Presión impositiva, aumento de costos, importaciones de alimentos, regulaciones ambientales y acuerdos comerciales con otros países, son algunos de los principales reclamos que los productores europeos realizan desde varias semanas. Y a fuerza de tractorazos, cortes de ruta y bloqueo de capitales, se han hecho sentir con fuerza.
Pero para entender este fenómeno y conocer sus alcances, detrás de los que se cocina un posible revés para el Mercosur, es importante conocer de qué forma se desenvuelve el sector agropecuario europeo.
En la Unión Europea (UE), en particular, existe la Política Agrícola Común o PAC, que se remonta a la década de 1960 y que surge como respuesta al escenario que dejó la Segunda Guerra Mundial, de escasez alimentaria y racionamiento de los alimentos. Con el tiempo se transformó en uno de los pilares principales de la UE, que sigue vigente hasta el día de hoy.
“La PAC representa actualmente entre 35% y el 40% del presupuesto total de la UE. Por año son aproximadamente 60.000 millones de euros y son básicamente subsidios a los productores. Los 27 países de la Unión Europea son parte de esta política y después, a su vez, cada país puede redireccionar otros fondos para su sector con sus políticas nacionales”, explicó a Bichos de Campo Nelson Illescas, abogado y director de la Fundación para las Negociaciones Agrícolas Internacionales (INAI).
¿Y de qué depende esta erogación? De nada vinculado a lo producido, su cantidad o a la extensión de hectáreas trabajadas. Por el contrario, es un pago “por el simple hecho de ser productor”.
“Es un pago de acuerdo a ciertos criterios históricos. Por ser productor en la UE, recibís esa ayuda, que vos después decidís a qué lo vas a destinar, ya sea para comprarte un tractor nuevo y salir a protestar o para irte de vacaciones”, señaló Illescas.
A diferencia de las extensiones de tierra que se observan aquí, el promedio de superficie de las fincas europeas es mucho menor. De acuerdo con el abogado, los campos promedian las 10 a 12 hectáreas, lo que los vuelve poco competitivos frente a grandes productores con acceso a otro tipo de tecnología.
Es importante marcar aquí la cuestión tecnológica, ya que en Europa todavía se sigue utilizando la labranza como método para trabajar la tierra.
Con ese escenario en mente, el aumento de costos de los insumos para producir, la intención de algunos gobiernos como el alemán de, por ejemplo, eliminar gradualmente una exención fiscal sobre el diésel agrícola, y el ingreso de alimentos de países con gran volumen productivo como lo es Ucrania, ciertamente pone a más de un productor europeo con los pelos de punta, porque siente que no deja de perder competitividad ante condiciones desleales.
“Hay un pedido de los agricultores europeos de igual tratamiento para los productos importados que para lo que se le exige a los productos locales, cosa que la UE ya está haciendo. Por ejemplo, la iniciativa sobre deforestación es una iniciativa que está diseñada para la Unión Europea, pero que también le exige a los importadores, cosa que se termina trasladando a los países proveedores de terceros mercados como Argentina, Brasil, el sudeste asiático, etc. Con la característica de que la Unión Europea tiene muy poco o casi ningún problema con bosques, mientras que en las regiones nuestras hay una cuestión mucho más importante respecto a eso”, indicó Illescas.
“Después hay otras cosas. Por ejemplo, el Pacto Verde plantea que el 25% de la superficie agrícola en la Unión Europea debe ser orgánica. Y ahí la agricultura europea empieza a ver que en muy pocos años, hacia 2030, va a tener que cambiar bastante su forma de producir y no ve todavía algún incentivo por parte de las autoridades”, añadió.
Vuelve a ingresar en este punto la cuestión de los incentivos, subsidios y compensaciones, a los que los productores están más que acostumbrados, y para los cuales no encuentran otra alternativa posible para subsistir.
Otro ejemplo de eso se desprende la implementación de la iniciativa “De la Granja a la Mesa” que persigue, además de la mencionada producción orgánica, la intención de reducir el uso de agroquímicos y fertilizantes para alcanzar una producción más sostenible.
“Frente a esas medidas, todavía no está muy claro para el productor europeo como llevar adelante la transición. Es decir, si tienen que hacerlo con fondos propios, o si va a haber algún tipo de ayuda de la Unión Europea extra a la que ya les están dando. En teoría, la Comisión Europea dijo que sí, que va a haber ayudas extras y compensaciones”, sostuvo el abogado.
