María Victoria Sostres y Eduardo Oscar Ferreyra (67 años) son los fundadores de la Ecoaldea Centro Nakkal de Cañuelas, donde cinco núcleos familiares y 13 personas son parte de la comunidad.
–¿Cuál es la idea de vivir en la ecoaldea?
-Volver a tomar contacto con la naturaleza que somos y reformular nuestro transcurrir por este mundo desde este vínculo. También entendiendo que somos animales sociales, cooperativos y que todo es más fácil y mejor cuando se hace con otres. Por eso nuestras premisas son el vínculo respetuoso con la naturaleza (de ahí las prácticas que tienen que ver con la agroecología, las energías renovables, la bioconstrucción) y también el vínculo respetuoso con las otras personas. Y acá hay todo un aprendizaje que creemos que es el más difícil porque implica desarmar la manera en que nos constituimos como personas en una sociedad que nos prepara para la competencia y la eficiencia, y revincularnos desde la cooperación, el afecto y la tolerancia.
–¿Cómo nació?
-Vivir en un entorno natural e imaginar lo comunitario es algo que a ambos nos atraviesa desde muy jóvenes. El movimiento hippie y Woodstock dejaron huella en nosotres y si bien en nuestra vida adulta “cumplimos con todos los deberes,” el espíritu que impulsó a esos movimientos siguió estando ahí, esperando que la vida nos reuniera para darnos el valor de lanzarnos a esta aventura y que solos no nos animábamos a concretar.
–¿Cuándo empezaron?
-Hace 20 años empezamos a leer experiencias de ecoaldeas en el mundo y en 2001 nos incorporamos a una situada en la provincia de Buenos Aires. Vivimos allí durante dos años y medio que fueron bastante duros y movilizantes, donde no coincidimos en muchos de los aspectos que allí se planteaban ni en cómo se organizaban colectivamente pero que nos permitió reconocer nuestras propias fuerzas para iniciar este nuevo proyecto.
–¿Cómo dieron los primeros pasos?
-Convocando a personas que conocimos en la ecoaldea e iniciando la búsqueda del terreno donde asentarnos. Finalmente dimos con este espacio que ocupamos ahora, que nos ofrecía recursos para nuestras construcciones, como generación de energía y sombra ya que tiene una gran cantidad de eucaliptus que nos brindan las ramas que caen en las grandes tormentas. Al mismo tiempo implicaba un gran desafío ya que es una tierra muy arcillosa y compactada por muchos años de explotación ganadera y que debía ser recuperada con mucho trabajo para lograr el objetivo de cultivar nuestros alimentos y la restauración del sistema ecológico local. Inspirades por todo esto salimos a buscar apoyo para que la compra fuera posible entre estas personas que se nos habían acercado y también, entre amigues y conocides que comulgaban con nuestro sueño de sustentabilidad. Fue gracias a todas estas personas que aportaron para la causa que en dos meses logramos reunir los fondos para adquirir el terreno.
–¿Hay algún código de convivencia específico?
-No. Es un proceso que está sucediendo continuamente y continuamente está cambiando. Lo que siempre se enfatiza es que los acuerdos, las discrepancias, inclusive las tareas concretas que hacemos colectivamente se hagan desde esa premisa de respeto mutuo y tolerancia, entendiendo que, más allá de los desacuerdos específicos que puedan surgir, tenemos un trasfondo en común, un entendimiento de base y sobre todo un afecto que es lo que nos fortalece como colectivo.
–En sus redes se ve que hacen reuniones alrededor del fuego. ¿Es parte de la convivencia?
-No tenemos prácticas preestablecidas que “hagan” a la convivencia. Sí estamos abiertos a reaprender prácticas que hacían y hacen a la consolidación de otras comunidades (más sabias, quizás) en su vínculo con la naturaleza y consigo mismas. Por eso vamos incorporando estos rituales que celebran ciclos naturales y también otros que celebran hitos de las personas o de la comunidad. Pero lo hacemos desde un lugar de respeto hacia esos pueblos y trayéndolos a nuestra realidad que es que no somos pueblos originarios. Creemos en el poder del fuego para convocar, para evocar y para imaginar nuevas realidades y nos reunimos alrededor de él cuando nos sentimos llamados a hacerlo. No hay una práctica sistemática en ello.
