Gisela Patrocinio aclara que no nació ni se crió en el campo, ni se imaginó jamás que una vez recibida de trabajadora social se convertiría en una mujer rural por adopción y elección personal, ni que esta identidad le ganaría su corazón y le llenaría todos los días de su vida.
Este cambio le sucedió en 2014, cuando comenzó a trabajar en el CEPT (Centro de Educación para la Producción Total) número 29 “Roberto Payró”, ubicado entre Hipólito Vieytes y Roberto Payró, en el partido de Magdalena ubicado al sureste de la ciudad de La Plata, en la provincia de Buenos Aires.
En esta escuela rural de alternancia, que había nacido en 2011, los jóvenes se reciben de técnicos agropecuarios. Gisela ingresó como docente en el área de “Promoción de la Comunicación Rural y su Cultura”, que aborda las materias de Ciencias Sociales, Historia, Geografía, Política, Filosofía y Ciudadanía.
El concepto de los CEPT consiste en que las alumnas y los alumnos alternan parte de sus vidas en la escuela rural y parte de sus vidas en sus hogares rurales, con sus familias. Los profesores se turnan para quedarse de noche en la escuela con los alumnos. A Gisela le toca quedarse a dormir los miércoles. Se queda un profesor y una profesora.
“Algunos chicos viven hasta a una distancia de 120 kilómetros de la escuela de la alternancia”, cuenta Gisela quien, junto a los demás profesores, se turna para ir a visitarlos a sus hogares en el campo. “Nos quedamos unas 2 o 3 horas en cada casa y visitamos a 2 o 3 alumnos por día”, detalla.
Pero lo que a ella le cambió la vida, fue que además pasó a ser técnica para coordinar el proyecto Mujeres Rurales, de promoción comunitaria. Explica que estos proyectos se imparten desde la ACEPT, la asociación encargada de codirigir al CEPT, entre muchos otros proyectos comunitarios que van más allá de la escuela. “Coordino este proyecto en 5 distritos diferentes: en los partidos de Magdalena, Punta Indio, Lezama, Castelli y Chascomús”, agrega.
“Cuando me salió el trabajo en el CEPT, me dio mucho miedo –recuerda la trabajadora social y ahora docente-, porque hasta tuve que aprender a manejar un auto. Fue todo un camino nuevo, de aprendizaje personal. Nunca en mi vida me había soñado como mujer rural. Yo vivía en Magdalena y me fui a vivir a Vieytes, un poco más al sur, donde se cruzan las rutas 36 y 20. Desde mi casa, recorro 8 kilómetros por un camino rural para llegar a la escuela”.
Gisela nació en Zapala, Neuquén, y se crió en Magdalena. Nos relató algo de su vida: “Mi padre era radiólogo y durante la crisis de los años ’90, de golpe cerró la clínica donde él trabajaba, se deprimió mucho y nos dejó en 1992. De pronto mi madre quedó sola con dos hijas chiquitas. Ella era de Zapala y había quedado huérfana a los 5 años, cuando una hermana mayor la trajo a vivir a Magdalena. Mi hermana fue madre adolescente y yo, a mis 8 años, ya era tía. Pasamos a ser de bajos recursos porque vivíamos con la pensión de mi mamá y la de mi hermana”.
“Como la plata no alcanzaba –continúa Gisela- empecé a trabajar con 13 años y me acostumbré a pechar la vida por mi cuenta, trabajando de lo que fuera necesario, y si no, inventándome mis propios trabajos. Empecé en un videoclub, a 2 pesos la ‘peli’ y me acuerdo que cobraba 130 patacones. Después: en un bar, de cajera en una carnicería, de vendedora ambulante de medias, pelando papas fritas en una casa de comidas, de noche. Hacía toda changa que me saliera. Un día armé un emprendimiento de fiestas de cumpleaños y empecé a trabajar de payasa”.