Pero al planteo de seguir sumando ayudas gubernamentales, los agricultores suman también el de la reducción de la burocracia, algo que resulta muy familiar desde Argentina.
“Cuando dicen menores burocracias es todos los papeles, la trazabilidad y las certificaciones que les exige la Unión Europea a sus productores, para demostrar que están haciendo un buen uso del dinero que están recibiendo”, detalló Illescas.
Hasta ahí, parte del origen de los chispazos queda claro. Sin embargo, todavía falta sumar otro frente clave: la relación con los mercados externos y el riesgo que representa para ellos el ingreso de productos más competitivos que los suyos, de destinos como Ucrania y el Mercosur.
“El acuerdo Mercosur-UE lo que plantea es llegar a ciertos acuerdos respecto de ciertas medidas arancelarias que pueden existir, para que haya un comercio más fluido entre ambas regiones. Nosotros somos productores muy eficientes de productos agrícolas y para ellos representamos una amenaza”, puntualizó el director de INAI.
Esa “amenaza” apunta no solo a nuestra forma de producir sino a las materias primas que podemos lograr de esa manera. Por eso, cuando el acuerdo comenzó a barajarse a finales de la década de 1990, la UE fue cuidadosa respecto de las concesiones al Mercosur.
“Un ejemplo son las carnes. Junto con Brasil, Paraguay y Uruguay somos los principales productores de carnes, y la Unión Europea puso una cuota. No vamos a tener libre comercio de carnes con la Unión Europea, no vamos a inundar el mercado europeo de carnes. Vos tenés salvaguardias que le permiten a la Unión Europea cuidar su mercado agrícola. Si bien hay apertura del comercio, no es un comercio libre y total, y ahí es cuando te empezás a preguntar por qué se preocupan tanto los europeos”, afirmó Illescas.
En efecto, ¿por qué se preocupan tanto si ningún acuerdo al que se arribe liberalizará el comercio entre ambos sin ningún tipo de control?
Sea cual fuere la razón detrás de ese gran temor, lo cierto es que el acuerdo se ha freezado en más de oportunidad y por estos días corre el mismo riesgo.
Las negociaciones que iniciaron durante los primeros años del 2000 se estancaron hasta el inicio del gobierno de Mauricio Macri. Recién en 2019 se alcanzó un acuerdo político, que desde entonces no ha logrado ser bajado a un texto concreto.
“Lo que están ahora tratando es de terminar de ponerse de acuerdo en ese texto, para ver si antes del fin de mes lo pueden cerrar. Francia es uno de los históricamente estuvo en contra del acuerdo pero hay que decir que son ciertos sectores franceses. Los empresarios industriales de Francia prefieren este acuerdo a uno con el sudeste asiático, donde los sueldos y los estándares laborales son otros. Pero el agricultor francés siempre estuvo en contra, porque es pequeño y producen de una manera no sostenible, que frente a productores de características como la que tenemos nosotros se sienten amenazados”, indicó Illescas.
Claro que el rechazo de Francia no es suficiente para frenar el acuerdo, ya que no se necesita unanimidad en los votos para aprobarlo. Por el contrario, el acuerdo debe ser firmado y presentado ante el Parlamento Europeo, donde cada país tendrá voz y voto.
Ahora bien, ¿es factible pensar que puede volver un escenario de restricción a ciertos productos locales que se envíen a la Unión Europea? Para el director la preocupación está puesta en estos momentos principalmente en Ucrania, un gran productor de cereales como trigo y maíz.
“Ucrania es un país que tiene grandes extensiones de campo, muy buenas tecnologías, está al lado. Es como si Argentina o Brasil estuvieran pegados a Europa y no tuvieras la distancia logística para llegar hasta allá. De nosotros, entre comillas, están protegidos por el flete y los costos logísticos. Los ucranianos cruzan la frontera con un camión, con un tren o con un barco y ya los tienen. Esa es la mayor preocupación. Y hay que tener en cuenta que ahí está la iniciativa de que Ucrania ingrese a la Unión Europea. Eventualmente tendrías a un competidor muy eficiente dentro de la propia UE”, afirmó Illescas.
Pero aún con la atención de la UE puesta más sobre ese país de Europa oriental, desde el Mercosur no se abandona la pelea, porque más allá de la eliminación de barreras tanto arancelarias como paraarancelarias, se lograría una mayor certidumbre comercial y un interesante fomento a inversiones. Aún así, hay que estar preparados para todo…
-Si el acuerdo finalmente no prospera, ¿cambia algo para nosotros o seguiría todo como hasta ahora?- le preguntamos.
