Miguel Campos, ex agregado agrícola en Brasil y ex secretario de Agricultura de la Argentina entre 2003 y 2007, acaba de publicar un libro de su autoría llamado “NonSancto: la semilla de la grieta” , que por ahora puede comprarse vía Mercado Libre. El documento tiene un valor histórico relevante, pues sirve para entender -desde la mirada de uno de sus protagonistas-, el largo conflicto entre la multinacional agrícola Monsanto (ahora absorbida por Bayer) y la República Argentina, uno de los principales países agrícolas del mundo.
Más de 15 años después este conflicto en torno a las regalías que deben cobrarse por las semillas modificadas genéticamente está lejos de haber sido resuelto, pues luego de los sucesos que relata Campos en el libro sobre aquella pretensión de Monsanto de imponer un pago por la primera soja RR, que el país resistió en los tribunales internacionales, hubo una nueva pulseada en torno a la soja RR Pro Intacta. Además, aquella situación desencadenó en el actual debate para actualizar la Ley de Semillas. Sobre este proceso actual en el Congreso también opina Campos en su libro.
Dedicado a su amigo y ex jefe de Gabinete, Patricio Lamarca, Campos accedió a que Bichos de Campo compartiera con sus lectores un capítulo de su libro. Elegimos justamente por su valor testimonial el capitulo que cuenta cómo arrancó esta larga disputa que todavía hoy, para bien o para mal, tiene impacto para toda la Argentina:
“En junio de 2003, apenas asumí como Secretario de Agricultura de la Nación, expresé en una larga entrevista para el diario La Nación que mi intención era liberar al medio ambiente un Maíz RR cuanto antes, para intentar obtener un mejor balance en las rotaciones agrícolas y así recuperar parte del terreno perdido con el boom de la soja.
La regulación para la liberación de eventos transgénicos supone una serie de pasos burocráticos, presentaciones sucesivas y acciones de lobby, que llevan varios años. Si bien el Secretario de Agricultura tiene la potestad de liberar un gen (o evento) al medio, debe pasar por instancias consultivas no vinculantes: la CONABIA (Comisión Nacional Asesora en Biotecnología Agropecuaria) con respecto a la inocuidad ambiental, el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad Agroalimentaria) para los aspectos toxicológicos, y la Dirección Nacional de Mercados para los comerciales. A principios de 2004, yo ya contaba con el visto bueno tanto de la CONABIA como del SENASA para la liberación del primer evento de maíz transgénico resistente al glifosato, el NK603, propiedad de Monsanto. La Dirección de Mercados se negaba a darme su placet, atendiendo al riesgo de perder el mercado europeo de maíz, ya que ese evento no estaba autorizado en la Unión Europea. Argentina aplicaba la política denominada de “espejo”, por la cual siempre esperaba la iniciativa de la UE para liberar cualquier evento transgénico.
Yo no estaba dispuesto a esperar mucho, así que les di un ultimátum; y luego, sin el visto bueno explícito de la Dirección de Mercados, en julio de 2004, liberé el NK603 a través de la Resolución 640/04. Fue un acto de suma importancia, que mereció la presencia del Ministro de Economía, Roberto Lavagna, en la Secretaría; fue él quien hizo el anuncio. Lo más trascendente fue que, contra todos los pronósticos, la Unión Europea aprobó también a los pocos días el NK603, por lo que nuestras exportaciones de maíz nunca se vieron afectadas. Habíamos quebrado la política “espejo”, que tantas dilaciones en materia de adopción de nuevas tecnologías nos había generado.
Fue sin duda un hito en la historia de la biotecnología argentina. Al año siguiente, a través de la Resolución 142/2005, liberé lo que yo consideré en ese momento el primer evento apilado de maíz en Sudamérica: el maíz TL 1507 Herculex, de Pioneer y Dow Agroscience, ya que era resistente a una gama muy amplia de lepidópteros pero también era tolerante al herbicida no selectivo glufosinato de amonio.