–¿Se reciben nuevos integrantes?
-Siempre estamos deseantes de ampliar la comunidad. Se necesitan muchas manos y corazones para sostener estos proyectos. Sin embargo, no tenemos un proceso estipulado para incorporar nuevos miembros a la ecoaldea sino que confiamos en que los procesos sean los que, de tener que serlo, decanten en nuevas incorporaciones. Lo que queremos decir con esto es que siempre hay un proceso largo de mutuo conocimiento previo que se da a través de la participación en las actividades y rutinas de la ecoaldea que nos van acercando (o no) a las personas, algunas de las cuales terminan formando parte de nuestra comunidad. Nunca hacemos este proceso al revés, es decir, que la gente se instale para luego recién comenzar a conocerla. Hemos tenido experiencias de este tipo en el pasado y realmente fueron muy frustrantes para todes ya que la convivencia es una instancia que requiere muchísimos acuerdos y tolerancia y es difícil que eso se logre sin una paciente construcción conjunta.
–Con esta pandemia, ¿han recibido más consultas?
-Sí. Las grandes crisis, como la que estamos viviendo, generan movimientos importantes en las personas. Hay mucha gente que hace años viene soñando con la posibilidad de salirse de las ciudades y vivir otro tipo de vida y este tipo de eventos hace que esa necesidad se vuelva más patente. Y también, a muches otres, todo lo que generó la pandemia y la cuarentena tan prolongada les puso de frente con las dificultades que implica vivir en lugares tan reducidos, sin contacto cotidiano con la naturaleza (en el caso de familias con niños pequeños esto es catastrófico), sin posibilidad de compartir la cotidianeidad con otres… Son muchos temas sobre lo que como humanidad tenemos que reflexionar si queremos construir un mundo más vivible.
–¿Cultivan sus alimentos?
-Tenemos una huerta lo suficientemente grande como para abastecer a todas las familias, aunque no siempre es tan productiva. Tiene sus períodos de gran abundancia y otros en que nos es necesario abastecernos por fuera con productores agroecológicos locales. También tenemos gallinas que nos proveen de huevos y está en nuestro horizonte seguir ampliando el espectro de producciones para la autosubsitencia.
–¿Generan algún tipo de ingreso colectivo o cada uno trabaja por su lado?
-En este momento cada familia obtiene en forma particular de sus trabajos. Sin embargo, hay varios proyectos productivos que nos brindan ingresos extras y que esperamos se conviertan en los ingresos principales de todes quienes vivimos aquí. Estos proyectos van desde la producción de cosmética natural, hasta la fabricación de instrumentos de música, la venta de plantas y el turismo ecológico. Hay muchísimo movimiento y entusiasmo puesto en todos estos proyectos que, esperamos, en el mediano plazo se convierta en la posibilidad de sustentarnos.
–¿Sienten que viven como soñaban?
-Cuando iniciamos este camino pensamos ingenuamente que todo sería más fácil. Veíamos a la comunidad como la gran oportunidad de conocernos a nosotres mismes y de crecer en este intercambio como seres humanos. Pero los cambios de paradigmas implican un largo proceso donde hay momentos de mucha felicidad y momentos muy dolorosos, a veces difíciles de sobrellevar. Hubo un tiempo en que pensamos que lo nuestro había sido una gran utopía y que la posibilidad de un auténtico cambio sólo podría estar en las nuevas generaciones. Pero seguimos apostando y hoy, con toda la experiencia pasada, vemos cómo se va configurando nuestro sueño día a día y esto nos hace sentir que no hay vida más rica y plena que la que estamos llevando.