decisiones sobre él.
-También frente una cultura diferente.
-Sí. Y luego vienen todas estas políticas externas que deciden cómo va a ser la vida de los jóvenes. Incluso en los marcos agroecológicos. Ahora la agroecología está siendo institucionalizada y tiene proyectos que han sido bastante buenos, pero proyectos que vuelven a instrumentalizar a las juventudes como replicadores solo de técnicas. Entonces los quitan de sus territorios, les ponen a replicar una técnica. Por eso decimos que la Agroecología no solo es una técnica.
-Es la misma lógica de la agricultura convencional: hacé esto, aplicá este remedio. ¿Vos decís que la Agroecología está cometiendo ese mismo pecado?
-En México es la Agroecología que se está institucionalizando. Por eso en muchos espacios decimos que la Agroecología no es tal sin toda este carga política y social, porque si no se queda en la mera técnica que vuelve a instrumentalizar.
-Una buena Agroecología debería tratar de dar respuesta a eso, a ese dilema de cómo retener, contener y finalmente, cómo hacer felices a los jóvenes.
-Cómo hacer felices, pero más bien cómo darles posibilidad para que puedan decidir sobre su vida y sobre sus propios territorios.