“Hasta que logré entrar en la municipalidad, donde trabajé 8 años –sigue Patrocinio-. Allí hice prensa, organizaba los torneos bonaerenses, etc. Pero también había empezado a militar en política y empezamos a ir al barrio La Familia, conformado por familias chaqueñas, correntinas y entrerrianas, que añoran su tierra, pero tuvieron que emigrar, expulsados por la pobreza. Recuerdo que las mujeres provenientes de Corzuela, Chaco, me enseñaron lo que es sufrir el desarraigo. En ‘la Muni’ cobraba 1.800 pesos por mes y ponía 800 pesos para ayudar a mantener el merendero del barrio, para comprar útiles escolares para los chicos y demás”.
“Me las rebusqué para poder estudiar trabajo social, y cuando me recibí trabajé poco tiempo en un instituto para personas con capacidades diferentes. Me pude haber quedado en la municipalidad, pero no. Elegí trabajar en el CEPT y para ello nos mudamos a Vieytes con mi compañero, Marcelo, que hoy también trabaja en la escuela”, describió.
“Dentro de nuestro programa educativo del CEPT tenemos las premisas de reflexión y acción. Cuando asumí la coordinación del proyecto de Mujeres Rurales, empezamos por preguntarnos: ¿Qué es ser una mujer rural? Y después nos preguntamos qué hacer entre todas. Fuimos construyendo una identidad de a poco y creando proyectos en función de hacer valer nuestros derechos”.
“Hicimos una encuesta por el día de la mujer trabajadora y nos enteramos de que la mayoría trabajaba, pero muchas no cobraban por lo que hacían. Es que la mujer rural trabaja: ensilla el caballo, lleva a sus hijos a la escuela, a muchos kilómetros de su casa, trabaja en la huerta, corta leña, ordeña, y no tiene ingresos por eso. Además, en el campo, las mujeres estamos muy solas, porque a causa de las distancias, se nos hace difícil juntarnos y llegar a poder contarnos lo que nos pasa”.
“Para el día internacional de la mujer, un 15 de octubre de 2014, organizamos una jornada para encontrarnos. Lamentablemente llovió y muchas no pudieron llegar. Yo tenía que ir a buscar a varias en mi auto y nos encajamos. Pero algunas nos pudimos juntar y fue muy positivo: de esa vez surgió organizar un curso de manejo de vehículos. Y una vez que supieran manejar, podrían pasear, ir al médico, salir a vender a una feria, visitar a una amiga y contarse lo que les pasaba. Vendimos rifas y juntamos para pagar el carnet de conducir de cada una”.
“Poco a poco fuimos conquistando derechos. Hicimos un encuentro de tamberas, capacitaciones virtuales y presenciales, buscando siempre saber qué les gustaba hacer a ellas. Nos lanzamos a organizar microcréditos con plata que pusimos entre todas y lo implementamos con el valor de la palabra. Creamos una plantinera, y hasta yo entregaba plantines en la pandemia con mi auto. Otras se dedicaron a organizar ferias para vender los productos de cada una. Las mujeres fueron aprendiendo a sacar las cuentas, a poner los precios a sus productos, a transferir su dinero, a comprar al por mayor, a comercializar”.
“Hoy hacemos huerta y vendemos atados de acelga, hierbas aromáticas, tés digestivos, frutas, licores, mermeladas, dulce de leche casero, escabeches, huevos, quesos, lanas, tejidos en macramé, bolsos, artesanías en vitrofusión, velas, cestería y más. Vamos a las fiestas gauchas de la zona, y allí montamos nuestros puestos de venta”.
“Una compañera creó un emprendimiento de ropa y vende pilchas gauchas, a lo que sumó librería. Hay un puesto de comercialización de todos los productos de la agricultura familiar organizado por la asociación, donde las mujeres venden sus productos todos los días del año. Está sobre la Ruta 36 en el kilómetro 111, justo antes de la rotonda”, prosiguió con su relato.
