La tierra bonaerense ha dado a luz a un quintero y payador llamado Wilson Saliwonczyk (46). Nacido en Los Toldos, su padre fue quintero –sembraba media hectárea de sandía todos los años- y empleado en un tambo. Hoy tiene 4 hijos y vive en una chacra en las afueras de 9 de Julio.
Si bien la payada tiene su ciencia y su lógica, los oyentes siempre vamos a quedar obnubilados ante semejante arte y oficio tan misterioso. Y en el caso de Wilson, tiene su particularidad: que tal vez de tanto afilar el hacha y el machete en la chacra, le haya dado por tener una lengua tan filosa en su arte repentista o payadoril.
Porque sin dejar de esparcir belleza como semillas al viento, Wilson no se calla nada de lo que piensa y se rebela contra toda injusticia personal y social, al punto de que a veces pareciera que “el aire, se corta solo”. Además, sostiene que hay que ir a cantarle a la gente de la ciudad y sobre todo a la juventud. Suele ser invitado por raperos o por cantores trans y él se integra con todos. Dice que la payada vendría a ser como la cumbia villera, en cuanto al canto marginal de los gauchos y de los peones o de los anarquistas como los payadores Martín Castro y Carlos Molina, con los que él se identifica. Por eso se considera un payador “no tradicionalista”.
Aún está en Youtube su columna radial “anarco quilombera”.
Cuenta que en los últimos tiempos, incluidos los de la pandemia, su oficio de quintero se vino degradando, al punto de que se tuvo que ir a buscar el sustento al norte de España, con su guitarra al hombro, adonde siempre es invitado y bien recibido.
-¿De dónde te viene tu vocación de quintero, de cultivar verduras y hortalizas?
-Mis abuelos paternos, Teresa y Juan, vinieron de Kiev -en la entonces Polonia, hoy Ucrania- en la década del ‘30. Mi bisabuelo materno, Aurelio, vino de Italia. Mi bisabuela, Juana, era criolla de San Luis. Y todos fueron quinteros, tanto en Europa como acá. Todo se producía en casa: las verduras, los animales, la ropa, los muebles. De toda mi familia aprendí este oficio, viví en varios lugares, pero en todos lados hice mi quinta para autoconsumo o para vender algo. Había dejado por un tiempo y hace unos 5 años retomé, porque me vine a vivir y a trabajar la quinta de mi abuela Margarita, de 4 hectáreas. Ella las trabajaba y vendía, y para mí fue muy lindo continuar su historia. No uso químicos, ni matayuyos, ni veneno, ni urea, que es un residuo del petróleo, ni nada. Hemos sembrado sandías de 8 a 12 kilos y nos han salido de 16 kilos. Cuando la tierra se abona naturalmente, las verduras y hortalizas no sólo salen grandes, ricas y tiernas, sino además, hermosas a la vista.
-¿Y cómo te surgió ese arte de cultivar las décimas?
-La música y la poesía, el canto social, me viene de mi familia como el oficio de quintero. Mi viejo era uruguayo y su “tele” era leer a payadores como Abel Soria y otros, que luego fueron mis referentes. Empecé a hacer quinta de tan chico que ni me acuerdo, y lo mismo con los versos: jugaba de chiquito, iba al “cole” de a caballo, improvisando, sin saber que después descubriría la payada. A mis 13 años me fui a vivir con mi abuela y trabajaba una quinta de media hectárea, sembrando zapallo. Y en ese tiempo, mi vieja me regaló una guitarra. Mi maestro fue el payador Jorge Alberto Soccodato, y ya de adolescente comencé a escribir y a cantar. Cuando cumplí mis 18 me acerqué a Jorge y con él salí a viajar y a cantar, junto a todos los payadores. En ese tiempo fue que tomé este arte como un oficio o una profesión.
-¿Quién te ayuda en el trabajo de la quinta?
-Mis hijos trabajan todos conmigo, en el campo y en la venta de verduras, Agustina (23), Francisco (21), Emanuel (19) y María Pía (15). María Pía nos ayuda cuando puede, y vive con su madre. Emanuel vive con su esposa y su hijita en la casa de mi abuela, donde montamos un local de venta. Lo atendemos entre todos. Abrimos todos los días, pero ahora lo tenemos cerrado hasta la primavera. Vendemos todo casero, verduras, frutas, semillas, huevos, miel, dulces, leña. Mis hijos mayores se han tenido que buscar otros trabajos porque ya la renta de la quinta no da ingresos estables para ninguno, ni siquiera para mí. El año pasado la quinta daba trabajo para 5 familias. Todos necesitamos un ingreso estable para poder vivir. Por eso yo me tuve que ir a Europa, y acabo de regresar. Ojalá la situación se recuperara, porque a mí, me encanta trabajar con mis hijos.