Tan sólo a una semana de emitido el trascendente anuncio de la liberación del NK603, Monsanto me pidió una audiencia en la que yo pensaba la empresa mostraría su beneplácito y ofrecería alguna muestra de agradecimiento dentro de lo que marca y permite el protocolo. Pero estaba muy equivocado. Sin introducciones ni eufemismos, el flamante CEO en Argentina, Alfonso Alba (hoy trabaja en Bayer), me informó que pretendían comenzar a cobrar regalías a los productores argentinos por el uso de la Soja RR. Aunque no me dijeron la verdadera razón para este cambio drástico de estrategia, yo la sospechaba: Monsanto en cuatro años había perdido su gallina de los huevos de oro; desde el año 2000, había pasado de tener el monopolio del glifosato a tan sólo participar en el mercado casi marginalmente. Quienes ahora lo dominaban eran Atanor y otros glifosatos de origen chino. Nos comunicaron que pretendían cobrar a cada productor, en concepto de regalías por la Soja RR, un monto de 15 dólares por tonelada de grano comercializada. A partir de ese momento supimos, junto con mi Jefe de Gabinete y amigo Patricio Lamarca, que comenzaría una nueva etapa de nuestra relación con Monsanto, signada por el lobbying, la confrontación y, lo que es mucho más grave, la extorsión.
Mi respuesta fue casi automática:
—¡Ah, bueno…! Ustedes están totalmente locos. Monsanto no tiene patente válida en Argentina para su Soja RR. Aun durante el proceso de patentamiento, fueron ustedes quienes decidieron a partir de 1996 y hasta hoy, 2004, entregar semilla de Soja RR, licenciándola con todos los semilleros, a prácticamente toda la Argentina. A esta altura de los acontecimientos, el reclamo de regalías por una patente que no existe carece de validez y de sentido.
—Nosotros —me dijo Alfonso Alba— tenemos que defender los intereses de la empresa y poner en padrones de igualdad a los productores americanos y argentinos. Allá todos pagan regalías. No hemos venido a Argentina a hacer beneficencia.
Con esa frase, creo que, sin darse cuenta, Alba había encendido la mecha de una verdadera bomba. Yo no iba a dejar que Monsanto, aprovechándose de su incuestionable posición dominante, apostara claramente contra los productores argentinos. Los iba a defender con toda vehemencia.
—Allá en Estados Unidos, Monsanto tiene una patente válida para su Soja RR; aquí en Argentina, no. El pago de regalías es un acuerdo entre privados. Imaginarán que desde el Estado no podemos, no queremos y no vamos a apoyar esta solicitud.
— Ingeniero Campos, es importante que sepa que vamos a presentar nuestro reclamo ante la justicia.
—Señor Alba, Monsanto está en todo su derecho, pero no cuente con nosotros.
Luego del accionar consistente y persistente de diversos “lobistas”, tanto en el gobierno como en el sector privado, de varias reuniones sectoriales, de idas y vueltas, la justicia argentina nos dio la razón. La Soja RR no tenía patente válida en la Argentina. Ante esa evidencia incontestable, Monsanto nos informó que, como tenía patente válida en la Unión Europea, destino de nuestras exportaciones de derivados de soja (aceite y harina), nos iba a parar los barcos que llegaran a ese destino, para liberarlos sólo una vez cobradas las regalías pretendidas. A partir de allí, la presión y la extorsión vinieron principalmente desde el exterior y al más alto nivel.
A esta altura de mi narración, es conveniente que mis lectores puedan apreciar la perversidad de nuestro poderoso adversario, Monsanto, en cuanto a su falta de escrúpulos en la utilización de personas y comunidades para el logro de su ganancia económica. El hecho que rememoro a continuación es un claro ejemplo. Había sucedido unos meses antes de la liberación al medio ambiente del Maíz NK603. El antecesor de Alfonso Alba como presidente de Monsanto Argentina, Jorge Ghergo, con quien yo empatizaba bastante, nos había cursado una invitación para visitar la central de Monsanto en Missouri. Cuando todo estaba listo, una semana antes del viaje, los primeros días de mayo de 2004, falleció Jorge Ghergo inesperadamente. Recuerdo que cuando llegamos a Monsanto, nos esperaban unas empleadas con nuestras respectivas tarjetas identificadoras. Para nuestra desagradable sorpresa, no parecían haber tomado nota del fallecimiento de su propio presidente en Argentina. Entre las tarjetas habían puesto una con su nombre. Su persona y los años de servicio prestados a Monsanto habían desaparecido. Se limitaron a preguntar:
—Isn’t Jorge Ghergo with you? Hasn’t he come?
—Jorge Ghergo was Monsanto Argentina’s President. It was he who invited us, who arranged for the trip. He died last week. Haven’t you taken notice of that?— respondí, indignado.
La ira, junto con el asco, me sirvieron mucho para todas las discusiones que siguieron con los cuatro más altos directivos de la empresa, con quienes desplegué durante tres largas horas, sin éxito, todos mis argumentos técnicos para convencerlos de que la estrategia de Monsanto en Argentina estaba totalmente equivocada”.