La situación es más bien curiosa, y un periodista de Bichos de Campo fue testigo casi de casualidad. La ciudad de Treinta y Tres queda a unos 250 kilómetros de Montevideo, yendo por la Ruta 8 rumbo a Brasil. Nació en 1853 a la vera del río Olimar, que es el que da nombre luego a Los Olimareños, la dupla que llevó muy alto al folklore del Uruguay. Aquí los paisajes rurales son parecidos a los de nuestra Mesopotamia, de planicies con pendientes y algunas cuchillas. Las vacas se alimentan de la rica oferta de pastizal natural que existe en el vecino país, y los pocos silos de chapa que aparecen en el horizonte corresponden a la industria arrocera uruguaya, que aquí despliega su pequeño imperio.
“Acá la dieta de la gente se basa en carne, arroz y papa”, nos dice Eduardo Blasina, ingeniero agrónomo, periodista agropecuario como nosotros y además, en los últimos tiempos, director de Agroecología en el Ministerio de Ganadería y Agricultura del Uruguay. Le preguntamos de dónde viene la poca verdura que llega y nos dice que lo hace del cinturón verde de Montevideo o Canelones, porque a nivel local hay muy pocas quintas de productores. La rúcula palermitana es casi desconocida por aquí, pero cierto es que tampoco abunda la lechuga.
Uruguay, pese a su menor escala, tiene exactamente el mismo problema que la Argentina: todos saben de la importancia de mantener una dieta sana, con variedad de frutas y verduras, pero a la hora de los bifes… lo único que hay son bifes. La oferta de vegetales es escasa y pierde calidad por la gran cantidad de kilómetros que debe recorrer la comida entre los puntos de producción y los consumidores más alejados de los grandes mercados. Y además está el otro asunto espinoso, que es el de los agroquímicos utilizados en la producción, a veces sin los controles adecuados.
La agroecología, más allá de discutir el modo de producción (sin agroquímicos ni transgénicos) agita siempre el concepto de “soberanía alimentaria” que -fuera de la mirada muy ideologizada que existe en una Argentina donde todo se agrieta-, implica que el alimento de buena calidad esté cercano y disponible, para que haya opciones. “No hay nada más anti-ecológico que un infeliz”, dice una letra del pelado Cordera, que cada tanto viene a refugiarse a las playas del Uruguay. Es más o menos así. Tampoco nadie puede comer sano y diverso, ser finalmente consciente, si no tiene comida sana y diversa cerca.
Por eso en general la agroecología bien aplicada viene acompañada de otro concepto, que son los mercados de cercanía, donde el productor se ahorra cientos de intermediarios y kilómetros para llegar al consumidor. Y el consumidor tiene la oferta necesaria para comer un poco mejor.
Aquí la historia con la que tropezamos y nos llamó la atención. Cuando el BID (Banco Interamericano de Desarrollo) comunicó que Uruguay tendría disponibles algunos fondos para apuntalar la incipiente agroecología, la decisión fue comenzar a probar con este concepto de producción local: alimentos sanos disponibles en el lugar. Y uno de los lugares elegidos para comenzar el ensayo productivo y social fue Treinta y Tres, donde sobre todo se come papa, arroz y carne.
Aquí aparece en escena el agrónomo rosarino Raúl Terrile. No es raro encontrarse agrónomos formados en la facultad de Zavalla dando vuelta por el mundo, incluso en los países más pobres de África tratando de enseñar sobre la siembre directa. Pero la aparición de Terrile por Treinta y Tres es curiosa porque lo que está haciendo es asesorar al gobierno uruguayo y al BID sobre agroecología, tratando de trasvasar la experiencia acumulada como coordinador del Programa Cinturón Verde de Rosario, que es quizás la experiencia argentina más acabada respecto del encuentro entre agroecología y mercados de cercanía.
Raúl recordó los orígenes de esa historia a Bichos de Campo: En plena crisis de 2001, con un grupo de profesionales que se habían formados en agroecología (por fuera de la UNR, porque allí el programa de estudios no acepta ni el término) le propusieron al por entonces intendente rosarino Hermes Binner crear un programa barrial para que la gente más necesitada pudiera producir sus alimentos en huertas, usarlos para su sustento, y vender los excedentes en mercados de cercanía.
“El tema era generar ingresos. Arrancamos en mayo y en septiembre de 2002 se realizó la primer feria agroecológica en un predio de la calle Corrientes y el río. El éxito de esa feria fue increíble. Al mediodía se había vendido todo”, rememora Terrile, que continúa trabajando dentro de la Municipalidad, dentro del área de Desarrollo Económico.
En aquella época, como los mercados del trueque, comenzaron también a multiplicarse las huertas y los mercados para vender el producido, donde se podía participar con la única condición de que las frutos vendidos allí (sobre todo verduras de hoja, pero también tomates, zapallos, berenjenas, pimientos y otras verduras de estación) sean producidos siguiendo los postulados agroecológicos. En el pico de la crisis, llegaron a tener unos 10 mil beneficiarios de los planes sociales trabajando en la producción de sus propios alimentos.