-¿Y a qué creés que se debe esta crisis que están sufriendo?
-Hay razones climáticas, las catástrofes de temperaturas muy altas con sequías prolongadas, y temporales con fuertes aguaceros y granizos, cuya gran parte de culpa se debe al ser humano y sus malas políticas. Pero considero que más perjudicial es cuando interviene el Estado y sus Ministerios, con sus políticas de supuesta ayuda. Este gobierno habla en contra del modelo sojero, pero vive de la soja, que es un modelo en el cual los productores destruyen su propio suelo, el cual es un recurso natural. Es un modelo depredador, concentrado y extensivo en el cual los grandes son millonarios y las familias quinteras somos indigentes, según la propia documentación de los Ministerios. Sin embargo, tienen un discursito de desarrollo local, regional y anti soja. Pero en la práctica, los funcionarios se llenan los bolsillos de soja, cobran millones de un modelo que aún sigue siendo “el granero del mundo”, pero es el colmo del subdesarrollo. No trabajan para desarrollar el país, exportan materias primas y viven disputando la renta del cereal a los productores. Tanto atraso y tanto “ñoqui” de modo interminable da mucha rabia. Hay una política de concentración que le pega a las pymes y es discriminatoria con “los de abajo”. Como en la Edad Media, seguimos “tributando para la realeza”. Pero debo destacar a un técnico del Ministerio de Desarrollo Agrario de la provincia, que es incondicional y acá todos lo amamos: el jujeño Walter Tejada. Ha llegado a pagarle de su bolsillo el gasoil a los productores para que puedan ir a las reuniones, cuando él cobra apenas un sueldito.
-¿Podés dar algún ejemplo?
-El Mercado Central es del Estado y recuerdo la época en que las frutas y verduras se vendían a precios astronómicos y a nosotros nos pagaban 13 pesos el kilo de lechuga. Durante la cuarentena sufrimos muchas catástrofes climáticas y en ese momento el Estado me recategorizó y me aumentó el pago del monotributo, en vez de bajármelo. Vos necesitás el dinero para comprar semillas porque empieza la temporada o la cinta de riego, por la sequía, y el Estado, a través de sus programas, o llega tarde o no llega, o es insuficiente y te fundís. Estamos viviendo una crisis económica con una tremenda caída de las ventas y de los márgenes de ganancia. Este año veníamos trabajando a pérdida. La quinta es para el que le gusta trabajar la tierra. Y el que es chacarero de alma, se muere sembrando. La agricultura familiar se sostiene no porque sea rentable, sino por un enorme sacrificio para sobrevivir. Sólo por rachas nomás, se tienen épocas buenas. Pero en general, la vida del chacarero es muy dura. Y este año viene muy duro, tenemos vecinos que no se pueden comprar un par de botas de goma y hace un año y medio que esperamos la asistencia del Estado que nos prometieron, y no llega.
-¿Qué sueños tenés, a futuro, próximo y lejano?
-Se viene la temporada de primavera-verano y gracias a que traje unos pesos de Europa, estoy ansioso por sembrar choclo, zapallito, tomate, berenjena, rúcula, morrón, lechuga, sandía. Mi objetivo es seguir viajando a Europa una vez por año, seguir dando talleres y brindando recitales en centros culturales independientes. Y seguir escribiendo, porque tengo la suerte de que a mis canciones las andan cantando Bruno Arias, Mariana Carrizo, Antonio Tarragó Ros, León Gieco, Susy Rock y muchos más.
-¿Qué es lo que te está dando más satisfacciones?
-Todo lo que hago: el oficio de quintero, ser payador y autor. Además, armé un grupo de whatsapp, “El fogón de la décima”, donde somos 76, que aprendemos a payar como jugando. Actualmente realizo el taller de rimas en el CPA (Centro de Prevención de Adicciones) de 9 de Julio, a adolescentes. Allí los pibes hallan un espacio de respeto y crean lazos afectivos, por lo que empiezan a trazarse objetivos alternativos al delito, las adicciones y la calle. Mis dos pasiones, de quintero y de payador, me dan cierto grado de libertad, que no es fácil de conseguir en otro lado. Estoy armando una gira artística que titularé “Payador y Quintero”. En una de mis letras digo: “Acá me queda una planta / con sombra para matear / Yo sólo tengo esta azada / y un pedacito de libertad.”
Wilson nos dedicó el primer capítulo de su tutorial “La cocina de la décima espinela”.