En Lértora no suelen suceder grandes cosas, pero suceden. Se trata de un paraje rural ubicado al noroeste del partido de Trenque Lauquen, que recibió su nombre como homenaje a Alejandro Lértora, quien donó las tierras para levantar la Estación Ferroviaria.
En Lértora no suelen suceder grandes cosas. El 14 de julio de 1909 comenzaba a funcionar allí la Escuela 14, hoy Escuela 26. En 1965, ese caserío rural fue noticia nacional a raíz de la aparición de un cordero con insólitas características: tenía siete patas. Son curiosidades que rompen la monotonía de una zona rural muy productiva, pero en la que no suelen suceder demasiado.
La Municipalidad de Trenque Lauquen menciona en su página institucional a algunas de las familias que se asentaron en el lugar y comenzaron con la dura tarea de darle vida: Zemma, Grossi, Lamatina, Brandoni, Carestía, Casola, Barragué, Alastuey y García Salinas. No aparece en la lista el apellido Campelo, pero habrá que sumarlo.
María Inés Campelo es una entusiasta mujer de Trenque Lauquen, que estaba casada con Guillermo González, un contratista que trabajaba en esa zona rural y que en los duros meses de pandemia decidió rehabilitar un viejo almacén de campo. Justo en ese lugar donde no suele pasar demasiado, ella decidió abrir El Boliche de Lértora.
En Lértora no suelen suceder grandes cosas, salvo cuando esta vieja pulpería -de la mano de María Inés- enciende sus fuegos y abre sus puertas para recibir a visitantes que pueden llegar a venir desde cientos kilómetros a la redonda.
Mirá la entrevista con María Inés Campelo:
-¿Qué es Lertora?
-Es un paraje, una estación. Estamos ubicado a 28 kilómetros de Trenque Lauquen. Es lo que fue una estación de tren. Está el boliche, más adentro la estación, la casa del cambista. La escuela que sigue funcionando sin mucha matrícula.
-¿Y como todo paraje rural tenía un boliche?
-Se dice que en los tiempos de esplendor, cuando pasaba el tren, llegó a haber tres boliches. Quedó este.
La enorme casona quedó mucho tiempo deshabitada y a lo sumo hacía las veces de base de operaciones para Guillermo, que se dedica a hacer pulverizaciones. María Inés solo iba muy de vez en cuando, pero su fuente de ingresos era un comercio en la ciudad cabecera del partido. Hasta que en “plena pandemia” se decidió a mudarse al campo, que no paró y siguió con sus actividades.
“Cuando él me propone que me venga para acá, la opción era estar libre acá o encerrada en la ciudad. No lo dudé”. Hasta que una mañana le dije a Guillermo: voy a ver si habilitó el boliche”, relata la mujer.
-¿Tuvieron que trabajar mucho?
-La casa no estaba muy destruida, pero había que hacerle muchísimo. Hubo que trabajar un montón.
Desde el vamos, como muchos accesos a Trenque Lauquen en la pandemia se cerraban a las dos de la tarde (sí, hoy parece lejano, pero así fue), María Inés pensó en el almacén para la gente de la zona rural, que ya no tenía que irse de compras hacia la ciudad. “De repente me dije: ‘Bueno, yo tengo que tener un paquete de yerba, fideos, tabaco’. Acá se vende tabaco, papel de armar, hay mucha gente del norte en las estancias o de los campos alrededor, así que la idea era brindar un servicio también a la gente”.
-¿Y cuando fue que empezaron a cocinar?
-Yo empecé preparando picadas para la gente, una buena picada y alguna empanada. Pero claro, ya la gente me empezó a pedir algo más, porque hacerse 28 kilómetros para comer una picada nada más… Entonces como que sentí que había que ofrecer algo más aparte de una picada. A la gente lo que más gusta es la carne. Un buen asado, una buena ensalada y bueno. Y así se fue armando. Aparte, es lo que sabemos hacer.
-¿No es que te pusieras a entrenar como cocinera?
-No, para nada. Lo que yo le digo a la gente es que va a comer rico, abundante y algo que sabemos hacer.
-¿Y cuándo se empezó a llenar? Supongo que la pandemia ya había terminado para ese momento…
-Cuando empezaron a extender los horarios. Ahí la gente como que empezó a venir. Había mucha gente que estaba viviendo en el campo, dueños de campo. Esa gente también empezó a venir. Es como que se fue armando y se fue dando. Y de golpe estaba funcionando, como almacén y como restaurant algunos días.
¿Y cuándo dijiste estos funciona?
-El primer día en que abrí la puerta. Estaba segura de que iba a funcionar. Es sorprendente. Ahora llega de América, de Pico, de Pellegrini, de Villegas, de Trenque Lauquen, por supuesto.
-Me imagino que hay algún momento en que las guitarras salen a relucir.
-Acá la gente por ahí comparte una mesa con otra gente, en unas mesas grandes donde de repente caben diez personas. Entonces, de la mitad para acá, es una familia. De acá para allá hay otra. Y terminan intercambiando teléfonos, los chicos juegan juntos y eso se da. Hay una guitarra y sí hay alguien que la sepa tocar, sí se arma.
En Lértora no suelen pasar muchas cosas, salvo cuando abre sus puertas el viejo almacén de campo.
-Evidentemente hay algo que te gusta de esta actividad, no es solamente para ganar dinero.
-Sí. Me gusta ofrecer lo que sé hacer. Y bueno, recibir a la gente. Así que soy, como buena anfitriona. Yo nunca pensé en lo económico. O sea, si pensé en hacer algo, porque soy de hacer cosas. ¿Viste que hay gente que es más inquieta? Bueno, había que hacer algo, no podía encerrarme a hacer nada. Y bueno, es lo que pude. Lo que se ofrece es lo que uno es y la gente lo toma muy bien.