-Va a seguir todo igual en términos comerciales. Sí sería un revés muy fuerte porque es una negociación que lleva mucho tiempo y que de materializarse, te abre las puertas a negociar con otros actores muy relevantes, como por ejemplo el resto de los países europeos que no están en la Unión Europea, también con Japón, Canadá, Reino Unido, con países de altos estándares. ¿Por qué? Porque si vos podés cumplir con los estándares europeos estás jugando en la liga más alta, por así decirlo. Sería un problema interesante porque, si esto sucede, hay que ver cómo resiste el Mercosur.
-¿En qué sentido?
-Por ejemplo, Uruguay ha venido señalando hace ya varios años de tratar de negociar con otros actores, con otros países, y en gran medida el Mercosur, principalmente Argentina y Brasil, se lo han impedido. Y ahora la posibilidad de cerrar el acuerdo con la Unión Europea abre un mercado potencial muy importante. ¿Qué pasa si esto no se cierra? Bueno, van a volver los reclamos del lado de Uruguay, y vamos a ver si Argentina, con su nueva estrategia de inserción que busca abrirse al mundo, acepta seguir sin avanzar en acuerdos. Se abre un interrogante bastante importante.
-Que los productores europeos estén completamente inmersos en una lógica proteccionista, ¿es en última instancia una forma de competencia desleal?
-No sé si desleal es la palabra, pero sí con muchas más ayudas y beneficios que otros productores en otros lugares del mundo. Si la Unión Europea eliminara todos los subsidios, todos los aranceles, no sé qué cantidad de productores quedarían en condiciones de seguir produciendo. Hoy por hoy dependen en gran medida de las ayudas. Por eso todas las protestas que están surgiendo.
-Uno de los principales reclamos, como hablamos, es la presión medioambiental. Este año se van a elegir nuevas autoridades dentro de la Comisión Europea, y la línea que tiene chances de ganar es una de ultraderecha, negacionista del cambio climático. ¿Eso podría potenciar de alguna manera que estos pactos verdes, estas exigencias ambientales pasen a un segundo plano?
-Si hay una nueva conformación de las autoridades europeas, sobre todo en el Parlamento, donde el Partido Verde ha perdido fuerza, puede haber alguna revisión de estas iniciativas. Pero no creo que se eliminen o que se dé marcha atrás. Te pongo un ejemplo muy claro. Trump en Estados Unidos es completamente negacionista, incluso sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París. ¿Qué hicieron el resto de los estados americanos, las ciudades y las empresas? Siguieron con sus iniciativas ambientales porque ya es un movimiento que está lanzado. Ya hay un consenso respecto del efecto del cambio climático sobre el planeta. Puede haber algún vaivén, puede haber algún relajamiento en cierta medida, pero me parece que la cuestión ambiental ya está en la agenda y no va a ser fácil eliminarla por ir más hacia la derecha.
A continuación, agregó: “Sí es cierto que muchas de las medidas que tomó la Unión Europea por el Pacto Verde tienen un fuerte efecto sobre la manera de producir en el sector agro y quizás no se tomó en cuenta todo esto al momento de largar la normativa. La normativa se trabajó y se negoció, y los efectos se van a ver recién en el 2030. Los productores no se sintieron escuchados y por eso reclaman”.
-¿Se suma a este debate la extensión de la aprobación del uso del glifosato en la UE?
-La cuestión del glifosato tiene que ver con la forma en que se produce en el resto del mundo y la Unión Europea un poco se queja de eso, que es la utilización de organismos genéticamente modificados. La Unión Europea es muy negativa respecto de la utilización de OGMs, ya sea sembrarlos o producirlos. El glifosato ha sido como el malo de la película en ese sentido y está vinculado también a una cuestión más histórica y no necesariamente ambiental. Sí puede ser relacionado con esto, pero viene ya desde mucho tiempo atrás. El productor europeo casi no utiliza glifosato, o al menos no lo utiliza en la medida que lo utilizamos aquí en la región, porque ellos no tienen OGMs.
-¿Qué podemos esperar para los próximos días, teniendo en cuenta que las protestas ya arribaron a Bruselas?
-Las autoridades europeas obviamente que van a tratar de buscar alguna solución de compromisos, porque no deberían dejar escalar demasiado las protestas. Ya de hecho se tomaron algunas medidas, como por ejemplo permitirle al productor producir en ciertas áreas que antes estaban un poco restringidas por motivos relativos a la biodiversidad, pero bueno, hay que ver.
Fotos: APF / Reuters / EPA