Con el correr de los años, este programa municipal sobrevivió a los diferentes gobiernos y fue decantando: hoy sigue administrando varios predios dedicados a la agricultura urbana, que son una combinación entre el aporte municipal (que pone el terreno, la maquinaria, el riego y el asesoramiento técnico) y el trabajo y esfuerzo de los propios huerteros, que siempre son productores voluntarios. En total, dentro de la ciudad de Rosario hay actualmente unas 30 hectáreas de huertas comunitarias de este estilo, y las ferias agroecológicas se han disparado en número y cantidad de participantes. “Nunca alcanza la producción para satisfacer la demanda”, dice Raúl.
Pero además Terrile y su equipo han comenzado a trabajar hace años en la reconversión hacia la agroecología de los productores comerciales del periurbano de Rosario que quieran hacer ese tránsito. El agrónomo relata que hay cerca de 6 decenas de ellos y una tercera parte ya son agroecológicos o están en vías de serlo, un poco por la exigencia de los consumidores, y otro poco por propia conciencia y las ganas de no depender tanto de insumos químicos que cotizan en dólares. Para ellos, la Municipalidad está habilitando espacios en el mercado mayorista.
Bueno, ya tenemos el escenario y al agrónomo rosarino. Lo extraño es cómo se vinculan: En Treinta y Tres, en el Uruguay profundo, Terrile fue convocado para asesorar a las autoridades locales, que están comenzando con la creación de la primera huerta agroecológica de ese lugar. La apuesta es por ahora modesta, pero quiere emular a la que Rosario desarrolló hace ya dos décadas: generar la producción pero también los canales de consumo y venta. En la ciudad existe una feria de emprendedores que se realiza todas las semanas, pero del espacio agroecológico hay poco y nada. Las pocas verduras que se producen de ese modo se venden en bolsones.
El proyecto impulsado por la secretaria de Desarrollo Económico de Treinta y Tres, Luisa Rodríguez, es bastante curioso. La municipalidad destinó por ahora un predio de 0,70 hectáreas linderas al modesto aeropuerto local, que solo se utiliza en muy pocas ocasiones o “cuando viene el presidente”, bromea la funcionaria. Allí dispone de dos bombas de agua que llenan un enorme tanque australiano y garantiza el sistema de riego a una serie de productores hortícolas locales. De allí saldrá también el agua para regar por goteo la flamante huerta agroecológica comunitaria.
Lo curioso es el sistema de organización: Por ahora se han trazado los surcos y se ha convocado a los voluntarios. A cada uno de ellos se le asignan dos camellones para que produzcan su verdura, siempre respetando la filosofía agroecológica. Por ahora hay 22 cartelitos: cada uno de ellos con el nombre del responsable de esos surcos. Ellos pondrán el trabajo, agacharán el lomo sobre la tierra. Mientras que la municipalidad pondrá las herramientas, la seguridad del predio, el riego y sobre todo el asesoramiento técnico necesario para los vecinos que quieran tener su propia huerta.
Si los vecinos se organizan y logran convivir entre ellos, hay hasta otras 60 hectáreas disponibles para ir creciendo, llegado el caso. Pero Terrile recomienda ir despacio, paso a paso, como para que la gente le tome el gusto a producir y comer de sus propias verduras, diversas y sanas. Luego, si llegara a haber excedentes, se trabajará en estrategias para venderlos y que desparramen al resto de la comunidad.
Por ahora en Treinta y Tres hay veintidos voluntarios. Y uno de ellos ya debutó con la siembra de los primeros primeros de boniato. Todo es incipiente. Habrá que volver dentro de un año a observar cómo evoluciona esta curiosa huerta agroecológica y a la vez comunitaria.
Alimento de “buena calidad esté cercano y disponible” significa SEGURIDAD ALIMENTARIA.
La soberanía la definiría como la capacidad de decisión y autodeterminación de un pueblo sobre su producción y consumo.
Son dos términos muy similares que siempre presta a la confusión.
En uruguay existe una ley que promueve la agroecologia desde hace ya años, resultado de una dura lucha social. En todo el territorio existen experiencias de todo tipo apuntaladas por tecnicos especializados, muchos de ellos despreciados por el gobierno de derecha.
Para que ese proyecto funcione necesita si o si riego localizado por goteo. El técnico que asesora lo tendría que saber muy bien, de lo contrario sólo está por la plata y no la gente. Así ninguna verdura va a prosperar, solo el boñato que se ve en las fotos. Eso solo para empezar, porque se necesita un suelo bien trabajado, fertilizando, malla sombra, semillas de buena calidad. La horticultura no es lo mismo que la agricultura extensiva.