“Todo el tiempo sucede algo inesperado -quiere graficar Gisela-. Una chica decidió ligarse las trompas, algunas lograron completar la escuela primaria y otra logró empezar una carrera terciaria. Una compañera que no tenía trabajo, aprendió a manejar y hoy va a todas las ferias a vender sus plantas. Ahorró sus pesitos hasta que se compró su terrenito. Ella misma se empoderó. Otra mujer que era muy tímida y no hablaba casi nada, ahora está estudiando para ser docente”, se ilusiona.
“El año pasado llevamos a un grupo de mujeres a conocer las cataratas del Iguazú. Juntamos plata vendiendo empanadas. Muchas, nunca se habían tomado vacaciones, ni dejado su casa, ni habían subido a un micro, ni se habían tomado 5 días de descanso, ni salido de paseo en familia. Éramos 21 locas abrazadas en la Garganta del Diablo, llorando de emoción”.
“Gracias a mi trabajo en Mujeres Rurales, un día me vinculé con la Asociación Civil Mujeres de la ruralidad argentina, que nació en 2020 y de la cual hoy tengo el orgullo de ser prosecretaria -comenta Gisela-. Poco a poco vamos asociando a mujeres de todo el país, y ya somos unas 100. Es la primera asociación que representa exclusivamente a las mujeres a nivel federal. Valoramos la diversidad, porque la integran mujeres profesionales, docentes, periodistas, etcétera. No todas viven en el campo, pero sí, todas están vinculadas al campo. Por eso no nos llamamos ‘Mujeres Rurales’, sino ‘de la Ruralidad’”.
“Nuestro objetivo es trabajar por un campo más justo e igualitario. De ser invisibles, hemos pasado a estar sentadas con un gobernador participando en el diseño de políticas públicas”. se alegra.
Y resume: “La organización es lo que nos hace fuertes. Venimos de vivir con una infinidad de derechos negados, porque muchas veces ni los reconocemos como derechos. Al enterarnos de los problemas de otras mujeres, comunes a muchas o no, nos vamos empoderando. Acompañamos a las mujeres en toda su vida. Todos estos resultados me llenan de orgullo, porque los deseaba, pero no imaginé llegar a ver tantos logros. Y esto es lo que la comunidad te devuelve de lindo. El proyecto nos cambió y nos sigue cambiando la vida”.
Patrocinio reflexiona: “Me siento privilegiada en poder escuchar a tantas mujeres que hoy son mis amigas. Es la historia de vida en sus ojos, en sus manos, en sus palabras. Esto se transformó en una militancia, el proyecto pasó a ocupar mi vida cotidiana, al punto de que hoy no tengo feriados, ni fines de semana, y menos mal que con mi pareja, Marcelo, nos acompañamos mutuamente. Cuando acompaño a una situación de violencia, puedo llegar a volver a casa llorando, por ejemplo, a las 3 de la madrugada”.
La trabajadora social culmina: “Hoy entiendo que mi misión es trabajar por un campo más justo. Vivimos en el campo y éste es mucho más que una fuente de producción, es sobre todo un medio de vida, un hábitat, un ‘gran hogar’. Además, cuando se dice el campo tenemos que aclarar cuál campo, porque hay muchos campos”, enfatiza.
“La comunidad rural es muy solidaria. Te pasa algo y enseguida alguien te da una mano. En muchos momentos de mi vida me sentí sola, angustiada y alguien me ayudó. Pues eso mismo quiero hacer yo ahora con los demás. Descubrí que vale la pena luchar por el otro. Soy inmensamente feliz y me siento una privilegiada de luchar por la conquista de derechos colectivos, y en especial, de la mujer rural.”
Gisela Patrocinio eligió dedicarnos “El amor nos hace bien”, de y por Teresa Parodi.
Dice Almafuerte en “Piu Avanti –Más allá-“ . “Siete sonetos medicinales” (1907)
No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora…
¡Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!
Bueno, otra que inventó un curro con el feminismo. Escuchá! : Derechos de la mujer rural. Lo que faltaba!!! Colectivo rural de mujeres. Curran ella, el marido y cuántos más con eso? Los invito a todos a que la sigamos tirando $$$ Total….hacen tanta estupidez con la nuestra. …..