Antes que nada: disculpas por el título en inglés. El artículo está dirigido a los neozelandeses para advertirles que buena parte del desastre económico presente en la Argentina se explica por el hecho de aplicar impuestos excesivos al sector agropecuario.
En ambas naciones el agro es el principal sector –por lejos– generador de divisas. Y es además la fuente de numerosos procesos fabriles y de servicios asociados a cadenas de valor agroindustriales.
Ahora el gobierno de Nueva Zelanda anunció que pretende comenzar a cobrar a partir de 2025 un impuesto extraordinario al agro con la excusa de combatir el cambio climático. En realidad no importa el argumento. En la Argentina se hace para combatir el hambre o defender la mesa de los argentinos. Podría ser por cualquier otro motivo. Pero el resultado siempre es el mismo.
En términos microeconómicos, tal política potencia el proceso de concentración en el sector agropecuario, lo que implica que las empresas más frágiles salen del negocio y dejan a mucha gente sin trabajo, que debe trasladarse a las grandes ciudades para intentar buscar mejores oportunidades que no siempre aparecen.
Se incrementa, claro, la competitividad de manera acelerada, en buena medida asociada a economías de escala y mejoras en la gestión de los recursos, pero a costa del desarraigo rural y el desmantelamiento de la inversión realizada en infraestructura en las regiones del país de base agropecuaria, que muchas veces pasa a depender del “bolsillo” de las propias empresas ante la retirada del Estado, el cual, frente al proceso de migración hacia las grandes urbes, debe concentrar el presupuesto en atender cuestiones sociales.
En términos macroeconómicos, la actividad se estanca a nivel general, porque sencillamente lo hace la producción de bienes básicos que alimenta al resto de la “maquinaria” económica, además de disponer de una decreciente fuente de divisas que permite acceder, por ende, a menores bienes y servicios provenientes del resto del mundo.
A nivel internacional, un recorte de la oferta de productos agroindustriales no es gratuita, porque, en el mediano plazo, tiende a incrementar los precios de los alimentos, especialmente en los períodos de desastres climáticos, lo que ayuda a promover inestabilidad en las naciones muy pobladas y dependientes de la importación de nutrientes.
Si ese es el objetivo final del gobierno de Nueva Zelanda, entonces adelante, sigan con lo suyo, que muy probablemente conseguirán la meta propuesta, tal como sucedió y sucede en la Argentina.
Por supuesto: detrás de toda política anti-agropecuaria, además de intentar justificar a la misma con algún aspecto del “bien común”, siempre viene detrás el discurso de el “Estado siempre estará para darte una mano” con esto y lo otro y bla bla. Pero se tratarán indefectiblemente de “parches” orientados a cambiar el eje de la discusión central que no es otro que poner un pie sobre la cabeza de un sector productivo clave para la civilización. Buena suerte.
Decadencia invisible: El PBI del agro argentino en los últimos cinco años cayó más de un 20%